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Opinión

De disconformes y conformistas

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A un mes de las elecciones generales del 25 de octubre, se perciben dos características esenciales que bañan el cuerpo electoral local: los disconformes con la política oficial en curso, y en otro andarivel marchan a paso redoblado, quienes anhelan una transmutación de valores, un auténtico cambio de rumbo.

De falsas y certeras conjeturas, podríamos nutrirnos, oyendo y leyendo de todo tipo de hipótesis; mas lo verosímil pasa por interpretar a conciencia, desprendidos de fanatismos, que la campaña y el futuro bien se centrarán en estos dos ítems. Los que dirán “sí” a lo que ya está establecido y los que exclamarán “no”, en virtud de sus más profundos deseos de diferente estilo de mando para el porvenir inmediato.

Se ha de tomar quizá cual estruendosa polarización nativa. Por qué no. Además, hacía inmemorial tiempo que en Olavarría no se divisaba en el promisorio horizonte, un segundo paladín, dispuesto a sortear los escollos y hacerse con el sillón de don Amparo Castro.

¿Se acelera el fin del poder eseverriano? ¿O estamos frente a la antesala de un continuismo incesante y sin punto de cierre? Hoy la historia de lo que vendrá, se imprime con letras grandes, expectantes. Y en ese contexto, hemos de vislumbrar que, entre otros asuntos puntuales, los cimientos del Palacio han temblado y los más acérrimos oficialistas olavarrienses lo saben. Por eso las estrategias han tenido un movimiento acorde a las manifestaciones coyunturales.

Por eso, lectores míos, se observan gestos, acciones y tratos con la gente que eran impensados meses atrás. Hasta una vecina díscola, casi impertinente en sus reclamos, quedó sosegada, tranquila, esperanzada posteriormente al diálogo con don José María. Milagros de la democracia vernácula.

El punto a dilucidar de aquí a treinta días, no obstante, por los pensadores como nosotros es simple y complejo, amigos: es captar la instantánea en la mente, y  en el corazón de cada quien al instante preciso de emitir su voto en la urna de cartón.

Qué pesará y qué no. Cuánto influirán los errores y los aciertos de Rivadavia y San Martín a lo largo de ocho cortos o largos años, según el cristal con que se mire. Los sentimientos encontrados viven, desde las PASO, se notan, se palpan. Baste indagar, bucear, escudriñar un poquitín, con actitud de topo, sobre todo en los barrios.

Gobernar con sabiduría es lo que solicitó, según La Biblia el rey Salomón de la antigua Israel a su Dios. No pidió otra cosa. Impresionante. La realidad nuestra nos presenta un dilema magnífico. ¿Eseverri, por ejemplo, ha impulsado su gestión basado en impulsos de la carne, o en preceptos emanados de la madre de las virtudes humanas: la sabiduría, que permite la equidad, el equilibrio y la presentable elección de su “staf” de colaboradores?

Por supuesto que nadie es perfecto. Ni tampoco el sistema democrático lo es. Por una razón fundamental: los hombres no somos ni seremos jamás perfectos. Y el sistema se nutre de los ciudadanos, no de otro condimento.

Sin embargo, hay maneras y maneras de gobernar. Podés hacerlo lejos o pegadito a tu pueblo. Podés creértela o ser humilde. Podés escuchar al otro o huir de cualquier reunión. Los “amigos del campeón” vendrán a soplarte al oído alabanzas vanas y fatuas. Ellos van a acompañarte mientras el barco flote, amigos. Pero la voz de los criterios independientes es la que sirve.

No es fácil ser gobierno. Hay que esgrimir decisiones a diestra y siniestra, con rapidez en muchos casos. Y a todos no les caerá grato. A veces el sol brillará y será feliz el Administrador del Pueblo. Otras ocasiones, la luz se sentirá distante, como en un túnel sin vía de escape.

“Dame sabiduría”, rogó Salomón. La puerta ya se abrió. Ahora depende de nosotros. A lo mejor también, como pueblo, como civilidad, tendríamos que peticionarle al cielo o a nuestro interior profundo, un toque magistral de sabiduría para afrontar con ecuanimidad y responsabilidad el derecho y la obligación que se nos aproxima. El derecho a seguir o a cambiar.

Por Mario Delgado.

Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho