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Opinión

Opinión: De nuevos y viejos fomentistas

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El asunto no es sencillo, mis amigos. Ser en estos tiempos que corren tan a prisa, dirigente barrial, no es tarea que atraiga en demasía. O, exponiéndolo mejor y en rigor de verdad, no atrae casi nada. Le escapan muchos a la función ad honorem y desgastante de ponerse al frente de una Junta Vecinal o Sociedad de Fomento.

Si hacemos una recorrida, descubrimos con claridad que, en la mayoría de los casos, quienes comandan las acciones son gente ya con experiencia, que viene cargando con denodado ímpetu la mochila correspondiente.

Por supuesto que coexisten con ellos excepciones. Puesto que en ciertos sectores se ha logrado revitalizar las listas o renovar con sangre joven las tareas a concretar. Pero el mapa nos revela, no obstante, una profunda inquietud que bien vale tener presente.

Dicho sea de paso, amigos del alma, la institución madre que los cobija, la Federación, se halla en estado de transición con un señor Presidente interino, el cual permanecerá hasta octubre y luego debería haber una Asamblea constitutiva de una novel dirección.

No se ha arribado al momento de crisis actual de balde. Ha corrido agua debajo del puente y los fomentistas lo reconocen. La impronta nunca fue fácil, esto también es cierto. Nunca fue un juego de niños intentar conducir vecinos o conseguir adelantos para un complejo habitacional respectivo.

Aunque habría que colocar la diestra sobre el corazón y así reconocer que hoy, el camino es aún más tortuoso que otrora. Es más, ¿qué referente barrial se ha podido proyectar cual luz potente, en los últimos años? Nómbrenme uno y quedaré conforme.

Las cuestiones han mutado en tono desfavorable. La puerta marrón del Palacio San Martín, no se abre con docilidad y le podemos anexar que no surgen consecuentes medidas que aceiten los mecanismos para reavivar la ex llama dirigencial.

Todo lo contrario. Como una cuña del destino, aparecieron las Mesas de Gestión Territorial, órganos municipales que coordinan la voz entre los vecinos y Rivadavia y San Martín. O sea, discutidas o queridas, tales mesas son auténticos mojones que señalizan hasta dónde puede meter su nariz el señor fomentista.

Quiérase o no, el radio de injerencia vecinal se ha visto ostensiblemente acotado. Bien se podría catalogar a las mesas cual “anteojeras” limitantes de los líderes barriales. Y entonces los flancos se achicaron y nadie salió al cruce dispuesto a dar aunque más no sea una pequeñita batalla en aras del antiguo y “glorioso” fomentismo.

Encima el “lomo” del dirigente recibe por estos días un plus lacerante: se visualizan personas que no poseen la paciencia esperable, por lo que discuten y deciden movilizarse por sus propios métodos, desoyendo o ninguneando al pobre fomentista que queda, ya no en segundo lugar, sino anulado, borrado de la escena.

Hete aquí que los cortes de calle u otras manifestaciones de protesta, se multiplican sin disimulo, por fuera insisto de toda relación con las formales entidades del barrio en cuestión. Cabe de todas formas una consulta pretenciosa: ¿Son acaso todos malos, insensibles o inútiles, los señores referentes vecinales? E inmediatamente se explaya otra pregunta: ¿O la temática, la problemática del instante, los ha sobrepasado y no son elementos de consulta de sus vecinos?

A su vez hay un elemento condicionante muy específico. Las necesidades superan a los logros. Quizá antes alguien se conformaba con solo tener luz en su cuadra. Ahora los deseos de mejor calidad de vida, se cuentan a dos manos. Los tiempos del vecino no se condicen con los del formalismo institucional, es evidente.

Los conformistas ya prácticamente no están, y eso requiere por ende, distinta agenda, otra consideración; vestirse el fomentista con distinta ropa. Ya no es como fue. Y si eso no se advierte, la construcción ciclópea de un musculoso y valorable fomentismo, quedará signada nada más que para unos pocos que se ajusten a los virajes del timón moderno.

La actividad es formidable. Da satisfacciones, pero también trae aparejada horas de sinsabores e incomprensión. No es imposible; tampoco un canto alegre de sirenas. Se debe preparar el sujeto espiritual y sicológicamente.

Ubicuidad se solicita del dirigente. Saber dialogar con el Gobierno y con todo el mundo. Y del oficialismo se requeriría un nexo, un mediador que con calma y buena parla, supiese ganarse la confianza y el respeto de los vecinos del norte y del sur de nuestro terruño. Un tipo sin altanería que no prometiese al cuete pero que actuase rápido, solucionando lo antes posible.

Si tal se procediese no habría cortes. O éstos quedarían muy expuestos políticamente.

Por Mario Delgado.-

 

 

Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho