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Opinión

Debajo de la encina

Entre los años 1215 y 1270, vivió en Francia un hombre honesto que llegó a rey a partir de 1226. Se trata de Luis IX, también conocido como San Luis, justamente por su apego a valores humanos primordiales, y con un espíritu de solidaridad y austeridad que lo hizo desdeñar honores correspondientes a la jerarquía en cuestión. Por Mario Delgado.

Todo un ejemplo este hombre, mis lectores. Más de cuatro pretendidos dirigentes nuestros, debiera mirarse aunque más no sea, una oportunidad en la vida, en el espejo de don Luis de Francia.

Tuvo once hijos con Margarita de Provenza y fue un monarca cercano a las clases o sectores más pobres o desprotegidos. Lejos de ostentar poder o riquezas, se dedicaba a tender un puente permanente de colaboración con los necesitados de sus dominios.

Aunque no había por ese entonces un marco de división de roles, una estructura similar a la existente por estos días, trató de equilibrar lo más posible la balanza, evitando ceder a excesos o tráfico de influencias. En definitiva, él otorgaba a cada quien lo suyo, sin observar si el tal receptor era rico o menesteroso.

Están claras las exposiciones literarias, mis amigos, de Locke, Montesquieu o Aristóteles, en cuanto a la división de poderes en un Estado. No saben mucho al parecer algunos funcionarios argentinos de tan crucial tema.

Luis IX aplicaba su propia vara para no tensar la cuerda. Aunque no poseía su gobierno una estructura inherente a separar funciones semejantes a la que hoy visualizamos, instaba a sus súbditos a no avasallar criterios ajenos y a proceder con cordura y auténtica mesura.

E incluso él mismo se pasaba largas horas en Vincennes, debajo de una encina, recibiendo al pueblo francés e impartiendo justicia ante los casos que le planteaban; desde lo nimio hasta lo más sagaz y delicado, todo era atendido y respondido por el rey. Sin privilegiar a nadie.

Obraba con piedad, prudencia y firmeza y además, logró desarrollar una economía sobresaliente sin perder de vista su liberalidad.

Las teorizaciones son interesantes, mas a veces es menester predicar con la ejemplaridad de los actos personales y de gestión. En un país en plena etapa de transición, con enormes baches en la institucionalidad, con crecientes desalientos al obrar como corresponde, sirve el repaso, la mención a un líder como el que hemos descripto brevemente aquí.

Para que, en cierta forma, se tome lo imitable y se le otorgue a la democracia una agilidad y una noción de plena libertad que ahora no dispone. Con instituciones que garanticen los derechos cívicos de cada habitante del suelo patrio. Con demócratas que vuelquen su actividad pública en favor del otro y no en beneficio propio y pensando solo en eternizarse en el cargo o puesto.

En la época de Luis IX, no se votaba. Hoy podemos elegir con plenitud de acción a quienes queremos que nos dirijan con ecuanimidad. El nudo gordiano es llegar a discernir de antemano, al que servirá lealmente a su mandato del que no. Porque ¿a quién no le gustaría ver a un gobernante, sentado debajo de una encina, escuchando la voz de su pueblo?

Por Mario Delgado.-

 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho