Opinión
Corrupción sintética
Un matrimonio yanqui estaba de vacaciones en la Argentina. Era el último día de 2015. Su hijo salió a bailar a un boliche de música electrónica. Regresó a eso de las tres de la mañana cargado de drogas sintéticas ingeridas y con un gran deseo de volar hacia otros mundos. Se paró displicente en la baranda del balcón de un quinto piso en un hotel
La novedad que hoy está en la tapa de los diarios y en el minucioso análisis de los que saben y de los que creen tener algo para aportar, no es tal.
Porque, en rigor de ser exactos, mis amigos, la cuestión de la intromisión de sustancias en el país y la fabricación incluso de ellas por estos pagos criollos, no es un tema de reciente aparición. Como tampoco el ítem de las fiestas privadas o públicas, donde la permisividad es un ícono, para un sector humano ávido de noveles sensaciones.
El punto esencial es que la bomba explotó por la lamentable muerte de cinco jóvenes en Costa Salguero, una semana atrás, y la situación muy reservada de otros tantos adeptos a la fiesta “Time Warp” que convocó a más de trece mil almas.
Como es habitual, ante la inminencia del desastre, surgen las voces de lamento ininterrumpido. Y, a la usanza antigua, son diversos los personajes que se rasgan las vestiduras y se echan cilicio en la cabeza.
Hipócritas de ocasión. ¿O acaso, amigos lectores, nadie sabía lo que sucedía en forma constante y común en este tipo de encuentros multitudinarios con luces láser, sonidos inquietantes y toda una parafernalia importada de Europa?
Y, entre la valija de la parafernalia, se ubica la distribución a mansalva, de las sintetizadas pastillas que poseen, en teoría, un objetivo bestial y muy anhelado por cierto: vencer de una maldita vez al cansancio, a las inhibiciones, y a la falta de confianza en sí misma de muchas personas.
Tomarse una dosis y salir a bailar. O moverse como dementes sin percibir el natural transcurso de las horas. Y observarse aceptado en un carrusel mágico y psicodélico. Justamente “Time Warp” vendría a significar en nuestra lengua española, algo así como “deformación del tiempo”, o “mutación del paso concreto de los minutos”.
Una pastillita aquí. Otra más allá y un círculo artificial que no encuentra fin. Demonizar sin conocer las fiestas de esta índole, es sin embargo un craso error. No todos los asistentes se “falopean”. Y tampoco es un ámbito exclusivo de venta y consumo. No es la música la culpable sino un Estado que no controló y una serie de complicidades que vienen bajando del cerro de la desmedida locura de ganar dinero fácil a costas de los incautos de siempre. Aunque lógicamente, esta serie de encuentros se predispongan con la fría intención de “joder” a concurrentes y ahondar el consumo de los ya “iniciados”. Una estrategia de lujo para conciliar un explosivo combo mortal.
De “Cromagnón” a esta tragedia, no hemos aprendido bastante. Porque el espíritu corporativo de la corrupción, está intacto.
¿Si todos sabían, cómo es digerible que no se hiciese absolutamente nada al respecto? Desde las habilitaciones de los locales, hasta los detalles nimios. Por ejemplo: si “cacheaban” a los ingresantes, ¿por qué hubo igual “pastilleros” vendiendo adentro?
Sencillo como pata de catre: porque se permitió que tal cosa fuese así. Un tremendo negocio con beneficiarios varios. Y ahora salta la banca por los fallecidos, de otra manera, estaba todo bien y hasta la próxima.
Pérfida red que no se cortó antes por desidia y abuso de poder, que consolida la maldición de la droga en aras de llenarse los bolsillos.
Sin inocentes, son culpables desde los políticos que facilitan las habilitaciones hasta los propios personeros de la fiesta. Y una sociedad que tampoco ha de sentirse exenta de mea culpa.
Porque en un horrendo contexto de “todo vale”, y de pérdida de auténticos valores, los hombres y mujeres, padres de familia, debieran mirarse hacia adentro y comprobar que tipo de relaciones mantienen con su descendencia. Y, por otro lado, es una vergüenza generalizada que todo vuelva, reciclado en otro nombre o escenario, mas es idéntico el laberinto sin descubrir aún la correspondiente salida.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-