Opinión
Dicotomías
La eternal noción de dualidad, se pasea oronda por las arterias de la República Argentina y por ende, también por Olavarría, creando a su alrededor un halo casi mágico de amores y odios, de encuentros y desencuentros, de “los unos y los otros”; especie de barrera invisible pero existente, que divide, que divorcia.
Hay cuando menos, dos países y por conjunción, dos ciudades nuestras. Con sus pro y sus contra, con sus manos abiertas y sus páginas expuestas al alcance de quien quiera leer. Eso sí, leer y “rumiar” con tiempo y paciencia para ir sacando las conclusiones y haciendo los respectivos análisis, con el mayor grado de imparcialidad posible.
Tenemos la nación del preso con sueldo y aguinaldo y del señor jubilado que obtiene cada mes, una auténtica miseria. La patria de la “civilización o barbarie” que pintaba Sarmiento, aunque eso suene ríspido y poco sensual a los oídos de cualquier auditorio. Poseemos en tal línea y dicho sea de paso, caros lectores míos, dos modelos de comarca, dos visiones o dos fehacientes y palpables realidades locales: los sectores con los beneficios ya concretados y los espacios que todavía carecen de las virtudes prácticas, léase asfalto, por ejemplo.
Estos “blancos y negros”, figuras eminentes del contraluz, son franjas, ecuadores que se hallan presentes a la dinámica hora de tomar en cuenta lo hecho ya y lo que resta por cristalizar, dentro de las murallas de una ciudad en desarrollo y crecimiento que nadie está en condiciones de negar o desconocer. La dicotomía a veces llama a viva voz a los “matices”.
Pero los efectos fotográficos terminan por visualizarse. La “candidez” de la cinta con cemento, no se lleva nada bien con la polvareda de la calle de tierra. Porque el concreto es fiel a su idiosincrasia, amigos, mas la tierra suele “metaformosearse” en barro.
Hete aquí que los padecimientos de los vecinos, culminan siendo diferentes. La luminosidad lo envuelve todo. La obscuridad opaca y cansa a las almas que quedan marginadas, excluidas del resto. La impetuosidad del avance ponderable y envidiable de Olavarría, requiere hoy al parecer, un ritmo particular de llegada a cada complejo habitacional, so pena de no llevarles a cada quien, el “poncho protector” o el vaso de agua solicitado, con los dolores de cabeza que eso implica.
Por supuesto que las familias abnegadas se ubican sin distingos, en ambos márgenes de la cotidianeidad vernácula. Clarísimo está que en los dos ángulos la gente madruga y labura a conciencia. Y anotan aspiraciones y sueños en sus agendas.
En los dos puntos cardinales, han de primar los derechos y las obligaciones. No hemos de minimizar tales elementos básicos de una sociedad que se precia de ser de primer nivel. Requerir servicios es un compromiso intrínseco de estar dispuesto a pagar en ventanilla, llegada la boleta. Pedir asfalto ha de conllevar el sello indeleble de tal compromiso, por cierto.
Se supone que los habitantes de los barrios “desamparados”, no ansían que les regalen de lástima nada; se sospecha que han de pelarse los bolsillos para abonar por tales trabajos municipales. Presunción que habrá que constatar y confirmar cuando sea menester.
Todos captamos la obra maquiavélica y chocante de la “estigmatización”. Vivir en tal lado, aislado y sin las mieles de otros conciudadanos, puede acarrear ninguneos y pérdidas laborales. El prejuicio se limpia las botas en la frase remanida y equívoca de “somos todos iguales”.
Falaz terminología. No es igual cemento portland que arena movediza. Por eso, que un chico deba contar con dos pares de zapatillas para ir al colegio, cuando llueve a cántaros, porque lo rebalsa la cantidad de charcos a eludir, no es igual al niño que va pisando el bendito asfalto.
No es lo mismo llamar un remis y que llegue en contados instantes a que no entre al barrio por el deplorable mantenimiento de las arterias. Las coincidencias se despiden emocionadas, por lo que advertimos. No pueden congeniar ni estar unidas. Hay dos ciudades, cuando menos.
Claro que somos individuos racionales y entendemos de prioridades. Y de teorías enunciadas por representantes de la Comuna. Es de honestos y sabios, comprender que a no todo el mundo, se le ha de conceder la santa construcción del asfalto. No es “soplar y hacer botellas”. Tiene un costo. Un manejo presupuestado, un eje de acciones para cubrir diversas áreas y obras que también hacen al devenir del pueblo querido.
El gran ítem reclamado, colisiona con los demás artículos del núcleo de realizaciones por emprender. En número redondos, son prácticamente 1000 cuadras a las que habría ya a esta altura de las circunstancias, que dotar del asfalto tan demandado.
A 300 mil pesos por cuadra…, saquemos la cifra exacta. Congeniar. Buscar un mínimo de consenso, es el quid de la cuestión. La impronta del viernes 5, nos insta a creer con excelso criterio, que las aguas han sido besadas por la montevideana arena. A enjuagar el vaso que rebalsó. A limpiar el hollín de las cubiertas y a recapacitar.
¿Culpables? ¿Falta de comunicación? ¿Inacción de las entidades inherentes? La inquietud no obstante, sería interesante que no residiese en estos minutos, en echar acaloradas e indigeribles culpas y visibilizar rencores. Que no se ocupasen los actores de descifrar el cómo se llegó a este desastre, sino por cómo salimos del atolladero.
Por Mario Delgado, para INFOOLAVARRÍA.-

