Opinión
La mirada de la Verdad
Los cimientos de la Verdad son inamovibles. Toda construcción filosófica, religiosa y por qué no política, debe apuntar a dicho elemento, a dicho interesante e inmutable concepto. Claro que no es tarea fácil ir en pos de ella o sostenerla a ultranza. La Biblia, por ejemplo, volumen sagrado de los cristianos, nos muestra en el libro de San Juan una consistente paradoja de este asunto, queridos amigos lectores. Por Mario Delgado.
La cuestión se pone tensa en el deambular de Jesús por la tierra de Palestina, así lo describe el “discípulo amado”, ante una actitud del Maestro, el cual refiere a quienes le seguían, ciertos preceptos relacionados con la implicancia de su Doctrina. O sea, mientras el sermón era liviano, no había dramas; todo viró cuando “les apretó las clavijas”, cuando los guió, o pretendió introducir al menos, en los dominios de la auténtica veracidad.
Conclusión: salvo unos pocos, el resto se llamó a retirada sin más preámbulos. Porque hay que reconocerlo: no siempre es símbolo de simpatía la señora Verdad. Sabido es que en ocasiones molesta, incomoda e inquieta más de lo habitual y esperado por aquél que oye o lee o escucha determinada cosa de sus labios candentes.
No obstante, ir detrás de su posesión o dejarnos seducir por sus argumentos válidos es loable y digno de destacar. Sobre todo en tiempos donde no se transparenta como se supone en teoría lo inherente al decoro de la actividad pública y a sus entramados diarios.
Hemos de reconocer que la Verdad como tal puede ser expresada por un amigo o incluso por un enemigo, o por alguien con quien no coincidimos ideológicamente. En cualquier instancia merece el mismo apego y respeto. Aunque en nuestro querido país en la última década, adscribir a los dominios de la Verdad, ha sido toda una odisea.
Por el invento del famoso “relato”, vieron amigos. Esa creación falaz fue calando hondo en la sociedad y entonces los valores se han tergiversado un tanto. Declinó la balanza. Si el propio Estado, a través del intervenido Indec, mentía, ¿qué quedaba para el ciudadano de a pie? La gota se multiplicó y cada vez se empleó con mayor asiduidad eso de mutar las cifras, engañar o descalificar al otro, al que precisamente, quiere abrirnos los ojos para observar sin anteojeras, lo que acaece a nuestro alrededor.
Mas el boom sirvió, rindió su pérfido fruto. Y la cultura enraizada se dobló, se arqueó. Y hubo que empezar una batalla pertinaz contra la costumbre de cambiar el sentido y la trascendencia de los aconteceres. El que ya era idólatra de la hipocresía, se “recibió” en la escuela kirhcnerista y el que no, y los jóvenes, se encontraron cada hora con mayor fluidez con los peligros, con la tentación mordaz de mentir y no ser reprendidos por ello.
La Verdad es absolutamente piramidal, se capta pues. Si el que está en una función de privilegio no es un individuo confiable y de palabra, nada se podrá solicitarle al cúmulo de la población. La carencia de ejemplos en este sentido es asombrosa y preocupante.
Esto no viene de ahora, es totalmente cierto creer y subrayar esta idea. Ya don Carlos Menem dijo a poco de ganar en 1989: “Si hubiese explicado lo que iba a hacer, si hubiera dicho la verdad, nadie me votaba”. Está echada la suerte. Sin perjuicio de lo antes vivido, la naturalización del engaño se ha registrado con patente y todo, en esta época de oro de la República Argentina.
Una perlita en la mar es Elisa Carrió. Ha sido vilipendiada a diestra y siniestra por su forma de moverse en la política. Y por sus desplantes y devaneos. Y desarmar estructuras ya levantadas. Se podría escribir un par de columnas jugosas y quedarnos “pipones”. Pero hay algo que no es bueno obviar o minimizar: sus denuncias contra los desequilibrios del oficialismo, sus resonantes discursos anti narcotráfico, y un sinfín de mensajes por la doctora exhibidos durante años, no han sido rebatidos por el índice acusador y revelador de la desmentida oficial.
Dijo la pura verdad la mediática señora legisladora. Quizá en un modo que no arrastre adeptos. Y hoy expresa un sentimiento expuesto por muchos: sin la unidad opositora, vuelve a Olivos el peronismo. A lo mejor se retuerce demasiado el pincel sobre la superficie y queda ésta mal pintada. Puede ser, como no. Pero…
Y la segunda punta de lanza es el señor juez Claudio Bonadío. El hombre nació en San Martín y militó en “Guardia de Hierro”. Estuvo junto a Miguel Toma en el PJ porteño. Llegó a la Justicia Federal, dicen los entendidos, de la diestra de don Carlos Corach. Sobreseyó a gente del ex “patilludo” Presidente riojano.
Quizá sean atendibles las críticas de aquellos que no lo admiran para nada. Tal vez no sea un magistrado perfecto, a la usanza romana. Mas está en una investigación que, si se confirma, nos tiene que paralizar y movilizar a la vez: ya no sería corrupto sólo el entorno presidencial; la mismísima Jefa de Estado tendría que dar explicaciones de maniobras urdidas con total desparpajo e impunidad. Y torpeza también, propia de la abundancia de impunidad.
Los corruptos, los mentirosos, los falsos, se denotan impávidos ante el fragor de los avances de la Verdad. Hasta que caen en la cuenta de los que les sucede. La proclamación de dichos y hechos plenos de veracidad, pueden atraer o ahuyentar, tal como en los momentos de Cristo y sus discípulos.
La inyección es idéntica: duele hasta los tuétanos. Aunque a los breves instantes, te sumerge en un éxtasis purificador. La Verdad no admite medias tintas. Es o no es. No se acomoda, no se maquilla para quedar bien. Se planta en todo sitio, tal cual es.
Y, entre nosotros amigazos, ¿quién podría resistir su potente y radiante mirada, sin ponerse colorado, sin temblar un poquitín?
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-