Connect with us

Opinión

Cuando se ve lo que no se veía

O hay más violaciones y abusos sexuales o se conocen ahora, más que en otras épocas. La disyuntiva está vigente. Aunque viene a cuenta, amigos, lo expresado en mis oídos allá por 1995, por una docente de una escuela de barrio: “Tenemos varios casos de este tenor. Es mucho más común de lo cualquiera suele imaginarse”. Por Mario Delgado.

El asunto concreto pasa por discernir algo que otrora era caldo de cultivo solo en medios nacionales. Sin embargo, las mutaciones sistemáticas de las cosas han ido en detrimento de las honoríficas costumbres pueblerinas y, entonces, lo que ayer era noticia en otras latitudes, hoy las muecas del sórdido destino, hacen que conozcamos muy cerca nuestro, intolerables delitos contra la persona física de menores y, por qué no, aún de mayores de edad.

Una punta de lanza parece haber servido de inicio de un demoníaco carrusel. Se mencionó en principio la historia de tres niñas violentadas por dos individuos, padre e hijo, por una cantidad espasmódica de años. Primer round.

Sobrevinieron marchas y el engorroso y turbio hierro candente, saltó del ostracismo de una familia, al ruedo público olavarriense. Pero hubo más, puesto que los condimentos satánicos de estas aberraciones carnales, se difundieron también en programas periodísticos de la Ciudad Autónoma.

La bomba de humo se fue haciendo grande, imparable y las visualizaciones continuaron. El objetivo central era poner a consideración de la Justicia, la necesidad urgente de que se librase una pronta orden de detención de los implicados e imputados.

Soplaron vientos y transcurrieron las semanas de ajetreadas búsquedas de soluciones directas, tajantes. Hasta que una ocasión memorable, imborrable, el señor juez Duba, ordenó la inmediata aprehensión y posterior encarcelamiento de los hombres condenados.

Un soplo de alivio corrió por las esferas de la familia de las víctimas. Exteriorizaron su entusiasmo. Mas el lapso ya desarrollado con tesón y sin cesar, con la mirada puesta con firmeza en el fin del recorrido penoso, sirvió tanto para las chicas, su madre y su entorno, como para decenas de almas compungidas que se fueron amparando en su proyecto, haciéndolo vívido.

El proyecto de sacar del fango a las damas que han tenido que afrontar la suciedad vil de un abuso, ya sea ocasional o reiterado y la consiguiente cruz impúdica de la violación. No hay terror mayor para una fémina que el de ser ultrajada por alguien, contra su voluntad, sin posibilidad de escapar del sitio.

Y no es para la mujer la existencia igual después del miserable acto. Porque consumado su bajo instinto, el inmundo violentador, huye o se hace el distraído si, como ha ocurrido, tienen la desgracia encima de convivir.

Pero retomando el hilo de renglones arriba, el calvario de unas pibas, cobró frutos inéditos: del norte y del sur de Olavarría, se arrimaron al calor de la hoguera, madres e hijas que saben de qué se habla.

Un canal de diálogo se introdujo en el proceso. Y de a poco, con timidez en el primer paso, las voces se multiplicaron con solicitudes expresas, con nombres y apellidos de sinvergüenzas que coexisten con nosotros.

Los violadores ya juzgados pero que han apelado, suelen reírse de los movilizados. Siguen laburando como si nada. Y la condena social no llega todavía como debiera. Falta considerar aun que los abusadores son tipos que están acá, que estudian, que comparten con la gente una cotidianeidad en apariencia normal.

Felizmente, dentro de las lágrimas, surge el vestigio de la alegría. Estado de ánimo que se comparece con las charlas, con la puesta en escena de una problemática que, quizá estuvo desde antaño, mas recién desde hace muy poquito se ha podido gritar la verdad sin el miedo al “¿Qué dirán los demás?”

Por Mario Delgado.-

 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho