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Improvisar soluciones

“Improvisar: hacer una cosa de pronto, sin preparación alguna y con los medios de los que se dispone en ese momento”. Y claro que sí, mis amigos. Se hace lo que se puede y como se puede en materia educativa, por ejemplo hoy. Marchando por detrás de los dilemas que se presentan a diario en las escuelas, sobre todo en las más necesitadas. Necesitadas de todo; huérfanas de asistencia, abandonadas casi a su suerte. O a los vientos de la improvisación. Por Mario Delgado.

Para pequeña gran muestra, baste un botón. Y ese botón está en la intersección de Avenida Del Valle y Piedras. Allí funciona estoicamente, por cierto, la Escuela Número 52 “Antártida Argentina”.

Es un espacio signado por las falencias y por la buena voluntad. Porque las instalaciones sufren de falta de correcto mantenimiento y el personal directivo, docente y de auxiliares, debe acomodarse cual guerreros en un hostil campo de batalla. Para colmo de males, lectores queridos, cada quien sabe a la perfección, que ese batallar, que ese acérrimo enfrentarse a gigantescos problemas, será en ese ambiente, una repetición insidiosa y constante, con el agravante de que, año tras año, las cuestiones a resolver serán cada ocasión más acuciantes.

En tal contexto, no es tarea difícil tratar de describir, tratar de anotar en un cuaderno de apuntes, todas las cosas que habría que arreglar o directamente cambiar, con el simple propósito de mejorar un poquito la calidad de vida de los educadores y de los alumnos que concurren allí: secundario por la mañana; primario a la tarde.

Un observador imparcial fijará no obstante, la vista en cuantiosos rincones del establecimiento y caerá en la sobrada cuenta de la temática de las improvisaciones. Y de los “ponchazos”. Manotazos ejercidos por el portero, en más de una vez, para salir del atolladero.

Porque a ver, como dicen los chicos: por acá, varios vidrios que no están; los pibes en las aulas, no tienen la ventilación que amerita el verano y en época de frío, no poseen calefactores que cumplan su función. En la biblioteca, la puerta chirrea más de lo conveniente y unos electricistas poco hábiles, pusieron los tubos fluorescentes, detrás de una columna de hierro. Un auténtico error que deja al salón con escasa luz en su ala derecha.

Una visita a los baños pondrá al observador con los pelos de punta. Algunos ya inoperables; otros en vías de terminar su ciclo y otro análisis por cristalizar: ¿no sería hora ya de construir más sanitarios, atentos a la cantidad centenaria de alumnos?

Aunque también se podrá topar quien recorra con tiempo y ganas, con un inodoro prácticamente nuevo, depositado a un lado. En un momento un señor vino, lo retiró porque se había tapado y colocó su reemplazo en lugar de destaparlo. Por una óptima razón: a él, lo mandaron a cambiar el citado elemento. Y cobró muy bien su trabajo.

Si se posa la vista en el techo, se notará la presencia reluciente de membrana con su clásico color metal. “¡Qué bien!”, exclamará el visitante, “se han ocupado de las goteras”. Pero su pretencioso entusiasmo durará lo que una gota de agua en el Sahara. Se caerá de espalda cuando le digan que en rigor de verdad, igual la lluvia filtra. O sea, alguien hizo un pésimo laburo que por supuesto, facturó sin titubeos en el céntrico Consejo Escolar.

La Provincia ni aparece por esta esquina. Sí los problemas que ahora produce la superpoblación de alumnos. A una mente brillante desde Inspección se le ocurrió trasladar un curso a un salón habilitado para treinta chicos. Y meten hoy cuarenta y cinco. Y el movimiento de pupitres y sillas.

El tipo que mira en derredor y anota, ya llenó decenas de páginas. Quiere tomarse un respiro. Otra cosa no tomará porque el agua sale “re caliente” de las canillas. Va hacia la cocinita. Muy chica es ella y sin salida de emergencia. La cocinera y su asistente, se mueren de calor. El horno lucha contra sí mismo por seguir andando. La mitad de los mecheros están inutilizados desde hace siglos.

Pregunta por un cuarto. “Preceptoría”, le contesta el guía turístico de la Escuela 52. Entra. Cuatro personas, una mesa, unas sillas y  una repisa. Y ya no te muevas porque no hay espacio acorde. Huye de ese recinto incómodo e insalubre.

La depresión sobrevuela ese ángulo de la ciudad. Donde todo se improvisa y nadie da la cara para poner coto al desdén. Se enseña como sea y con los recursos pésimos. A una súper genialidad se le ha puesto la idea fija por estos días, de subdividir el comedor y hacer un aula para compensar esa locura de meter casi cincuenta almitas en un solo salón.

Hay que ir. Pero más loable aun es permanecer y cada jornada intentar vencer un novel desafío, sin plata, sin acompañamiento, sin un Dios que los salve del infierno. El visitante llenó su cuaderno. Sale a la calle, enciende un cigarrillo y recién ahí comprende que estuvo en un colegio público.

Por Mario Delgado.-

 

 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho