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Opinión

A un año de las tres ciudades en una

Parece raro hoy, mirar hacia atrás y observar el enorme movimiento que desbordó cálculos y especulaciones hace doce meses.

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El motivo fue espectacular y polémico al sumo: la llegada del mítico músico Carlos “Indio” Solari al predio “La Colmena”, un inolvidable y estruendoso 11 de marzo de 2017.

Desde conocido el recital, desde que se lo anunció en la esfera municipal, la ciudad ya no fue igual: mutó en su idiosincrasia, convirtiéndose de golpe, en un centro de acopio de latas de cerveza y algunos comestibles.

En el mar de la disyuntiva, aparecieron, recordarán ustedes, distintos “opinólogos” que esbozaban teorías a montones sobre la viabilidad o no de la presentación, teniendo como marco de referencia la prohibición de veinte temporadas anteriores.

“Estamos maduros para recibir este tipo de iniciativas culturales”, dijeron unos poniendo los brazos en jarra. “Es una locura”, trepidaron otros, masticando cifras y datos de otras localidades donde el caos se dio cita.

“Van a saquear los mercados como fieras hambrientas”, afirmó una tercera voz, proveniente de la idea de no autorizar el evento. Pero los pasos eran irreductibles camino al aguardado minuto, y la transformación ciudadana, se hizo notar sin dudas al respecto.

La producción del emocionante momento por venir, tomó las riendas del asunto y se empezó a trabajar en el sitio elegido. El entramado publicitario se divisó en los medios nacionales, con un Intendente que recorrió estudios televisivos y radiales capitalinos con sorprendente asiduidad.

Un ala del Ejecutivo, más que nada un ala, patrocinaba el show sin pensar en lo negativo que pudiese acarrear. Había en el aire, por qué no, una sed revanchista que proyectó la factibilidad de arrancar una etapa gloriosa con grupos y artistas de primer nivel, aglutinando gente a patadas. La cosmovisión era extraordinaria, mas no percibía esa esfera, la contraindicación de tales esperanzas.

Los foráneos llegaron de a poco, primero. Luego ya fue imparable. Si hasta frente a mi casa hubo micros estacionados. Hablo de a casi dos leguas del lugar de concentración popular.

La pasión que despierta el “Indio”, se confirmó con creces aquí. Los recaudos no sirvieron de mucho y ya dos días antes del recital, reinaba oronda la señora Anarquía.

Cualquier hijo de buen vecino, vendía lo que tuviese a su alcance y sin ningún tipo de control. ¿Quién cornos iba a controlar a miles de vendedores improvisados? Pero el desorden se hizo negocio y bullicio permanente, La zona adyacente era un hormiguero de personas que pululaban por no perderse una ubicación más o menos acorde. Había algunos incluso tan drogados que ni siquiera entendieron demasiado cómo fue todo el preludio.

La “misa” y los descontroles. Un Estado Municipal que, desde su masa pensante, comenzaba a ver que algo no era tan promisorio cómo lo habían pintado.

Para los que vendieron bien o pudieron escuchar sin dramas las canciones, fue un auténtico éxito. A quienes les fue mal con el “negocio” o tuvieron que soportar ciertas anormalidades, la cosa no les resultó simpática al fin.

Hubo tres ciudades en una, metidas dentro del caparazón de una comarca que explotó. Los errores organizativos, la imprevisión y la locura cumplieron entonces su rol y murieron almas. ¿Cuántas en realidad?

Después como siempre: los mismos opinadores dando recetas de soluciones mágicas. Y las negociaciones políticas urgentes, acá y afuera para no caer. Y la virtual intervención con injerencia directa de la Gobernadora y la luz que se prendió sobre una interna existente en “Cambiemos”, o más específicamente, en el PRO.

Los días pasaron y saltaron ciertos fusibles. Una interpelación ya consensuada con don José y volver a empezar. El tiempo corre veloz, muy para mi gusto. La gente olvida fácil y el tema no se puso en discusión a la hora de votar en las legislativas.

Está todo bien, zafamos con un precio lógico: nunca más una epopeya similar y a mantener ahorita el orden. A mirar con lupa todo. A exigir todo, no sea cosa que un pequeño yerro, eyecte al piloto.

Por Mario Delgado.-

Foto: Ega Kevorkian

 



Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho