Opinión
Nuevo tironeo
La disidencia está servida. Los gremios opositores a Balcarce 50, lanzan hoy martes 31 de marzo, una ofensiva que se extiende cual red, por las venas de la geografía patria. Los transportes parados, los micros en sus plataformas, y así por el estilo. Una medida de fuerza que cuenta con la adhesión de un numeroso grupo de rubros laborales.
Si se paraliza lo que anda sobre ruedas, una enorme porción del día no laborable, está garantizado. Luego, la sumatoria interesante del resto de los sindicatos de la vereda de enfrente, le va otorgando un plus de impacto.
E incluso los émulos de la llamada CGT Balcarce, que comanda el metalúrgico Antonio Caló, ha tomado un recaudo digno de subrayar: ha dejado librada a la conciencia de cada trabajador de su ámbito, el hecho puntual de laburar hoy o no hacerlo.
Indudable es, entonces, queridos amigos, que algo sucede. Algo de preponderancia en el estándar laboral argentino. Y la primordial causa de esta medida es el pedido expreso de los representantes de los obreros de que se actúe con máxima premura sobre el eje que mueve al “mínimo no imponible” del “Impuesto a las Ganancias”, que afecta expresamente a quienes cobran en blanco, sueldos por encima de la barrera de los 15 mil pesos mensuales.
Varios reclamos previos ya se hicieron oportunamente. Ninguno obtuvo una respuesta acorde a las circunstancias desde Casa Rosada. Y, por lo que se ha oído desde las esferas oficiales, daría la impresión, que no habrá modificaciones en el corto plazo.
De modo tal que las posiciones se convierten en irreconciliables. Los que sufren el influjo de una normativa tan recesiva, padecen un descuento del 35 % en sus respetivos haberes, lo cual conlleva a maniobras diversas, como por ejemplo, gente que no desee aumento salarial en blanco, o que no haga horas extras para no verse afectada por las garras del impuesto.
Al mismo tiempo, ciertos sindicalistas solicitan a los empresarios un incremento de entre 45 y 50 puntos. ¿Por qué se busca este altísimo monto? Por una razón muy concreta: el maleficio de la inflación, que todo lo corroe, licua con extrema facilidad lo que obtienen de sueldo los trabajadores, por lo tanto, se negocia un porcentual lo más adecuado posible.
El “Impuesto al Rédito”, antecedente primigenio de lo que se conoce ahora, se creó en 1932, por tres años y con un fin específico: sanear las alicaídas arcas del Estado de aquél momento. Años después, en la década del ’70, se lo revitalizó, se lo volvió a usar en los ’90, y arribamos justamente a 1999 y se le colocó el moño de la “Tablita de Machinea”, la que no ha sido corregida por nadie.
La polémica se irá palpando con el transcurrir de las horas. Cada uno irá acercando agua hacia su molino. En el medio del trampolín, varios millones de laburantes aguardan una salida decorosa y efectiva que los deje bien plantados frente a la vicisitud de esta incidencia.
Claro que los efectores del Estado no quieren torcer su brazo. Y es comprensible, puesto que con el Impuesto citado, reúnen sin demasiada complicación, un excelente montículo de dinero fresco que se destina a planes sociales.
Por eso no arreglan ni un ápice del asunto tan urticante. Como tampoco han atacado con sinceridad y decisión el dilema de fondo: la inflación. Porque ahí se ubica el nudo gordiano, en la irresoluta estampida que provoca con su avidez enfermiza la mencionada enfermedad económica.
Por último, lectores míos, viene a mi mente el libro del escritor inglés que vivió en el Siglo XXVII, Tomás Jobs “El Leviatán”. Allí el autor refiere una sociedad integrada por seres humanos con variopintos defectos, con inclinaciones sustanciales muy unidas al mal, al conflicto, a la guerra y a las divisiones, por sobre cualquier virtud altruista.
Una vía de escape ante la monstruosidad imperante, fue la de entregar pues algo de cada individuo al Estado, un tercio quizá de lo que se producía. Esta lógica dió como resultado una verdad inversa a la ansiada en principio, una auténtica antítesis.
Al poco andar, el Estado expuesto por Jobs, transmutó en una deformidad sedienta, absorbente impiadosa de bienes de los ciudadanos. Cual el “Leviatán” bíblico, que destruye naves y deglute marineros. Cualquier similitud de este volumen con la cotidianeidad nacional, no será simple coincidencia.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-