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Opinión

¿Por qué existen ángeles como Martina Urban?

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Podemos en algún momento, mis queridos lectores, preguntarnos: ¿Por qué existen ángeles como Martina Urban? Y sin lugar a dudas que las respuestas van a ser variadas, y todas muy atendibles y entendibles, pero tal vez lo más resonante que se nos ocurra en la mente y en el corazón, tenga que ver con que están con un noble, inobjetable propósito. Una misión particular en la vida que quizá no conozcamos todavía demasiado, que nos excede realmente, pero que  nos introduce, que nos sumerge en un mar de sensaciones altamente espirituales, por más encontradas y difíciles de digerir que aparenten.

Ella está enferma. Pero lo concreto es que Martina Urban es un ángel en la tierra. Más allá y más acá de su drama. Tiene catorce años de edad, una mamá, un papá y dos hermanos mayores que se desvelan de amor por ella. Ellos acompañan este proceso de su tratamiento drástico, arduo, duro, doloroso, pero que también ha servido, quizá como un efecto colateral, para afianzar, para estrechar lazos familiares mucho más vinculantes cada día.

Y no solamente eso, sino que se le anexa, fuera del núcleo hogareño, un montón de manos, un sin número de seres solidarios, que, a lo largo de los años, se han venido cruzando con Martina y sus afectos.

Ella está con una dolencia, con un problema de salud bastante serio, bastante grave, que arrastra desde muy niña por cierto. Va a ser operada en unos días nomás en un importante Sanatorio especializado de la Capital federal, el “Mater Dei”.

Concurre al Colegio Libertas, en calle Moreno casi Vélez Sárfield. Y los veintitrés compañeros de Quinto Año decidieron ayudarla. Y envueltos en una campaña impresionante, consiguieron que el domingo 9, jornada de elecciones, muchísimas personas de nuestra ciudad, comprasen unos bonos que ellos vendían a un valor de veinte pesos.  Resultó un milagro el programa: la gente colaboró, incluso amigos míos, con más dinero. Cuando los bonos se agotaron, la insistencia por tender un puente hacia la chica, continuó y no fueron escasos los vecinos olavarrienses que pusieron su contribución desinteresada.

Los alumnos recorrieron algunas escuelas con urnas. Y donde no estaban estas urnas por Martina, igual se apuntaló la causa en cuestión. Las almas quisieron integrarse y se arribó a la cifra requerida para la intervención quirúrgica.

Seguro que varios de los que dijeron “Sí”, ya conocían el caso. O la conocen a la propia jovencita. Pero podemos, a su vez, dar fe de que hubo depositantes que ni siquiera conocen a Martina. No obstante eso, se colocaron al hombro la iniciativa y participaron con lo que tenían o podían en ese instante.

Lo de Martina es muy complejo, desde el punto de vista médico. Ella va ser operada de una endometriosis. Y la pelea, la lucha en lo cotidiano, en cada despertar. Con fuerza, con ahínco, con ganas, con garra inusitada.

Orgulloso el papá la ve prepararse para ir al cole. Sensibilizada la madre la observa seguir adelante, pese a los embates del mal. Porque no la detiene el flagelo inconmovible de la enfermedad. Porque ella es un ángel.

La sociedad pone énfasis en ayudar cuando ocurren cosas como esta. Que nos tocan, nos sacuden la modorra del individualismo. Y nos transportan a otra dimensión donde nadie es más que su prójimo, ni nadie está exento de nada.

Al parecer, hace tiempo, la Virgen quiso mostrarse ante la criatura del cielo que está entre nosotros. Fue así que se hizo presente en el cuarto de Martina. Era una Virgen que tenía su altar, su epicentro en la Provincia de Salta.

Y con denodado esfuerzo, la familia Urban hizo meses después un viaje al norte argentino. Al año siguiente volvieron al sitio, ya que Martina le prometió a la Virgen subir caminando al cerro, al alto cerro salteño. Y así lo hizo. Un año después de la primera visita, y luego de una extenuante quimio, cumplió su promesa.

Por eso a veces cuando mires a tu alrededor, y creas que está todo obscuro, y te halles envuelto en densa bruma, recordá por favor que hay una criatura de luz llamada Martina Urban. Y copiá entonces su ejemplo, su estoicidad, su abnegación.

Por Mario Delgado.-

Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho