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Opinión

Bailando en un cable alto

Una canción del ingeniero en sonido Alan Parsons, se titula justamente así: “Bailando en un cable alto”. Precisión de malabarista de élite ha de tener alguien que se determine a semejante acrobacia poco frecuente, por cierto.

Los peligros son más frecuentes que las posibilidades de que tal tarea sea cristalizada sin vicisitudes ni desplantes de ninguna índole. Porque habrá quienes alienten al éxito, mas también habrá especuladores de ocasión que aguardarán atentos y ávidos de contrastes y fracasos sonoros y estertóreos.

Y si gobernar es danzar, el ejemplo del cable en altura es interesante y adecuado. Encaja. De modo tal, entonces, mis amigos, que la expectación se hace presente sin necesidad de ningún previo anuncio.

Los pronósticos son ya variopintos en cuanto al porvenir de una Administración nueva, encabezada por el abogado Ezequiel Galli, la cual, como es de público conocimiento, no asumió aún; lo hará el día diez del último mes del año en curso.

Sin embargo, replico, los apuntes sobre los devenires a futuro de Rivadavia 2801, son moneda común a esta altura de las circunstancias. Quizá los rumores y diálogos se propicien con tanta asiduidad por una elemental razón: Olavarría muta de líder, luego de ocho almanaques del también abogado José María Eseverri. E inclusive existen quienes le anexan a su gestión, un tiempo anterior: el de su progenitor. Más allá y más acá de las diferencias producidas entre ambas formas de dirigir los destinos locales.

La mentalidad de los sensatos prima, no obstante. Y exhorta a la prudencia y a la paciencia. A darle un espacio de acción a los noveles mandantes, que se acomoden en sus cargos, que empiecen a ejecutar. No apresurar los pasos ni propender a las tramposas zancadillas.

Claro que todos, propios y extraños, opositores y oficialistas, de ahora y de luego, entienden a la perfección que el Palacio San Martín no es un juego de pequeños inocentes; por el contrario, amigos, la “manija”, la “llave” del poder vernáculo, requiere capacidad y espaldas anchas. No hay sitio para tibios. O para temerosos de la altitud. ¿Se me comprende?

En este contexto, he de señalar ciertas peculiares realidades que se conjugan y que potencian aun un poquito más, esa temeraria danza en el aire. Un punto a sostener por el intendente electo debiera ser, sin interrupciones, su cordialidad con la gente de todos los sectores, su carisma que lo ha introducido en los diferentes ángulos ciudadanos y rurales.

No sería conveniente una mutación de carácter. Porque marca una perspectiva atrayente. Un contraste de fuste que no son escasos los vecinos que lo advirtieron y lo subrayan, incluyendo a gente que no lo votó.

Otra punta de ovillo lo lleva a la observación del dilema de los empleados de la Comuna. Cual ha de ser su impronta con ellos y con el Sindicato que comanda José Stuppia.

Una vuelta de tuerca en el Hospital también se ansía por quienes utilizan este vital servicio. Mucho para corregir y reformular en aras de beneficiar al pueblo. ¿Podrá acaso, romper el hielo de los profesionales que dicen ganar mínimo sueldo y se limitan por eso a atender para la… mona?

Y suspender actitudes desagradables y fuera de foco. Es un ámbito con aristas complejas y complicadas. Pero un digno a su vez bastión del Municipio por varias décadas.

Y un final apunte por hoy, lo doy con los barrios. Una de las causas del cierre de ciclo antecedente lo marcó con fibra rojo, la mala atención brindada a los vecinos de los “periféricos” por varios funcionarios y la vecindad se hartó.

No se puede pretender ceder a los reclamos al momento de cerrar la puerta. Las cosas no son tan drásticas. Y el vidrio no lo comen todos… La anticipación y la factibilidad, han de estar a la orden del día. Y, desde el vamos, un sencillo consejo de este más que humilde escriba, para don Ezequiel y su tropa: por favor, tengan siempre una imponderable dosis de TACTO a mano.

Por Mario Delgado.-