Opinión
De las soledades
El desamparo es, sin lugar a dudas, un estado del alma que permite cobijar en sí, las angustias más ignominiosas. Mirar hacia ambos lados y solo divisar vacío, y sentir por ende, el frío bajar insidioso por la espina dorsal. Por Mario Delgado.
Un abandonado a su mala carta, es un ser sin esperanza. Un solitario que deambula consciente de su desazón y solicitando de sus semejantes, una migaja de afecto. Una porción, aunque chica, de cariño, de atención.
El desinterés de los congéneres es algo que cala hondo. Una prisión de los sentimientos que ensombrece las fibras más íntimas. La indiferencia del resto frente a la realidad de alguien en particular, es un torbellino emocional, un pozo grotesco y sin fondo.
Hay dos situaciones que me atreveré a concatenar para la presente nota, con vuestro aval, mis queridos lectores. Por un ángulo, aparecerá la tétrica frialdad que soportó, según lo expone la Santa Biblia, Jesús, considerado por varias religiones, como una divinidad encarnada con un firme propósito, en el tramo final de su “estadía” terrestre. Atento esto a la Semana Santa. Y una segunda visión, tendrá la lupa puesta en un calamitoso desprecio soportado a medias por los ex combatientes del Conflicto en el Atlántico Sur, allá por 1982, cuando volvieron a su terruño de origen.
De los Evangelios, es el de San Marcos el que recoge una anécdota significativa en las postreras horas del Cristo, cerca ya de su crucifixión. En el Capítulo 14, versículos 51 y 52, podemos leer: “Lo seguía un joven, envuelto solamente en una sábana, y lo sujetaron; pero él dejando la sábana, se escapó desnudo”.
Los teólogos han debatido decenas de ocasiones, girando en círculos sobre este particular. Resulta, de todas formas, amigos, una narración que invita al análisis y desprende misterio por doquier. En breves líneas, como hemos apreciado, el evangelista cita un episodio singular.
El contexto captará desde ya nuestra observación aguda. Y nos sobrecogerá. Es que el Hijo de Dios se ha ido quedando muy solito, muy sin seguidores incondicionales. Varios de aquellos que lo aclamaron, ahora se esconden, por miedo y por cobardía. Él está cumplimentando el Plan de su Padre; pero no le es nada fácil.
El Getsemaní es un monte apto para enloquecer. Y ahí ora el Mesías, lejos de la gloria y de adulones. Solo. Pero de repente se enciende una lucecita: un muchacho osa continuar a su lado, desafiando el clima y la contingencia digamos policial de persecución.
Un tipo de novela este joven. Un frío de locos y él tan orondo con su sábana como única prenda. ¿Quién será? ¿De dónde habrá venido? Si hemos de tomar el relato de manera literal, nuestro pensamiento se tendrá que apiadar de ambos hombres: de Jesús y de este pibe.
La obscuridad cubre la noche palestina y el Rey de los Judíos, irá al tosco madero en pocos instantes más. Gotas de sudor helado lo recorren. Y un discípulo leal lo secunda, semi desnudo. Quiere acompañar su mal trago. Hasta que los soldados lo descubren a este intrépido y lo intentan capturar. Vana idea porque ágil, el chico huye. Su actitud le salvó la vida y el cuerpo de azotes o, cuando menos, de incisivas preguntas. No obstante, su correr inalcanzable, alejándose de la zona montañosa, también poseía un doble efecto: dejaba sin un semejante a mano al futuro Salvador del Mundo.
Y la otra carátula para meditar, amigos, nos trae un poquito más aquí en el tiempo. La Guerra de Malvinas empezó un 2 de abril y terminó oficialmente un 14 de junio, hace ya treinta y tres años. Se llevó al Más Allá a 649 compatriotas nuestros, a 255 británicos y a 3 civiles isleños.
Cada uno de ustedes, es muy probable que posea una personal idea de lo que representó ese enfrentamiento armado. No es mi propuesta aquí y ahora, poner a consideración hipótesis o planteos ideológicos de tan calamitosa época. Pero sí subrayar algo tangencial.
Sin entrar, repito, en detalles técnicos o estratégicos de la guerra en sí y sus motivaciones, la proposición de esta columna tiende a brindar un sincero homenaje, y modesto por supuesto, a los auténticos héroes que pusieron “los huevos sobre la mesa” en las gélidas islas y se jugaron el pellejo por este país.
Soldados, suboficiales y oficiales de las tres fuerzas que se entregaron, entre el dolor, el hambre y la parafernalia enemiga, a una lucha a corazón abierto. Perdieron; mas con todos los honores. Y lloraron lágrimas desconsoladas e impotentes, viendo como sus pretensiones se esfumaban.
La rendición ante “los piratas” y el posterior operativo regreso, sobrevino rápido. Y, hete aquí, un manto de silencio que empezó a poseerlos a los ex combatientes. Las altas esferas militares del momento, optaron por ocultarlos, por ningunearlos. Se los recluyó. Se los expulsó de los ámbitos castrenses y se los sentenció a un ostracismo increíble. Más dañino y mortífero que los embates de los “gurkas”. Más punzantes que un puñal. De mayor calibre que una bala de “fal”.
Solos de brutal soledad, emparentados casi con una especie de “gueto”. Cual leprosos de la antigüedad que eran sacados de sus comarcas. Doble derrota. Ampulosamente solitarios. Frente a su monte de las lamentaciones.
Tres décadas y fracción luego de ese torbellino, hagamos entre todos, que aquella etapa imborrable cobre, para los héroes, vital sentido.
Por Mario Delgado.-

