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Opinión

Opinión: “Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago”

1.- Semejante frase interesante se remonta a don Séneca, filósofo latino (2 AC – 65 DC), que de tal forma respondió consultado sobre sus dimes y diretes en la corte de Nerón. De ahí en adelante, estas concisas palabras tan conceptuales, fueron adquiriendo un tono, un valor importante a la hora de prefijar discursos que se contradecían o se contradicen abiertamente con la praxis.

Porque es indudable, mis lectores queridos, que para dar consejos o para puntualizar mensajes que demandan ciertas actitudes del otro, es menester dar el ejemplo. La cuestión es simple: no se poseerá autoridad moral ninguna si se explica una situación de un modo; mas se procede en sentido contrapuesto. Dicotomía siniestra.

El valor humanístico del maestro o del gobernante, radica en la función elemental de no entrar en contradicción alguna entre lo que  enuncia en forma oral o escrita y lo que finalmente él mismo  concreta.

Un predicador de alzada, un político de fuste o un padre de familia, han de actuar con idéntica performance. Siempre habrá quien esté observando cómo se desarrolla la teoría y si ella se complace también en la práctica.

Mentir o escapar de un dilema con enunciados tácitos, sin consistencia real, suele ser una vía de distracción del auditorio. O de escapismo del drama que tal personaje es incapaz de resolver en tiempo y forma. Entonces, con supina habilidad maligna, recubre su ignorancia, inmoralidad e ineficiencia de palabrerío vano, inocuo.

El refrán que da título a esta columna, se transforma, amigos, en un halo de pretendida luz, por donde transitan sus días los que no van de frente, los que se agachan, los fabuladores, los “vendedores de espejitos de colores”.

2.- Hace muy pocas horas atrás, la señora Jefa de Estado, Cristina Fernández de Kirchner (¿Por qué nadie le dice viuda de Kirchner?), enrostró en uno de sus habituales charlas, con mohines incluidos, la triste vicisitud de miles de personas que se tienen que ir de prisa del horror, en Siria y otras latitudes.

Con rictus prefijados para la cámara del Canal 7 (no me gusta decirle TV Pública, perdón), la Presidente nuestra exclamó: “Quiero un país solidario y jugado por la industria y el desarrollo”. Perfecto. Acto seguido, llamando casi a las lágrimas, sentenció: “Yo no quiero parecerme a países que expulsan inmigrantes y dejan morir chicos en las playas”. Cerrados aplausos compungidos.

Todo bien, lo único que, quizá por no contar con eximios asesores, a la Primera Dama se le escapó entre los dedos la problemática certera de su propio terruño. Puesto que a paso de hombre de dónde ella estaba tan concentrada en tirar mandobles, existen argentinos de la tercera edad que mueren de desnutrición y abandono.

¿Cómo? Sí, en la localidad de Virrey del Pino, hallamos ancianos mal alimentados y con la inmunda tuberculosis crónica. Los habitantes de esa zona los han bautizado a éstos pacientes “los abuelitos tosedores”. Sin posibilidad de curarse, se sumen en la desgracia y encima contagian a su entorno más próximo, o sea hijos y nietos.

La contención del Estado brilla por su ausencia. Pero no es todo. En barrios linderos a la Ruta 3, también se encuentran casos de esta índole tan profunda e inconcebible. Niños y jóvenes pululan por los centros de salud, tocados por las enfermedades más insólitas pero preocupantes y dañinas.

Al unísono, otra campana fatídica suena en la Provincia de Buenos Aires: Gobernación no distribuye leche en polvo desde hace sesenta días. ¿Alguien acaso, se ha ocupado de tal faltante de asistencia social?

Y como corolario acerquemos a la lupa el caso ¿sentido? del pibe QOM Oscar Sánchez, fallecido intempestivamente en Fortín Lavalle, en la norteña Chaco. Víctima de una batería de dolores: retraso madurativo, meningitis, neumonía y desnutrición severa. Casi nada. Una sistemática locura que arrasa con rapidez de fuego, cualquier intentona absurda y estúpida de defensa gubernamental.

Los desalmados venidos del infierno, quisieron desviar el grito desgarrador de la gente que pide explicaciones. “Es una cuestión cultural” se envalentonaron a decir. Impíos, sin redención posible. No dieron sin embargo los detalles de la familia del niño que, cuando Oscar se venía abajo, cortaron la intersección de las Rutas nacional 95  y provincial 3, en procura de una silla de ruedas para el paciente mencionado.

Cero apoyo. Nadie del poder oyó el clamor de los más débiles. A lo mejor la vida los mantiene sólo  ocupados en resolver sus futuros promisorios, al calor del dinero y las prebendas nocivas. Ni los “mandamás” chaqueños ni Casa Rosada recogen el guante.

Por eso es tan explícito el refrán. Se gastan las gargantas enumerando virtudes que se tuercen con el largo brazo de la verdad, que les refriega en la cara de piedra que tienen, que no todo es igual a lo que expresan sin ruborizarse.

Por Mario Delgado.-

 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho