Opinión
Instalarse ahora
El asfalto hundido en una ochava de las arterias Independencia y Trabajadores. Falta de iluminación correcta en Independencia al 4900. Unos terrenos del Club Racing con pastizales altos y secos ahí mismo. La demanda vecinal que resuena como un clamor en el desierto. Por Mario Delgado.
Los robos y asaltos que vuelven a propalarse por varios barrios, entre ellos Roca Merlos y Pueblo Nuevo y la vieja dicotomía de hacer o no hacer la correspondiente denuncia ante los servidores del orden.
Los pedidos de sectores denominados “periféricos” que, puntualmente requieren un servicio de calidad para sus espacios: el asfalto. La puja silenciosa o bulliciosa a veces de quienes tratan de asomar la cabeza y abrirse paso a un mundo que se les antoja hostil.
Un marco de violencia inusitado y fuera de control que lleva a dirimir antiguos y noveles conflictos entre pares, a golpes de puño, a puñaladas o con un arma de fuego, elementos que surgen demasiado rápido en un contexto ya generalizado de carencia de diálogo fértil y tolerancia civilizada, propia del Siglo en cuestión, mis lectores del alma.
Cualquier excusa es propicia y se convierte con efusividad en la génesis del caos. Los parámetros se corren o dejan de existir, de cara a tanta nerviosidad imperante y sin visos de que alguien le coloque freno y se retome otro sendero, el de la cordura.
No son tiempos para timoratos ni para distracciones momentáneas o prolongadas, que hagan perder el hilo conductor de la realidad que nos toca en suerte o en desgracia, según se observe. No son horas de pelear contra molinos de viento; más bien de pararse frente al humo de las circunstancias y poseer un discurso coherente y válido.
Pero, eso sí, son instantes pre electorales. Con lo cual las calles olavarrienses se pueblan de nombres y símbolos de quienes anhelan arribar triunfales y coronados de laureles a Rivadavia y San Martín.
Tarea un poquito compleja puesto que no sale de la galera el hombre o la mujer que seduzca al habitante de esta peculiar ciudad del centro provincial. El ítem básico no es querer sino poder. Porque querer es más fácil que poder. Deducción banal pero no vana. Y a las pruebas podemos remitirnos con un número considerable de ex postulantes al sillón de don Amparo Castro que hoy leen mis columnas en camiseta.
Olavarría abre sus alas a nuevos referentes, les insta a visitar a los vecinos, los anima a proponer un programa de acción, los empuja si es preciso. El quid de la cuestión, sin embargo, es lograr vencer la barrera invisible pero lógica de lo que ya está instalado. O sea del oficialismo eseverrista.
Se arrojan dardos, se polemiza sobre los flancos débiles, o supuestamente débiles, del Municipio, se planea un festín opositor y luego, al abrir las urnas, las desilusiones van ganando terreno. ¿Por qué no se le arrebata el cetro al señor intendente?
Si este es un día ideal para colocarse en la línea de partida. Si las condiciones están dadas para poner en el candelero a un contrincante de fuste, que compita de igual a igual. Hay gente que se conforma con lo actual, que acepta lo construido y continuará validando al redil oficial. Mas hay también otro rincón del ring, con personas descontentas, desencantadas, ansiosas de una transmutación. Y miran entorno con la obsesión casi desesperada de asirse a un paladín de la vereda de enfrente.
La sombra de la duda crece en el bosque de la inquietud: ¿será hallado finalmente el candidato capaz de calzarse la banda, por fuera de la voz eseverrista?
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-