Opinión
Carpeta al cajón
Desde la jornada fatídica del 18 de enero hasta aquí, han transcurrido tres meses precisos. Especulaciones no han faltado; por el contrario, mis lectores, ellas han poblado el aire enrareciendo aún más, si es posible, el caso más siniestro de nuestro país en los últimos tiempos: la muerte del fiscal encargado de investigar la causa AMIA. Por Mario Delgado.
Alberto Nisman fallece en circunstancias dignas de concienzudos análisis, apenas horas antes de exhibir en el Parlamento Nacional una serie de importantes denuncias que afectaban, entre otras personas, a la señora líder de Olivos y al señor Canciller de la República.
Como ya ha ocurrido con otros resonantes asuntos policiales y judiciales, la “cancha” se embarró desde el propio instante de darse la génesis de este urticante dilema. A nadie debiera quedarle ninguna duda de que las fallas en la seguridad a la humanidad del magistrado más amenazado del país, no fueron obra y gracia de la impericia o desidia de aquellos funcionarios y custodios encargados de protegerlo.
Primer ítem palpable: pésima seguridad se le ofreció, dentro y fuera del perímetro del edificio “Le Parc” donde moraba el letrado. Segundo artículo de discusión: el tremendo remolino de gente que pululó por el departamento. Increíble. Pero no raro, puesto que sucedió idéntico proceder, mis amigos, durante las horas posteriores al atentado a la mutual hebrea, allá por 1994.
Y, sabido es, que cuando dejan los que mandan que tales amontonamientos se cristalicen como si nada, es con un fin predeterminado: bloquear la verdad de los hechos lo más que sea factible. Preservar la escena es lo prioritario. Esto lo deduce cualquier civil que mire televisión y esté “canchero” en series alusivas a crímenes y suicidios.
La otra cuestión a medir de cerca es la pregunta que todavía nos hacemos muchos: ¿por qué cornos no tiraron la puerta abajo, al advertir que Nisman no contestaba? Esta consulta ha de tener una sola respuesta tajante: porque era una voluntad nefasta que ya se ponía en práctica, un “operativo dilación” que sigue hasta hoy.
Y así podríamos esbozar más falencias que no son torpezas; son coherentes con un fin perseguido: hacer pasar el tiempo de balde y distraer al público con cositas externas, como puede ser introducir en los medios la vida privada del fiscal y tratar de provocar una reacción de asco en contra de él, que, por otra parte, no puede defenderse por motivos obvios.
El Gobierno Central ha tomado el delicado hierro por el lado más caliente. Y ha puesto al servicio de la difamación del occiso a personajes variopintos: desde el señor Aníbal Fernández hasta diputados que lo han calumniado de manera impiadosa, descargando una oleada de odio sin piedad alguna y sin pausa tampoco.
Lógicamente no sólo los engranajes de Balcarce 50 se aceitaron para cascotear al que ya no está. Al unísono se pergeñó un camino de sombras jurídicas para librar a la Jefa de Estado y sus acólitos de todo mal. Hete aquí entonces que Daniel Rafecas, juez federal, es el primero en decirle “NO” a las investigaciones de don Alberto en el tema específico del presunto acuerdo con Irán y el Memorándum respectivo. Un golpe de efecto que oxigenó a Casa Rosada.
Luego, con el correr de las semanas, la excelsa Cámara Federal Penal, en su Sala I, dictamina también lo mismo y desestiman por partida doble: lo dicho por Nisman y lo apoyado por Pollicitas. Aunque la decisión estuvo dividida. Ballesteros y Freires a favor de cerrar el círculo y Farah en disidencia con tal actitud tan rápida y carente de visión investigativa, cuando menos.
El magistrado Germán Moldes insiste en que se dé cauce a lo denunciado oportunamente. Sin embargo, se hunde la canoa del todo porque el doctor De Luca, letrado afín a “Justicia Legítima”, alza su voz y expresa el cierre de la causa de los probables encubrimientos. Carpeta al cajón señores, y a otra cosa.
Tres meses lentos y arduos. Y sin una noción oficial definitiva. Con la oscilación del péndulo y con intereses cruzados. Con gritos y silencios elocuentes. Con la sensación que nos pone la piel de gallina. Si no se guardó la existencia de un funcionario tan sensible, ¿qué no puede ocurrirnos a nosotros, simples mortales?
Y, además, una intencionalidad descarada ya a esta altura del partido, de que se parcialice el caso y no se reconozca jamás qué acaeció realmente. Este nuevo carpetazo es una concreción en la praxis de tales argumentos. Se tironea del cadáver a cada rato. Pero son cada vez menos los sinceros interesados en llegar al meollo de la cuestión.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-