Opinión
Inseguridad: estadísticas y resignaciones
Mirar para ver. Es una obviedad. Aunque no creas, mi amigo, que es tan evidente. Pues hay otra categoría también aflorando en el horizonte: los que tienen ojos y no ven, oídos y no oyen, o, en su defecto, terminan haciendo el ejercicio disimulador de hacer creer al auditorio, que se está trabajando en algo específico, cuando en rigor de verdad, la cosa en sí, transita por otro carril. Por Mario Delgado.
Claro que el vecino que lee o escucha los medios entiende la problemática que acucia. O, por lo menos la palpa, cuando no la sufre en carne viva. Los procedimientos han mutado, es válido reconocerlo, de un lado y del contrario también.
La transformación ha recalado para mal. Los métodos de los que hacen del delito su modo de subsistir, registra nuevas modalidades y acciones poco digeribles tiempo atrás. A su vez, amigo lector, la platea involuntaria abonada a los distintos sucesos, ya se ha apoltronado en su sillón y no reacciona tan intempestivamente como hubiese ameritado la ocasión.
Esto lo saben los unos y los otros. Los buenos y los malandras. No en vano se cuecen habas por doquier, pese a los denodados intentos de ir frenando la adrenalina hampona.
Por supuesto que los negligentes ejemplos no colaboran. Porque si tomamos en cuenta que en una esquina X, un grupo sintomático de muchachones se juntan, cual ganado, para beber, escuchar música a alto volumen y consumir algo más, entonces arribaremos prontito nomás a la conclusión que no se va en la dirección precisa. Sobre todo si multiplicamos la cantidad de esquinas X que reciben a los “NI NI” locales.
En algún momento indicado, habría que desterrar tales costumbres. Los métodos pueden ser disímiles, según el criterio del operador de la tarea disuasiva. Claro que la educación sería el óptimo modelo a emplear con los pibes que, a lo mejor, se reconcilian con la sociedad si se les asiste una oportunidad de sentirse útiles y aceptados.
Pero algo acaece y algo hay que hacer. Porque, más allá de estadísticas y resignaciones ciudadanas, las mutilaciones a la paz comunal, están a la orden del día.
Las sospechas son variopintas y atrayentes, desde luego. Porque también convengamos que nada es casualidad. Las cartas se barajan y se dan de nuevo. ¿Una macabra interna policial? ¿Despecho por la designación de jefes policiales vernáculos?
El aumento del comercio al menudeo y no tanto de drogas, influye desde su óptica. Y habrá sin lugar a dudas otras razones más o menos potables. Mas las incidencias son cada vez mayores, con casos de gente golpeada y un desarrollo ostensible de inteligencia previa para detectar detalles insólitos y no percibidos fácilmente, si no se advierte de antemano la situación de la vivienda o comercio a violentar.
Y otra clave: entregadores. Da la impresión que esta casta de personas, va en incremento. Y las pruebas son referibles. Tanto para robos en la planta urbana o en la zona rural. No en vano, un vecino de Santa Luisa, exclamó hace poquito, con relación a un citado caso de robo en una casa vecina: “Hay entregadores”.
Y las citas se reiteran, bloqueadas solo por el dolor e impotencia de las víctimas y sus afectos cercanos. Porque subrayemos algo además: son cada jornada menos habitantes aquellos que levantan el tubo o te visitan para tenderte una manito, cuando has caído en desgracia y te han despojado de cosas útiles y de dinero en efectivo.
La insensibilidad, en tales minutos, daría la impresión de estar acompañada de la costumbre a la que me refería renglones arriba. Ya hoy todo es común y la capacidad de asombro, se hace añicos.
En Pueblo Nuevo una casa violada y plata que voló. Una Estación de Servicio GNC en la Ruta Nacional 226, cayó en la red. Camisetas de básquet de la muchachada de El Fortín que se evaporan misteriosamente. Una Sociedad de Fomento, la de AOMA, con un frezzer y 100 platos que salen por una puerta que no ha sido rota. Robo de mercaderías y 30 mil pesos en un negocio de remates, en Avenida Pringles 2865.
Citables encuentros siniestros con la lacra. Ojalá no sean simples estadísticas que caigan en el pozo sin fondo de la resignación a ultranza.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-