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Opinión

De las rejas

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Mi amigo Alan Laursen está de visita en Dinamarca. Y es una inmensa satisfacción para él, un tresarroyense de profesión periodista, con evidente sangre danesa en las venas, a quien tuve la ocasión de conocer allá por 2011.
Siempre formaba parte de sus más íntimos anhelos, llegar un día a las tierras escandinavas. Anécdotas e historias contadas por los mayores, iban calando hondo en su espíritu bonachón. El corazón y la mente, solían observar por las noches, hacia las estrellas del norte, del norte de la vieja Europa.
Y, como por arte de benigna magia, el instante preciso arribó y Alan, entonces, se vio pisando como en un increíble cuento de hadas, suelo vikingo. Suelo de ancestros; esto lo hizo percibir una emoción que casi le quita el pecho de su cuerpo.
La algarabía del encuentro familiar: tíos, primos y preguntas y respuestas y con el correr de las semanas, a recorrer calles, a visualizar paisajes. Por suerte claro, hoy existe el Facebook y otros métodos de rápida conexión que facilitan la comunicación en tiempo real con cualquier ángulo del planeta. Y ese intercambio hace que Laursen esté asistido también por los afectos que quedaron por estos lares sureños.
Alan es intuitivo. Perceptivo. Investigador neto. Y, aún sin necesidad de utilizar la tradicional lupa de don Sherlok Holmes, descubrió algo insólito, novedoso para su psiquis y altamente positivo para la vida en comunidad: observó con los ojos grandes y azorados que en ese lugar, en el Reino de Dinamarca, mis queridos lectores, NO HAY REJAS en las viviendas.
Mi amigo tembló. Y ató cabos inmediatamente. Es que la sorpresa inundó todo su organismo y su cerebro despierto, viró hacia el Tres Arroyos natal y hacia Olavarría incluso, donde estudió y vivió varios años.
“Por favor, se dijo perplejo, qué diferencia elemental”. Las casas, insisto, no cuentan con rejas, ni alarmas, apenitas las características verjas de madera para evitar que los perros se hagan dueños sin autorización previa.
Paz por doquier. No se nutren las conversaciones de los ingredientes habituales de aquí. No hay mención a robos, hurtos o asesinatos. Otro tiempo, otro espacio, otra forma de comportamiento social. El prójimo es valorado cual un vecino al que recurrir, como un componente único e imprescindible.
Dinamarca sin rejas, ni vigiladores privados, chocó con lo conocido por Alan. Y su pensamiento deseó con todas las fuerzas, una Argentina idéntica en breve. Un país sanmartiniano para disfrutar sin restricciones ni traumas.
La capital de la nórdica nación es Copenhague. Es el ámbito menos corrupto del mundo. Son una Monarquía Constitucional desde 1849 y una Parlamentaria desde 1901. No han hecho caso del euro como su moneda única.
Margarita II es la actual reina. La redistribución es esplendorosa, normalmente igualitaria, sin trabas ni dramas de exclusiones. El sindicalismo es respetado como un nexo de defensa del laburante.
Los impuestos no son bajos; por el contrario. Pero la gente los abona puesto que sabe cada quien que su dinero, retorna en obras o en beneficios de carácter social. La educación a todo nivel es obligatoria y gratuita.
Otra singular dicotomía con nosotros, se da en que allí no hay peajes. A propósito, Alan en un santiamén, cruzando el puente, estará en Suecia. Y, él como trabajador de prensa, se siente sin dudas a gusto por advertir la constante e irrestricta libertad de expresión que no se corta ni por casualidad.
Me dijo hace horas en un mensaje por el Face: “El vino es importado acá. El pan es distinto y se compra por pieza, no por quilo. La carne más consumida es la de cerdo. Los cigarrillos son caros, por los elevados impuestos que tienen”.
Guarda cual oro en polvo, algún paquete de yerba argentina “para una juntada”, me pone en la red, imagino que con una sonrisa nostálgica. Y sí, a veces Alan se recluye en su interior y extraña el sur del universo. Por qué no. Después de todo es orgullosamente argentino.
Sale con sus parientes a un ambiente danés, organizado, sin frustraciones. Con personas que planean su futuro y van en pos de sendos objetivos prefijados por ellos mismos. Con un estándar que causa envidia sana, por supuesto.
Las arterias son distintas. Las casas también. Y lo primordial, según Laursen, es la hermosa ausencia de rejas protectoras. Te veo a la distancia, amigazo y… ¿sabés que le pido a los dioses? Que ojalá nuestro próximo Gobierno nos libere de las rejas.
Por Mario Delgado.-

Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho