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Opinión

Opinión: Fin del relato

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Cayó el grueso telón finalmente. Doce años de hegemonía kirchnerista, con una firme ideología basada en cuatro pilares de fuste y nefastos: corrupción sin limitaciones, clientelismo espúreo, división de aguas entre hermanos y un armado férreo de un “relato” que fue creando una imagen distorsionada de la cotidianeidad.

Prepotente, soberbia y absurda. Así se hizo ver cada jornada la señora Jefa de Estado en su tiempo de mandato. Ya su esposo, hoy fallecido, abrió el camino, con una impronta lúgubre de ir creando un enemigo permanente y necesario para hacer proliferar su semilla de “kirchnerismo eterno”.

Por suerte, se pudo recapacitar y no ceder a la presión en 2013. Destruido el proyecto de reformar la Constitución Nacional, Cristina Fernández se empezó a hundir en el fango de su propio odio y resentimiento.

Cada hora más enferma de ambición, sin paz ni calma, sumió al país todo en la desesperanza, formando un tejido social adicto, que vivía gracias a las dádivas de Balcarce 50.

Y las páginas del libro gordo del inventario oficialista, continuó nutriéndose de versiones mentirosas y mediocres de lo que en verdad iba acaeciendo en la Argentina nuestra.

Pelea constante contra el Grupo Clarín, achacándole al periodismo no adicto, varios de los males incubados en la imbecilidad e incapacidad de su equipo de gestión.

Profiriendo amenazas y creyendo que la gente es ignorante de toda ignorancia, forjó el metal de la inmortalidad en el sillón de Rivadavia, trascendiendo su período de gobierno aún. O sea, amigos, nunca aprendió a respetar al prójimo, nunca vio a la República y su sistema equitativo de poderes, como algo a venerar. Nunca interpretó que todo en la tierra posee su momento y que hay que entregar como corresponde, los atributos presidenciales a quien la sucediese.

No fue meta culmine de Cristina una nación sin pobres. Al contrario, sólo los usó, los utilizó a ultranza, dándoles a cambio de su respaldo y presencia en actos militantes, una migaja que caía absorta de su mano manchada de dinero acumulado a expensas de los demás.

Lo más calamitoso del setentismo por fin se va de Olivos. Con una troupe de aduladores de ocasión, de falsos aplaudidores, mercenarios serviles que ya deben ir viendo la factibilidad de cruzarse de bando.

¿Se pondrá ahora en movimiento la maquinaria de la Justicia? Si se da tan así, mis amigos, más de cuatro ex “hombres fuertes” del cristinismo, desfilarán cual marionetas por Comodoro Py. Pero la mismísima familia presidencial y ella misma, serán tocados por la vara ecuánime, si, repito, las cosas se encausan.

Porque la impunidad no debe ser una materia común. Porque la gente se siente imbuida de una rara esperanza. Una mirada de positividad y de conciliación con el otro, aunque éste no piense igual. Y también late, insisto, un reclamo de poner en caja a los díscolos que han lucrado en nombre del Estado que se resquebraja.

El volumen obscuro se cierra. Alguien llora. Otros ríen con sonrisas de aires nuevos.

Por Mario Delgado.-

Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho