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Crónica de un hecho policial diario y los parámetros de la solidaridad
Plena tarde de lunes. 17 horas exactas marcadas por el reloj. Una esquina equis de la ciudad que vos y yo habitamos, la que surca el viejo arroyo Tapalqué. Una joven sale presurosa de su trabajo, hacia la parada de colectivos.
Plena tarde de lunes. 17 horas exactas marcadas por el reloj. Una esquina equis de la ciudad que vos y yo habitamos, la que surca el viejo arroyo Tapalqué. Una joven sale presurosa de su trabajo, hacia la parada de colectivos.
Varias personas dispuestas en el lugar, otras caminan por las cercanías. Languidece el décimo mes del año.
De la nada, de los dominios de la cobardía y el delito fácil, aparecen dos individuos jovenzuelos. Uno porta un arma blanca. Acostumbrados al saqueo, al instante de sorpresa, al murmullo pérfido de los garritrancas, empujando sus almas a lo negroide del infierno. Elementos venidos del averno que abordan a la mujer recién salida de su labor.
El que tiene el cuchillo filoso, lo balancea sobre el tenso cuello de la chica. Un movimiento rápido y le toman a traición el bolso. Revisan con avidez y abren la cartera de mano. Extraen babosos una determinada suma de dinero, y se limitan a arrojarle el bolso a los pies y a huir del sitio, en una carrera que no alberga demasiada prisa.
La piba permanece atónita, como ligada al suelo. Los testigos oculares apenas parpadean. Son varios, dijimos, empero sólo uno se digna a cotejar in situ, la realidad de la fémina víctima.
Sólo uno, te lo reitero. Le pregunta un par de cosas inherentes al patético minuto vivido y le hace entrega de unos pesos para que ella, logre tomar el próximo coche de la “Nuevo Bus”.
El resto de la murga, continúa en lo suyo. Que el baile no pare. La jornada ya es un fracaso para la niña. Está temblando, compungida. Quizá le tatué un trauma esta instancia tan intempestiva por ella soportada.
Los indiferentes ponen pie en polvorosa.
Por Mario Delgado.-

