Opinión
De la misericordia y el garantismo
Que se debate con frontalidad la cuestión, no hay dudas. Las posiciones son divergentes al máximo y, por lo tanto, amerita la realidad crucial que se ponga en el centro de la discusión cómo reaccionar en definitiva con el urgente y complicado ítem de la inseguridad. Por Mario Delgado.
Claro que observando el punto álgido desde una óptica lo más imparcial posible, puesto que muchas veces se torna difícil conservar la línea ecuánime y se trastoca la visión del lente, ubicando a la víctima casi cual pérfido victimario.
Hay que distinguir misericordia de severidad. Garantismo de cumplimiento de los auténticos deberes ciudadanos. Transpolar valores buscando un camino alternativo, está trayendo resultados desastrosos en la República Argentina y, por ende, en nuestro hábitat cotidiano.
Las leyes respectivas, la Policía y el Servicio Penitenciario, no son centros de caridad para con los presuntos delincuentes, o para con los delincuentes ya condenados. Esto debiera ya saberse a la perfección de modo tal de evitar estériles habladurías de los que prefieren que los que infringen las normativas, permanezcan libres en sus casas y al acecho de los vecinos incautos.
Quizá la postulación del Papa Juan XXIII, allá por el 11 de octubre de 1962, inaugurando el importante Concilio Vaticano II, tenga un sentido pendular: “La esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad”.
Altruismo puro. Racionalidad religiosa aplicada a la vida en compañía del prójimo. Y un argumento tal vez del que se toman quienes promueven un mundo sin personas encerradas y sí un cuasi paraíso con una salvedad: un sitio que contiene maldades por doquier, sin embargo.
Ser misericordioso significa auxiliar al que yerra, orientarlo o reorientarlo por el normal sendero. Simboliza un prudente sarmiento en la vida del que se equivoca. Pero ser un nexo entre el equivocado y la verdad, no es sinónimo de dejar pasar las cosas en nombre justamente de una supuesta gesta bondadosa al ciento por cien.
Y, hete aquí, amigos, la distracción que se produce. El equilibrio salta rápido si se mira con delicadeza supina: compartir misericordia no reemplaza de ninguna forma al castigo que se merece aquél individuo que no anda por los carriles de la pacífica convivencia cívica.
Es precisamente, condenar el error, obrar en autos de la misericordia teórica y práctica de buen cristiano. No palmear la espalda del que yerra, no amparar por conveniencia o permisividad el mal proceder del sujeto. La enseñanza a tiempo, evita conflictos ulteriores.
Las noches oscuras de la última dictadura, otorgaron ciertas flexibilidades en el derecho penal. Luego del caso Blumberg, las leyes se endurecieron un ápice. Hoy estamos en pampa y la vía con más pesares por acotar que buenaventuranzas por recitar en un parque.
Los ataques de los indeseables son cada día más prolíficos y demenciales. Y una caterva de leguleyos hambrientos de pseudo poder y dinero, los librearan prorrumpiendo en cualquier excusa. Estúpida misericordia con el escorpión.
Enfocados en un rostro garantista, señalan los sesgos autoritarios del Estado y, entonces que mejor que contemplar al hampón antes que a la víctima inocente. Luigi Ferrapoli ya lo describió en 1989. Habrá que ser astuto y desconfiar del poder, augura el señor jurista.
Y la sociedad se muere de angustia, con ladronzuelos, con narcos de poca monta, con pendencieros imbéciles que se imaginan estar en medio de un film Clase B. Resulta que en determinados lugares, las lacras lacerantes cobran peaje a los autos, resulta que roban celulares y zapatillas a menores de edad y resulta que nada se resuelve.
El cuento chino de “son menores” ya harta. Los servidores del orden no ingresan a varios barrios de Olavarría, ni se meten si sucede algo prohibido. Seamos sinceros de una bendita vez. ¿Adónde lleva la panacea del perdonar sin corregir previamente?
A un señor que labura doce horas le robaron diás atrás sus pocas posesiones y ésta película ya sabemos cómo termina: jamás volverá a ser el mismo tipo confiado que creía en el sistema. Y ¿saben qué? Los uniformados ni siquiera entraron a su vivienda a revisar.
Patético. Seamos misericordiosos y socorramos al que se equivoca una ocasión. Pero tengamos en mente, al unísono, que el maléfico no puede ser parte de la comarca.
Por Mario Delgado.-

