Opinión
“El Juglar” Juan Carlos Banegas no descansa
Las andanzas musicales de Juan Carlos “El Juglar” Banegas, no cesan. No le da respiro el hombre de Colonia Hinojo a su vocación y a su talento como autor e intérprete de la canción popular. Con su inseparable guitarra y su voz aguda, que ya son marca registrada, recorre escenarios locales y foráneos. Y un capítulo aparte también reciben en este periplo, los medios de comunicación capitalinos que le vienen abriendo la puerta de sus estudios para que él se explaye.
El domingo próximo pasado tocó en la Feria del Libro Independiente (FLIA) que se realizó en nuestra ciudad. “Esta es una apuesta bastante interesante porque está vista desde otro concepto, desde otro contexto”, comentó Banegas a este diario, refiriéndose a la muestra.
¿Qué te representan este tipo de espectáculos? “Creo que es un público bastante coincidente con la música que yo expreso. Es el tipo de lugares donde yo me siento mejor posicionado”. Siempre es menester recalar en el repertorio banegiano: “Me atraen los autores del sentir latinoamericano, que expresan un mensaje, que poseen un alto contenido en su poesía y por supuesto voy detrás de mis propios temas. Me focalizo en una realidad que me interesa mucho. Me atrapa la historia de los pueblos de nuestro continente, con sus distintas problemáticas. Los monumentos por ejemplo, construidos antes de llegada de los españoles, nos hablan de una cultura y una vida muy atrayente que tenía su espacio en el continente”.
¿Hay una visión nueva en cuanto a los “pueblos originarios”? “Parece haber una reivindicación que nació en los ’90 y se ha profundizado a partir del 2002. Ahora entonces se les ha otorgado un cuadrante que se merecían. Podemos estudiar y compenetrarnos con su acervo cultural y nos toparemos de seguro, con grandes hallazgos, desde diversos puntos de vista, desde lo astrológico hasta el manejo de la tierra y de los animales inclusive”.
Desde lo artístico, ¿cómo transmitís estas cuestiones a la gente? “Trato de consustanciarme con el asunto, más que nada, buscándole la explicación a un montón de cosas”. Continuando tal línea, ¿qué importancia recibe el contenido de una canción? “Es fundamental. La carrera de un músico se ha de hacer muy despacio, muy “paso a paso”, y yo por lo menos, no podría cantar algo que no siento. Apoyo lo que señala Juan Carlos Baglietto en su frase de que uno debe sólo cantar en base a aquello que conoce. Cantar conociendo la realidad del contexto, hasta del paisaje involucrado en la melodía”.
En otro orden, Capital Federal es una inmensa y tentadora vidriera. ¿Cómo te incorporás ante tal perspectiva? “Yo grabé mis dos últimos discos en Buenos Aires. Es que mi repertorio se orienta hacia un público selecto, que busca este tipo de música que hago. Bien recibe la gran urbe a artistas que vamos en dirección a motivar la mente y el corazón del oyente”.
Y surge al momento una confesión: “Lo que canto aquí en Olavarría no es bien recibido. Más que nada porque no imito a nadie, ni hago karaoke, ni lo voy a hacer. Mi carrera no pasa solamente por el dinero. Si hubiese ansiado la plata, hubiese hecho otra cosa”.
“El Juglar” recorre por estos días, emisoras y entre ellas, “Radio Nacional” le ha permitido “compartir 40 CDs míos por repetidoras de todo el territorio argentino y voy a cantar en un programa sabatino de 8 a 9 horas también”, afirma Juan Carlos.
Para Banegas, en síntesis, “El secreto radica en organizarse y trabajar con cosas distintas de las habituales”. Y remata: “El aplauso fácil, se olvida fácil. Es imprescindible hacer temas propios. Aunque no cuenten con el reconocimiento espontáneo del auditorio”.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-