Opinión
Opinión: ¿A qué has venido?
Los émulos de Cristo recordarán este pasaje de San Mateo capítulo 10, versículos 34 y 35: “No penséis que vine a traer paz a la tierra; no vine a traer paz, sino espada. Porque vine a poner al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra”.
Y San Lucas 12:51 expone: “¿Pensáis que vine a dar paz en la tierra? No, os digo, sino más bien división”. Drástico, certero, tremendo el concepto evidenciado por Jesús en su paso por Palestina. La cuestión es determinante. Son muchos los que pueden incluso escandalizarse ante semejante texto. No han faltado quienes, argumentando en el aire inconsistente, señalaron oportunamente que podía haber aquí un yerro en la traducción del original o un agregado de vaya uno a saber quién.
No obstante, mis amigos, los reflejos que da el contexto son dignos de análisis detenido. La luz brilla enseguida si uno se enfoca en el cuadro correspondiente. La dinámica del evangelio es proclive en cada instante a una absorbente convocatoria.
La polémica espada divisoria del Hijo del Hombre instalaba una dicotomía basal de alto voltaje: o yo o la nada, o yo o el vacio, o la fe en mí o la apostasía o el ateísmo. Seguir en pos de la comunión cristiana requería y requiere aún hoy, un apego dogmático sin dilaciones, sin espacio para la duda o la conjetura filosófica.
Ese es el punto primigenio. O estás con él o en contra de; no hay más opciones posibles. No hay otro camino. Por eso la verborragia de la línea divisoria. ¿Cuántas familias se han distanciado por causa de Cristo? Acaso innumerables con el correr de los siglos.
En lo secular y en nuestra historia como país, amigos, los ejemplos abundan en torno a tal circunstancia separatista. Con igual efecto que el propugnado por la grey de la cruz. Con torturas y cadáveres secándose al sol, a la vista de todos, cual símbolo útil de la bestial intolerancia.
De unitarios y federales. De radicales y conservadores. De peronistas y antiperonistas. De trajeados y descamisados. De montoneros y Triple A. De kirchneristas y contras del “proyecto nacional y popular”. Sombras chinescas que recrean, cada uno a su manera, una sugestiva forma de ver las situaciones a lo largo y ancho del tiempo.
Y con una invocación para nada sutil, claro está: el sujeto situado delante o detrás, si no piensa idénticamente, es un vulgar enemigo a quien es menester erradicar, ningunear o “escrachar”, depende el momento y la furia de la embestida.
La contradicción es un ítem permanente y palpable en tales casos de intransigencia. Desde lo religioso a lo político. Desde lo cotidiano hasta lo más obscuro de la dialéctica compulsiva. Se paran los supuestos dioses, los pretenciosos elegidos en un sitio, en un punto cardinal y desde ese segundo de apertura, van sembrando desazón e intranquilidad.
Jesús se definía como un ser de amor y paz; empero su movimiento necesita adhesión sin sugerencias aledañas, sin trabas a lo ya sentenciado. Porque nadie estaría capacitado para acercársele.
Y es así por contagio en cualquier estamento dictatorial. “Si yo me voy viene el caos”, subrayó en algún atril don Carlos Saúl cuando se veía caer su “imperio” sin “revolución productiva” ni “salarasiazo”.
En este marco, me quedo mil veces con Voltaire. Y con los apasionados del debate, de la discusión provechosa, del contrapunto que sirva para lograr metas, no de las rencillas inútiles o de los monopolios de la verdad, que a la postre se traducen como insípidas usinas promovidas por ventajeros que generalmente lucran con o gracias al poder de turno.
Ahora la nación pasa por un desasosiego de divorcios esquemáticos. De enfrentados por las ideas. De padres enojados con los hijos, no a causa quizá de la fe, sino de la posición ante Casa Rosada y sus acólitos. Amigos que ya no cenan juntos por motivos políticos. Una vergüenza.
Y para remachar la chapa, arribó una noche don Víctor Hugo Morales. No se puede estar 24 horas hablando mal del Grupo Clarín. Ni tampoco del oficialismo de Balcarce 50. Equilibrio es la punta del iceberg. No decir a todo que sí y saber de qué se trata, de qué la va cada uno.
De salvadores y potentados, ya debiéramos habernos saturado.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-