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Opinión

Los abusadores están aquí

La olla se va a destapar, en escasos días, revolucionando una vez más el ambiente, cuando salten del ostracismo los apellidos de dos noveles denunciados. Personas ubicables dentro del marco social. Nota de Mario Delgado.

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No hay que remontarse a otra galaxia, ni tomarse un avión o un tren hacia diversos destinos. No hace falta. Tristemente no hace falta, mis amigos. Ellos, los abusadores, están aquí.

Están dentro de nuestro paisaje cotidiano, mezclándose, mimetizándose, con cara de “yo no fui” y con el ánimo dispuesto. El tema es pasar desapercibido, pues. Que la propia parentela incluso, descrea de cualquier rumor. Y menos aún, ante una senda denuncia en contra de aquél tipo tan comedido, tan buen vecino, tan buen tío.

La cauterización del daño que cometen, no llega jamás. Aunque se sucedan los almanaques y se tomen doce pastillas diarias las víctimas.

Lo peor que se le puede hacer a un individuo, sea varón o mujer, es ultrajarlo en su intimidad, y sobre todo, claro, si tal aberración ocurre en la niñez o adolescencia del sujeto en cuestión.

El resentimiento, la culpa y la vergüenza se multiplican con el correr de los calendarios, al ir creciendo la víctima y a ese condimento irreconciliable con la felicidad, habrá que anexarle el descrédito que tantas ocasiones tendrán que soportar de propios y extraños, al ir planteando lo que les aconteció tiempo atrás. O a veces, la duda y la burla, surgen en tiempo real, ahí mismo cuando los abusos son recientes.

Quizá todo se remonte a una cultura machista y muy ligada a la idea de guardar las apariencias y evitar, por qué no, a toda costa, el fantasma tan hiriente del “qué dirán”.

Se han ocultado casos con inusual premura en Olavarría. Apellidos célebres involucrados y los oídos tapados de sus familiares directos, en aras de salvaguardar las formalidades. Sin importar la procesión intestina de las almas abusadas y/o violadas con impunidad harto garantista.

Los buitres revolotean desde siempre. El punto distinto es que ahora, parece tímidamente comenzar a torcerse el brazo de la desidia. Y la preocupación por las murmuraciones, se diluye poco a poco.

Y salen a la luz del derecho, los energúmenos que se pasean orondos en nuestras plazas y parques. Y la gesticulación de asombro de cientos de vecinos es una cosa constante.

No interesa clase social, ni tampoco lo que guarde de dinero en su billetera. Cualquiera puede ser. Y de eso hay que convencerse.

La olla se va a destapar, en escasos días, revolucionando una vez más el ambiente, cuando salten del ostracismo los apellidos de dos noveles denunciados. Personas ubicables dentro del marco social.

Ni extraterrestres, ni disminuidos mentales, ni ocasionales viajeros: ciudadanos locales, expuestos a la vida pública.

Por tal motivo, hemos de permanecer atentos, si anhelamos de verdad, limpiar las calles y las casas de los roedores del cuerpo y el espíritu.

Buena predisposición existe desde la tribunalicia ciudad de Azul, con el señor Fiscal general Marcelo Sobrino, para destrabar hechos acaecidos años atrás y ponerlos en la mesa de lo actual, buscando el recoveco legal, la teoría que le dé lugar a la acción judicial otrora paralizada.

Decenas de casos son analizados hoy, amigos, por la lupa de la Justicia. Y se le incorporan otros más nuevecitos, con idéntico patrón delictual: padres, padrastros y hasta hermanos, sujetando la voluntad de sus hijas, hijastras, hermanas y primas, para obtener sus objetivos maléficos: saciar sus bajos instintos.

Cabe consignar que antes era más fácil huir del bullicio. Las cadenas se han ido rompiendo y las víctimas toman su iniciativa de hablar, sin atenerse a consecuencias tristes. Porque sufren horrores y no hay por qué continuar amparando al pedófilo, o al abusador que se sentía intocable por la ley.

Van a quedar boquiabiertos, sin dudas, más de cuatro cuando suene el clarín, nombrando a éstos nuevos acusados. Pero que no sea una estridencia momentánea, que sirva para despertar definitivamente, a quienes duerman todavía.

Los abusadores están aquí.

Por Mario Delgado.-

Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho