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Opinión

El fantasma de la precarización laboral

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Luis Antonio Maciel era un joven que estaba empleado en negro por la Municipalidad de Posadas, en la Delegación de “Villa Cabello”, provincia de Misiones. Era el encargado de cortar pasto. Tenía ropa provista por la Comuna respectiva e inclusive la máquina que utilizaba, era del Estado Municipal norteño. En un desgraciado instante, se topó con un cable de alta tensión al que sin ver destruyó y falleció en el acto, electrocutado. La presentación judicial fue tajante y en contra de lo esperado: no le reconocieron derecho alguno de que su familia cobrase algún seguro.

Este es un pequeño ejemplo, queridos lectores, del siempre presente “fantasma” inaudito de la pertinaz precarización laboral en la República Argentina, que roza todos los niveles, todos los estamentos del campo del trabajo.

La historia reciente nomás es muy conmovedora y afecta a un gran cúmulo de personas que, es altamente probable, deban elegir, casi como entre la espada y la pared, entre quedarse en babia o marchar tras la manada mansa y sumisa de los precarizados y/o tercerizados.

Si hurgamos con detenimiento los indicadores malogrados de 1998 a 2002, veremos que en nuestro querido y vapuleado país, había un desempleo comprobable del 25 %. El índice de pobreza superaba con creces el 50 %. Y millones de indigentes pululaban por una salida de sus crisis personales y de laburo.

La devaluación del doctor Eduardo Duhalde y su Gobierno de transición, fue del 40 % y terminó, queriendo o no, beneficiando al ámbito de los exportadores. La flexibilización laboral, reafirmada en el período del doctor De la Rúa, no fue corregida del todo y nunca lo ha sido. Tampoco durante los tiempos del kirchnerismo – cristinismo.  Jamás se alejó de los hogares argentinos en su totalidad. Y nunca hubo certera y coherente intención de procurar su erradicación real.

Fíjense ustedes, amigos míos, que en 2014 los empleados no registrados, vale intuir sin aportes,  en el NOA, oscilaban del 33 al 41 %. Años atrás, en 1990, no pasaban la raya del 25,2 %.

Otra punta del iceberg en este ítem, la ejerce el sistemático avance de las jornadas pagadas en negro en esenciales rubros laborales. Observemos el siguiente cuadro sinóptico: Construcción: 65 % . El sector rural lo excede aún: 77 % de informalidad. El ambiente textil no le va en saga: 60 %.

Haciendo una recorrida por los universos de sexo y edad, nos ubicamos frente a estos guarismos: 1) Jóvenes precarizados: 58,7 %; y 2) Mujeres en idénticas condiciones: 35,5 %. Y hay más noticias para este boletín: un laburante en negro o tercerizado, cobra 63 % menos por hora ante igual laburo que un colega suyo que esté en blanco.

Es ya a esta altura de la carrera, muy subjetiva la promocionada incidencia oficialista de la creación, durante su mandato, de 4 millones de puestos de distintas tareas. El gato mató al ratón y entonces por estas horas, la cuestión tiende a ser un tanto más delicada y sutil.

El imán del empleo privado ha descendido a valores trágicos. El Estado ha contrarrestado tal detalle mordaz, con subsidios y planes sociales que ofician de diques de contención. Pero no ha abroquelado a las empresas de carácter multinacional que utilizan obreros tercerizados y en condiciones de explotación.

Uno de los tentáculos del capital extranjero es, precisamente, la ocupación de subcontratados, a quienes no permite ni respirar. El Estado también es culpable de tal tipo de contratación de personal. Asimilan así, ambos, un reprochable sistema en dónde el empleado no vale un cobre.

Señoras firmas internacionales, insistimos, actúan así. “Manpower”, “ISS” Y “Eulen”, son solo botones de muestra. Además hay que advertir que áreas completas de sus plantas, cuentan con operarios informales. Una triangulación perversa que libra a la Compañía de cualquier perjuicio ulterior.

No contentos con lo obtenido, los “usureros” del laburante, dan auge a un perfil de precariedad insana: la “Contratación a término”, o el archisabido “lo ocupamos por tres meses con opción a renovar”. Santas y malditas palabras y promesas que, a veces, impulsan falsos entusiasmos en los ocupados que deciden embarcarse en créditos y deudas, confiados claro, en la continuidad laboral.

Esos noventa días los viven a full. Se “matan” por quedar en su puesto. La mayor de las ocasiones, han sido tomados por fuera de los andariveles de todo Convenio Colectivo y, en un periquete los sorprende el alud: “ADIÓS, LO LLAMAREMOS MÁS ADELANTE”, diabólico y mortal vozarrón del Gerente o Jefe, que es indiferente a los favores recibidos.

La risa socarrona, soez y maldita del espíritu de la precariedad y tercerización, resuena oronda. Visto está que Casa Rosada no ha combatido como se suponía contra tales demonios. ¿Será una prioridad esta materia para los candidatos a sentarse en el sillón de Balcarce 50?

Por Mario Delgado.-

Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho