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Opinión

Ocupaciones en el Independencia: cadena de irregularidades

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Negros nubarrones se ciernen de pronto sobre una familia común en el barrio Independencia. Varias personas, con ademanes ampulosos y gestos burlones, empiezan a vaciar un departamento, el departamento de esta familia común, de laburantes. El hombre y su círculo íntimo, lloran en silencio y mastican impotencia.

Con los muebles en la vereda, son instados incluso a desaparecer de la zona. En tiempo récord, otros ocupantes se adueñan de su domicilio.

Admirados, algunos vecinos lamentan tal situación tan demencial y profana, propia de épocas bárbaras. El quid de la cuestión pasa por reconocer que la problemática de las usurpaciones intempestivas, se abrieron paso hace años.

Sin embargo, amigos míos, la acción más sistemática de meterse en apartamentos ajenos, en la mayoría de los casos, circunstancialmente vacíos, tiene su eje central de actividad en las últimas semanas.

Recrudecida estrategia que, indudable es, ha de tener su séquito de propulsores, con un corrupto sistema que adosa un profesional inescrupuloso y bien oportunista, el cual se dedica con vanidosa celeridad a entregar sendas “escrituras truchas”, esparciéndoles al viento como si semejasen libros sagrados, de libre acceso.

A todo esto, la concepción vecinal, el imaginario popular, exhibe el concepto de que, aquellos que retro alimentan el fantasma de las usurpaciones son “pesados”, categoría de personas que, a esta altura del match, no es muy conveniente enfrentar tan abiertamente, so pena de represalias que pudiesen producir males mayores, o sea que fuese más punzante el remedio que la enfermedad que hoy asola al sector.

Pero sí, hasta en una actitud indescifrable, ciertos dueños terminan “cediendo” las dependencias a sus “inquilinos” impulsivos y dedicados a llevarse el mundo por delante. Amparados claro, en una liviandad de parte del Estado que poco o nada efectiviza en torno a este acuciante ítem.

Porque la primera mano estatal que asiste es la policial, que en no escasas ocasiones, culmina su labor, dialogando con los usurpadores. ¿O acaso, mis lectores, no se han oído este tipo de diálogos, entre uniformados y “copadores”: “Estamos aquí porque vuestros vecinos nos llamaron”. Patética respuesta de los pretendidos servidores del orden que no imponen absolutamente nada. Y se van, a decir de Fito Páez, “silbando un tango oxidado”.

Otro muro de burocracia insensible parece ser la zona de Fiscalía, donde los gritos de los que van perdiendo sus hábitats, se confunden con la insólita tosquedad y falta de resultados prácticos. “El tiempo es lo último que te roban”, exclamó un señor de pelo blanco a este periodista. A él le tomaron el departamento hace ya cuatro años y hasta el presente, “naninga”. La soledad de los no escuchados.

Pero si ayer mismo, mientras en Sierra Chica se desarrollaba una manifestación por la inseguridad, aquí, en el barrio Independencia, un buen vecino, de esos que hacen falta, impidió con valentía, una “invasión” a un departamento. La película de terror continúa.

Por supuesto que es harto difícil, ustedes lo intuirán, obtener testimonios grabados o gente que exponga públicamente sus cuitas o las de vecinos conocidos. El ánimo de varios daría como para salir a “cantar las cuarenta”. Pero hay familias detrás. Lo que acarrea un temor que se palpa. Porque además de las tomas de las viviendas, están a la orden los asaltos, los tiroteos entre pandilleros y los disparos al aire, a toda hora. Y la maldita droga se pasea entre los contornos del barrio, como una “vedette” cada vez más adorada.

La ecuación arroja entonces, una sumatoria de irregularidades, una cadena hiriente que viene de lejos. Con dueños originales que en variados casos, ya han fallecido y sus propiedades han iniciado un proceso giratorio, de mano en mano.

Lo concreto por estas horas, es tan obvio como real: la gente buena, de trabajo, que vive en esos ocho monoblocks, aguarda con el corazón en la boca que los que tengan que actuar, lo hagan, con los pantalones largos puestos y la balanza del justo equilibrio.

Por Mario Delgado.-

Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho