Opinión
Opinión: Doblado sobre sí mismo
1.- Caen los cortinados de la niñez. La infancia cede espacio a la adolescencia. Agustín Ovejero tiene quince años de edad. Luego vendrá ya la juventud y la posibilidad de elegir una carrera, una profesión que le abrirá camino hacia el futuro.
La motocicleta es parte de su corta vida. El fútbol, también. Comparte con su hermano Nicolás, idéntica pasión: Boca Juniors. Y los amigos y familiares se suman cada vez más, parecen multiplicarse, dando lugar a lindas veladas de charlas amenas y juegos en la “play”.
Vive ahora en el barrio “Mataderos”, aunque gran porcentaje de su pasado, esté en otro punto cardinal de la ciudad, allá por la Avenida Trabajadores y Alberdi y toda esa zona de influencia.
Hoy es 5 de octubre de 2014. Día de asado en el hogar y reunión de algarabía: River y Boca, disputan un cotejo esencial por la tarde. Imposible no ver tal partido. Agustín ya lo viene palpitando desde hace horas atrás.
Resulta raro, empero, que no regrese. Un llamado de Iris Arce, su mamá y una tranquilizadora respuesta: “En un rato voy. Estoy con chicos amigos”.
Silencio prolongado que no es buen presagio. Para colmo, el ruido típico de la moto al llegar, dando paz a José Ovejero, su papá y a la madre, que se preocupan por velar por sus criaturas, no se capta.
Las horas se envuelven cual cortinados. La ausencia es entonces, un grito desgarrador: algo fuera de lo común, de lo esperado, ocurrió. Hay que dirigirse pronto nomás al Hospital. El mundo se puede construir en siete días, según dicen algunos. Pero se puede desmoronar en apenas segundos.
“Agustín sufrió un accidente”, expresará un facultativo envuelto en blanco guardapolvo y una tristeza traslúcida. No es fácil para un médico, que estudia para salvar vidas humanas, enfrentar a desesperadas almas y decirles de una vez, la cruda verdad.
Titubean los corazones de los progenitores de Agus. El terrible accidente mutará en muerte en cosa de milímetros. ¿Quién acaso medirá el dolor de quienes reciben el impacto de la novedad más dantesca, la pérdida definitiva de un descendiente?
Los colores pierden validez; el negro es superior. Ni luz, ni sol, ni asado al mediodía. Ni Boca versus River. Agustín ha fallecido, partiendo en forma violenta al cielo o a dónde sea que van los hombres.
Y la inquietud que se sobrepone a la impotencia: ¿qué corno pasó? Los adelantos técnicos a veces cumplen su función. Las cámaras de seguridad, detectaron lo que ningún testigo podía aportar: una camioneta Ford F 100, conducida por un individuo llamado Matías César Galván, de 37 años, lo estrujó cual fino papel y lo dejó a merced de la muerte, en Avenida de los Trabajadores y Guisasola.
El conductor desaprensivo ni siquiera remedió su error de doblar en contramano, llevando a la víctima al nosocomio local o, de última, llamando a una unidad de ambulancia. Ni ahí; actuó de forma totalmente opuesta, huyendo en la obscuridad de la madrugada y acostándose a dormir, como si la vida le sonriera.
Fue aprehendido y liberado luego bajo fianza. Espera el juicio oral en libertad. Mientras la parca hostil y fría, se cargó un cuerpo joven por su culpa. En su declaración, aducirá haber creído que colisionó contra un perro.
Claro que la consulta se aplica con premura: ¿alguien, alguna vez, aunque sea por casualidad, ha divisado a un can manejando una moto?
2.- Hoy es 5 de octubre de 2015. Tiemblan los cimientos familiares. Los pesares se hacen inauditos. Se continúa como se puede, a los ponchazos. Un hijo es un hijo y punto. Y ya no se sienta a la mesa, ni grita los goles boquenses, ni sueña con el porvenir.
La movilización convocada en el sitio del desastre, concentró a un centenar de personas con el sentimiento en alto por el pibe que arrebataron de este universo tan cobarde e impíamente.
Los saludos ya evidencian la carga eléctrica de la emotividad. Insostenibles las lágrimas y los llantos espontáneos de quienes lo amaron.
La mamá, Iris, procura no ceder a la tentación de tirarse al piso, de llorar hasta que florezca un río de paz, de calma, de auténtica justicia. Dice estar bien en cada abrazo, pero todos son conscientes de que miente. Piadoso engaño para recibir con el espíritu abierto a los que la acompañan.
Y él, el hombre de la casa, José Ovejero, mira en silencio. Ve a la multitud y reconoce tanto afecto. Es un momento único, donde se conjugan varias cuestiones. Donde el pecho se achica y respirar cuesta una tortura.
José es un símbolo de la llama ardiente del dolor más tétrico. José está doblado sobre sí mismo, presa de la angustia desoladora más intensa. Su calvario, el de su esposa y el resto de la familia, merece sosiego. El sosiego de la JUSTICIA con mayúsculas.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-