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¿Dónde vas, “Zorzal Criollo”?

¿Qué ha pasado casi de pronto en el “Pasaje Carlos Gardel”? ¿Cómo se ha llegado a una especie de conmoción tan álgida, de la que dio cuenta oportunamente en forma exclusiva este diario?

Evidente resulta, concatenando aconteceres, que algún proceder estuvo, cuando menos, concretado con una lamentable falta de tacto.
Hacer aquí una brevísima historia del espacio en cuestión, nos remontará incluso hasta mediados de la década del ochenta, porque fue por aquellos días cuando se iniciaron los movimientos para darle vida al sitio, con un montón de anexos que vinieron con el correr de los tiempos.
Sin embargo tuvieron que discurrir los almanaques hasta llegar a fines de los ’90. Fue entonces que la señora Graciela Rosetti, funcionaria municipal en esa ocasión, dio cauce con un grupo de colaboradores y amantes de la cultura gardeliana sobre todo, al acariciado proyecto cultural – tanguero.
Las máquinas de la Comuna y los brazos de vecinos dispuestos, le fueron dando forma al pasaje, con intervención de algunos profesionales como la arquitecta Juana Vitullo, por ejemplo. Claro que nombrar a cada quien que aportó su granito de arena, sería por supuesto meritorio pero demandaría bastante espacio. Vaya desde ya, amigos lectores, un reconocimiento a cada artífice de la idea que se cristalizó, no sin sudar la camiseta.
Tal es así el entusiasmo que aparece en escena la sustancial propuesta de inmortalizar la figura por excelencia del 2 x 4 con una estatua.
Y comienza la labor de la escultora azuleña, adoptada ya en nuestro medio, Ester Rodríguez. El boceto nace en la cabeza de la artista y se va trasladando al plano físico. Hasta ver la luz.
Un Gardel pintón, de amplia sonrisa, que sostiene con pasión a su guitarra. Lista la escultura, es colocada sobre un pedestal y a su destino: a engalanar el pasaje de la Avenida Urquiza, entre San Martín y General paz.
Es tan contagioso el ardor “gardeliano” que bien vale adicionarle cuadros y poemas que copan el ámbito de reunión de amigos con un anhelo pleno: bailar, charlar, tomar mates y conservar la abstracción por la música ciudadana.
¡Cuántas anécdotas habrá en torno a ese rincón tan singular! Y los esfuerzos por mantener en condiciones el sitio, siempre con la mirada propicia de olavarrienses que se iban turnando para que no se perdiese la visión original.
¡Cuánta tristeza habrá experimentado más de uno cuando las rejas enjaularon al ídolo! Pero el vandalismo no distingue héroes ni talentos. Sólo se posa, indolente, y destruye o mutila sin escatimar saña.
Desde hace algunos meses, la actividad había cesado. Ya no se oían acordes tangueros los fines de semana. Cierta inquietud se alzó en el aire. Hablaron algunos concurrentes habituales de un “compás de espera”, debido a los reacomodamientos oficiales.
Mas una gris jornada, Gardel fue cortado de su pedestal, talado y cargado en un vehículo. Las rejas a un lado y Carlos a otra parte.
Como nadie sabía que corno sucedía, iniciaron un proceso de averiguación correspondiente. A todo esto, la intrínseca desazón de la autora del monumento que se anotició por terceros del asunto. Disgusto padre.
Se cita en la explicación de Rivadavia 2.801, a un señor vecino que posee un garaje. El buen hombre no contaba con automóvil, por tal caso no tenía dramas en sus dominios. Sin embargo ahorita mismo, ve afectado su ingreso al garaje por cuenta y orden de la escultura, colocada justo adelante del portón de entrada.
Notificada la Municipalidad, actúa quitando a don Gardel. Sin avisar a Ester Rodríguez de lo que acaecía. Y eso es lo que la señora siente en el alma. Si hubiesen echado mano a un llamadito telefónico…
La promesa no obstante es reinstalar al “Zorzal” en breve lapso. La espera es tensa, igual, amigos. La obra costaría hoy 60 mil pesos, según criterio de su propia diseñadora. El plato de la polémica está servido.
Por Mario Delgado.-

 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho