Opinión
No apto para obsecuentes
Después de 31 años de vida democrática ininterrumpida (o al menos, de poder votar cada 24 meses, que no es lo mismo), los resultados no terminan siendo tan auspiciosos como debieran, teniendo principalmente en cuenta, la bastedad de actividades y de acciones concretas que engloban al segmento de la política partidaria, tanto para quienes ocupan un sitial de opositores o de ejecutividad. Por Mario Delgado.
Tal vez un pequeño consuelo sea, sin embargo, observar que pasa idénticamente en otras latitudes. Porque el eje basal del asunto consiste en percibir que la profesión o la “carrera” política, está inscripta con un grado llamativo de desprestigio en las encuestas más prominentes.
Esta circunscripción tan directa y digna de análisis, contiene por supuesto, sus puntos de apoyo, sus fundamentos. Nada es porque sí nomás, nada tampoco es casual. Es de buen entendedor discernir que en la República Argentina, específicamente, muchas expectativas, muchos sueños, muchos sentidos anhelos, se vinieron estrepitosamente abajo en estos años por la culpa de quienes ejercían la función pública.
Las decepciones se han multiplicado y las nuevas generaciones no sólo las palpan, sino que empiezan también a sufrir tal flagelo. Llenaríamos varios tomos con las promesas incumplidas, con las audiencias no concedidas, con las burlas a la sociedad hechas desde algún puesto de mando.
La falta de memoria del votante no obstante, permite cierta ventaja denominada “reciclaje”. Esto significa lisa y llanamente, reconvertirse el candidato o funcionario en algo diferente a lo que era, en un tiempo récord. Se reniega pues con facilidad de lo que hasta hace un momento, era la gloria, el súmun de la vida y lealtad.
La democracia perfectible que nosotros tenemos, nos devuelve cada día ejemplos de malos demócratas o de inútiles para todo servicio, metidos en una oficina por un acomodo. Ante esta circunstancia, son generalmente seres altaneros que se olvidan que, en rigor de verdad, no valen ni siquiera el sueldo abultado que cobran mes a mes, de las arcas de sus vecinos, a los cuales ningunean con soberbia.
Que la gente no quiera a los políticos o a algunos de ellos, no es de balde. Porque, salvo honrosas excepciones, son un tropel desbocado que se gana la confianza del pueblo para triunfar en una contienda electoral y luego, a otra cosa mariposa. Insisto, salvo algunos excelentes y honestos políticos que están y dan la cara en cuanto se los convoca.
Los sucesos que todos conocemos en materia de ciudades inundadas, son una tétrica demostración en la praxis de lo señalado hasta aquí. Pésimo han actuado. Todos. Es increíble como la mansedumbre de los hombres y mujeres, sobrepasa a la bronca y el dolor que les cala en el alma.
¿Cómo es posible que el Jefe de Gabinete de Daniel Scioli y el ex Gobernador Felipe Solá, discutan en un coqueto estudio de televisión, teniendo como telón de fondo, las casas tapadas de agua? Son caras de piedra. A propósito, todavía me acuerdo cuando don Cafiero por poco se iba a tomar las aguas tumultuosas del Salado, allá por ¡1987! Una vergüenza “marca cañón” que lleva el sello de tipos votados por la población.
Y se re postulan una y otra vez y continúan su periplo personal “dibujándola”. La Nación, la Provincia e incluso ciertos Municipios parecen haberse aliado para no hacer nada. Y no falta el caso de intendentes que le prohíben a los medios contar lo que observan. Y a los propios vecinos los “aprietan” para que no narren en canales capitalinos, su desdén.
Miserias de la “clase gobernante”. Y enorme pasividad de un cúmulo de personas resignadas a cualquier desmán. Por eso las tempestades persisten. Porque los unos y los otros, es muy triste advertirlo, se complementan, consciente o inconscientemente.
Si las exigencias ciudadanas fuesen tangibles y se controlase a los funcionarios como corresponde, la cuestión podría diferir. Pero no. Y avanzamos a los ponchazos, a tientas, confiando apenas en un futuro más promisorio. Futuro utilizado como figura metafórica de un cambio que jamás se huele.
¿Van acaso los mandantes a ensuciarse con los desechos cloacales que bailan por las viviendas en Luján u otras localidades? Discuten desde la TV, mas no se remangan. Patéticas máscaras que seguro en 2015, gritarán a voz en cuello: “¡Vótenme!”.
La política en democracia la concibieron los griegos sabios de la antigüedad, como una útil herramienta solucionadora de los problemas de la sociedad. Un “oficio” cargado de sentimiento y humanismo. Un político es, en teoría, un servidor del pueblo. Un nexo importante entre la dificultad y la respuesta adecuada del Estado en los tres niveles.
La dicotomía entre lo que debiera y lo que es, asusta. Ingenuos seríamos si nos atenemos a la idea solamente, a los papeles, a los juramentos de inicio de gestión. Pena, dan pena los hermanos “pasados por agua”.
Ahora resta saber, amigos lectores, si alguna bendita oportunidad, reaccionaremos y sufragaremos a conciencia, no replicando fallas del pasado. ¿Cómo es entendible que haya nombres que vienen haciendo política desde el ’83? ¿Alguien en su sano juicio, cree que esas almas desean el bienestar del prójimo, o el suyo propio? ¡Por favor! El animal que es maltratado, dispara del imbécil maltratador. Los humanos en cambio, reincidimos en tropezar con la piedra molesta.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-