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Opinión

“Operación Aries”

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Hace cuarenta años este hermoso y extenso país se incendiaba. Bullía por sus calles el caos demencial y las instancias políticas y sociales, eran lo suficientemente débiles a esa altura, como para defender a capa y espada un sistema democrático que hacía agua por todos los laterales.

Cuando Juan Domingo Perón tomó las riendas de la nación, en 1973, ya el barco se había empezado a agrietar y cada vez más se fue deteriorando. La negativa de don Ricardo Balbín para compartir fórmula y la pretendida trascendencia de una inoperante María Estela Martínez, o “Isabelita”, armaron un combo a pedir de boca de los inicuos.
Las organizaciones guerrilleras pululaban, dando marco a las izquierdas, tanto marxistas como peronistas, y también hubo cabida para la extrema derecha, simbolizada en la “Triple A” (Alianza Anticomunista Argentina), comandada por el gran allegado al General tres veces Presidente: José López Rega, un cabo de la Policía Federal que trepó a la cima del obscurantismo.
En un contexto de zozobras, inflación y violencia desbocada, la República sanmartiniana, guardaba aún un pequeño resquicio legal, siendo el único territorio sudamericano en manos civiles.
Los norteamericanos habían dictado el famoso libreto pretendidamente salvador de la “Doctrina de Seguridad Nacional”, excusa macabra para ir derrocando líderes democráticos y reemplazarlos por gobiernos títeres.
Así las cosas, amigos míos, a nadie le sorprendió en demasía que ya las suspicacias golpistas comenzaran allá por octubre de 1974.
Por nuestra patria, la sangre se derramaba y los secuestros extorsivos aumentaban. Hubo creyentes de verdad en una revolución armada; otros lucraron con la ingenuidad de cientos de militantes. No todos los “subversivos” eran pibes idealistas. Se mató y se torturó bastante por esas épocas.
La situación era tan insufrible que doña “Isabel”, ordenó a los militares la “Operación Independencia”. Corría el 5 de febrero del ’75. El tema era claro: aniquilar a los focos armados en la Provincia de Tucumán.
Y se procedió en consecuencia. Envalentonados, los uniformados conquistaron una franja interesante de adhesión en el pueblo. Decir que no tuvieron apoyo los milicos golpistas y sus aliados, es nada más que desconocer la veracidad de los aconteceres de aquellas aciagas veladas.
Ciertos sectores sociales anhelaron la intervención más decidida de los hombres de los cuarteles. Y hubo incluso quienes golpearon las puertas de esos recintos. Por tales motivos, ya desde octubre de 1974, se fue gestando la caída de Casa Rosada.
El objetivo cumplido en Tucumán con el “Ejército Revolucionario del Pueblo” desmoronado y aniquilado, hizo que la cúpula militar le pusiese plazos a la Jefa de Estado para “ordenar” al país, que iba de debacle en debacle.
Cuando arrancó el ’76, los “idus de marzo” eran cada hora más predecibles. Sólo restaba la ocasión oportuna para dar el zarpazo tremendo, y copar los estamentos del poder.
El miércoles 24 de marzo de 1976, la Junta Militar tomó las riendas de Balcarce 50, envueltos en una tramoya que denominaron ellos mismos “Operación Aries”, y se dio lugar con bombos y platillos propagandísticos al maléfico “Proceso de Reorganización Nacional” que extendió sus punzantes alas hasta el 10 de diciembre de 1983.
Jorge Rafael Videla asumió el rol de primer mandatario y se confabuló un régimen compartido, con puntales civiles en diversos ámbitos: diversos empresarios, religiosos, periodistas y políticos pusieron énfasis en defender los chanchullos del nuevo “status”.
Represión y desaparición forzada de individuos fueron moneda común durante los iniciales años del Proceso. El número verídico de personas que nunca más aparecieron será siempre discutible. Dirán 30.000 algunos. Dirán 8.000 otros. Más allá de la cifra concreta, lo espeluznante es la metodología empleada por quienes detentaban la autoridad de facto. El “terrorismo de Estado” impuso reglas demoníacas.
En lo económico, la trama de endeudamiento externo creció, alcanzando cúspides impensadas. Al unísono, las prohibiciones de todo tenor, insultaron la inteligencia de los habitantes del suelo patrio. Películas, libros y canciones fueron a dar a la picota de la censura, cual práctica cotidiana.
Hace cuarenta años, nuestro hogar se vestía de luto y de tristeza inenarrable. Pero nada fue tan casual ni tan de improviso. Los prolegómenos se fueron avistando. Y hubo quienes se hicieron los estúpidos y nada expresaron o nada hicieron para contrarrestar lo que se veía venir, tras las nubes.
Un día de éstos, quiera el cielo, se hable con auténtica propiedad, sin sensacionalismos ni fanatismos. Sin pasiones egoístas. Quiera la conciencia argentina, que muy pronto todos abran la boca y cuenten las cosas como ocurrieron, porque a la sazón, todavía se ubican mentirosos en la grilla de partida y narran solo la mitad de lo acaecido. O muestran la imagen parcializada. Y así, amigos, no se beneficia a los intereses nacionales más íntimos.
Por Mario Delgado.-

Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho