Opinión
La protección del libelo
Los estándares de vida pueblerina se han ido marcando con singularidad en nuestro distrito, abarcando una visión de preconceptos y de fórmulas pre establecidas, muy escasas veces cuestionadas.
En un contexto de “Ciudad del Trabajo” y, particularmente del cemento portland, más de una cabellera puede conseguir erizarse si alguna voz “imprudente”, se alza en contra de ciertos criteriosos imperios que se consolidaron y que, obviamente, cuesta horrores desenmascarar.
El punto esencial radica en reafirmar la frase intensa de que “nada es lo que parece” y, por ende existen, queridos amigos, tramas secretas guardadas en ocasiones bajo siete llaves, so pena de perder el status social o, por qué no también, el bien ganado empleo
Por caso, ¿qué individuo temerario podría salpicar la gloria del bronce lomanegrista, por citar un clarificador tinte de lo que intentamos elucubrar?
Pero si hasta hoy mismo, hay personas, con sus razones al viento, desde luego, que esgrimen la afiladita espada en defensa a ultranza de una empresa ya transnacional.
Y remontarnos a los orígenes del mito sería sin lugar a dudas, muy atrapante. ¡Cuántos cuentos de hadas, saldrían a la potente luz del día! ¡Cuántos castillos de arena movediza lograríamos voltear con la reverente visión de la auténtica verdad insoslayable!
Sin embargo, por una cuestión de tiempo y espacio, nos trasladaremos directamente al puente mágico de la actualidad y le quitaremos el barro a los zapatos de los impetuosos obreros que con suficientes cojones, le han cavado la fosa a la mentira, a los aprietes y a la capacidad despótica de avasallar de una compañía cementera emblemática.
Trabajadores que le pusieron freno a la suspicaz postura de hacerlos laburar cuarenta minutos de más, sin ninguna remuneración a cambio y con la presión de la poderosa firma, pendiendo sobre cada hombre.
El inicio de acciones legales por parte de los damnificados, fue contundente y causó estupor en las filas capitalistas y habituadas al derroche de autoridad incuestionable.
De todos los que hicieron la “pata ancha”, han ido permaneciendo en sus “trece”, algunos menos; las circunstancias, los vericuetos empresariales, las artimañas, cegaron la mirada de un centenar de espíritus combativos que se amilanaron o cedieron, a la vorágine imperial de los patrones sin piel.
Mas la buena suerte terminó arribando y los gritos de júbilo son ahorita mismo, audibles en todo ámbito fabril. Principio de noción de justicia. Fin de los manotazos de los garfios mutiladores. Se derrumba un héroe pintado a la cal. La consistencia es efímera porque no hay cimiento firme en las mitologías lugareñas. Loma Negra o Camargo Correa no es Dios.
Cuenta el anecdotario popular que en el Siglo III, dos señores obispos cristianos distantes de toda consagración religiosa, tenían un “currito” harto interesante. Ellos eran Basílides de Astorga y Marcial de Mérida.
Su mal manejo de lo sagrado, los hizo muy conocidos porque entregaban a las ovejas “descarriadas”, y poco dadas a servir al Señor, un certificado de conducta, el “libelo”, un documento de tremenda garantía frente a cualquier proceso de persecución. Quien no tuviese en su diestra tal papel trascendente, sería presa de las torturas o castigos ya prefijados.
Los “libeláticos” solían pasearse orondos, convencidos de su impunidad.
La quietud preconcebida y falaz de los erráticos capitalistas que se autoconvencen de ser intocables, no dista tanto de aquellos payasescos sujetos del tercer Siglo.
Por Mario Delgado.-




