Connect with us

Opinión

Leonela no era feliz

Las tranquilas tardes de la vecindad se conmovieron el jueves 4, luego de las 17 horas en la ciudad de Haedo. El hilo conductor de la sospecha y la desazón, tejió su red cruenta en un hogar de laburantes. A escasos metros de la estación ferroviaria, en la calle Fraternidad al 300, una familia empezaba a sufrir una pérdida irreparable. La luz de la casa, la única hija del matrimonio, se había evaporado cual sombra chinesca.

Leonela Gómez Viveros tenía a la sazón 12 años. Era hija de Leonel y de Mariela. Su mamá la fue a buscar al colegio católico, como cada día; el papá la llevaba a la mañana. “Voy a hacer un mandado y vuelvo”, le comentó a la adolescente la mujer y salió. Al volver, sólo el opaco silencio y un presentimiento atroz, la saludaron.

Inmediatamente se puso en pie un amplio operativo de búsqueda, con ciertos datos y revisiones de las actitudes y últimas acciones de la menor. Una opresión rayana en la angustia, fue tomando terreno en la mente y corazón de los progenitores.

Una computadora acá, un celular allá y a investigar, señores. La UFI Número 6 de Morón, a cargo del fiscal Sergio Dileo, inició tareas. Se supo entonces que la chica contaba con dos perfiles en la red social Facebook: uno con su propio nombre y un segundo, alternativo quizá, bajo la denominación Paola Gómez.

El rastreo y algunas consideraciones maternas, hicieron saber que la piba chateaba con gente de un grupo cerrado, que aparecía bajo las siglas “GAO”. La señora se mostró indignada con esta opción y pensó muy pronto que a, a lo mejor, por ahí venía la posible idea  de abandonar el nido en busca de aventuras.

Pero las horas no se detenían. Tampoco el temor y la desesperación. Los pormenores de la corta existencia de Leonela, se abrieron cual abanicos ante los ojos de los rastreadores de datos y huellas.

Resultó que la niña era asediada en el establecimiento educativo por sus gustos musicales y por su aparente inclinación homosexual (les dijo ya a sus papás semanas atrás que le “atraían las chicas y no los varones”). Era, por tanto, objeto de burlas y dramas bastante seguido.

Salió a la palestra también una “rateada” a la clase de Educación Física con dos amigas, ese mismo jueves. Y cómo luego las niñas “buchonearon” esta cuestión, dejando pegada a Leonela. Tal situación la molestó sobremanera que lo volcó en su “Face”, con la acusación de “traidoras” bien expresa para sus dos compinches.

Las ramas de los árboles dibujaban extrañas parábolas en la noche. La desaparecida, no venía. Sí la zozobra y la ansiedad de sus afectos. El celular no aportó demasiado, al parecer. Quince días atrás, su papá se lo regaló. Era su primer teléfono móvil.

Los perros sabuesos y los uniformados, extendían su labor, hasta cuarenta cuadras a la redonda. Nada, ni rastros. Una foto en la red la mostró subida al paredón de su casa. “Me voy a dormir”, se lee. Un paisaje que ella habría contemplado cientos de ocasiones.

Una lindera obra en construcción. Y otro sábado sobre Haedo. Mas, no resultó ser tan simplemente una jornada más. Porque el viraje brusco en el timón se produjo a eso de las once, cuando, balanceándose de un nogal, fallecida, ubican a la menor.

Incomprensible pero no nuevo: la policía tiene a metros, lo que anhela encontrar lejos. ¿A nadie se le ocurrió revisar los edificios linderos, con los canes, por ejemplo? Los escuetos informes develaron que Leonela se habría trepado al paredón y desde allí, saltó a la obra y se ahorcó en un frondoso nogal.

Si es tan cierta esta teoría, ¿ya había planificado todo, inclusive la cuerda o soga, la tendría lista? ¿Era, acaso, su cerebro un caos y no podía resistir más la tortura de vivir? No se puede afirmar aún, pero se estimaría que no hubo terceros en el lugar. De hecho, no trabajaban obreros por estos días en esa casa en refacción.

Hay un antiguo y estúpido adagio, cada vez más obsoleto, que hacía creer a los incautos que los niños eran exclusivamente felices, que nada los afectaba y que su universo era el paraíso soñado. La psicología por suerte, derribó ese muro y puso las cosas en claro: los púberes también sufren.

Leonel, el padre de la víctima, se enjugó la impotencia y exclamó: “Yo soy un hombre trabajador, la luchaba por ella para que sea feliz. Pero bueno, ella en su vida no era feliz”.

Leonela se fue más allá de las estrellas ¿por qué no era feliz..?

Por Mario Delgado.-

 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho