Opinión
Sínodo de la Familia
Hablar de un proceso eclesial católico muy particular, es mirar con detenimiento, mis lectores, hacia posturas teóricas mantenidas en el tiempo, insertas en el Dogma desde luego, y recorrer también con los ojos del entendimiento, otras visiones un tanto dispares de las tradicionales. Por Mario Delgado.
Dicotomías que conllevan, como es de suposición lógica, encendidos debates, orales y escritos, donde quedan plasmadas las ideas y propuestas de ambos lados del lago, por decirlo comúnmente.
Obvio es creer que tales consideraciones, acarrean un cúmulo interesante de idas y vueltas, porque abrir el fuego de la confrontación, de la oposición a algo pre establecido, no es tarea sencilla en una institución ceñida a normas centenarias, cuando menos.
O sea, mis amigos, no es “soplar y hacer botellas”. De ninguna manera. Es un procedimiento más jugado, más arriesgado incluso, que permite sacar a la luz noveles pensamientos, pero que, al mismo tiempo, pone en evidencia los apoyos o disyuntivas reales frente al papel ya firmado y aceptado sin dilaciones, desde el parámetro estrictamente religioso, se sobreentiende.
En una edificación espiritual tan estructurada, tan conservadora, tan protectora de sus ovejas, ¿cómo hacer para dispensar una opinión que se retire aunque sea un ápice de lo ya sustanciado y no quedar “escrachado” cual “lobo con piel de cordero”?
Animarse a disentir es un logro importantísimo en estos ámbitos tan verticalistas. Si partimos de la creencia de que el Santo Padre es la “Voz de Dios en la Tierra”, cualquier error de cálculos filosofales, puede ser tremendo. Para exponer un proyecto, hay que estudiarlo concienzudamente con antelación y llevarlo luego con presteza ante Su Santidad o ante su Embajador en la escala correspondiente.
A lo largo de la existencia del cristianismo católico (siempre repito idéntica aclaración: hay también cristianos evangélicos y ortodoxos), se han ido avistando nociones de cambios. Algunas más potables que sus pares. Y han tenido atrayente o escaso éxito. Dependiendo a veces de la “Cabeza de la Iglesia” o de las circunstancias coyunturales, la confinación o la aplicación en la praxis de lo deseado.
Y por supuesto, nuestra época no iba a “descarrilar” de tales sugerencias. Por tal motivo, ya se advierten varios ítems reformistas, impulsados por el propio líder Francisco I o, en su defecto, por otros “Hermanos en la Fe”.
Podemos evaluar el caso de la Diócesis de Bolzano – Bressanone, en Italia, en la que se analiza un borrador para exhibir en el “Sínodo de la Familia”, allá por el mes de octubre de este año. El texto ubica en el centro de la escena, lectores míos, los modos de operar que debiera poseer la grey de San Pedro con aquellos que han elegido otra manera de convivir u otra sexualidad, aunque no le escapan el bulto a una pretensión que viene “rodando” desde hace décadas: el sacerdocio femenino efectivo.
“Queremos una Iglesia que esté abierta a otras formas de convivencia, fuera del matrimonio sacramental”, señala el pre documento en uno de sus salientes párrafos. La idea basal se desprende límpida: respetar y recibir en el seno del Templo a todas las almas, sin excepciones de ningún carácter.
“No estar sordos ante el pedido del pueblo”, agrega el escrito y en otro tramo se sincera con esta actitud: “Hemos de reconocer culpas frente a quienes han optado por otra forma de convivir o vivir la sexualidad”.
Para los propulsores de semejantes virajes, hay un dato revelador que no quieren tapar: el 90 % de los feligreses solicita un cambio en la relación, en el trato diario con divorciados y homosexuales. Y, además se lanza la bola candente de las mujeres llegando al sacerdocio, de una buena vez, sin impedimentos de índole doctrinal.
El pronunciamiento ya escandaliza a muchos. Aunque redime en torno al texto a otros más sensibles o pragmáticos. La mesa se sirve con ingredientes proclives a la polémica. La sexualidad en el universo católico de hoy, ofrece dos sendas: por un lado se instala la Doctrina dogmática, avalada durante siglos, y por otro carril marcha, al parecer, la realidad cotidiana y sus contradicciones.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-