La Región
Un auto atropelló a un grupo de ciclistas en la ruta 226 cerca de Mar del Plata: un muerto y seis heridos
La víctima fatal tenía 68 años y se trasladaba por la mano que va hacia Sierra de los Padres. Las otras personas tuvieron que ser trasladadas de urgencia al Hospital Interzonal.
Un ciclista que se trasladaba junto a un grupo por la Ruta 226 hacia Sierra de los Padres murió hoy a la tarde al ser atropellado por un auto a la altura del Hipódromo, que tras el impacto cruzó de mano y chocó de frente a otro vehículo.
La víctima fue identificada como Carlos González, un jubilado de 68 años que tenía al ciclismo como pasatiempo y que incluso había realizado competencias a nivel nacional e internacional.
Además, de otros cuatro ciclistas que resultaron con heridas, el hombre de 78 años que los atropelló al mando de un Peugeot 3008 años se encuentra internado en gravísimo estado luego de haber sufrido un ataque cardíaco. Se trata de determinar si esa descompensación fue la que originó el accidente.
También la conductora de un vehículo que fue impactado por el Peugeot sufrió lesiones que obligaron su traslado de urgencia al Hospital Interzonal.
Los ciclistas heridos fueron identificados como Enrique Raineri, Osvaldo Campero, Sesbatián Bauzas, Alejandro Verlini y Emiliano Sánchez. No se conoció el parte médico oficial pero todos fueron internados en el HIGA con heridas de diversa consideración.
El accidente se registró cerca de las 14 en la Ruta 226 a la altura del kilómetro 6, cuando, por motivos que son de investigación, un grupo de ciclistas que circulaba por la calzada en dirección a Sierra de los Padres fue atropellado por un Peugeot 3008 manejado por Amadeo Constantini (78).
Accidente ciclistas
Las primeras especulaciones apuntan a que el conductor de 78 años pudo haberse descompensado o simplemente no resolver a tiempo el obstáculo de los ciclistas, en especial por el mal uso de la caja de cambios automáticas de su Peugeot 3008.
Tras embestir a los ciclistas, el vehículo se fue hacia el cantero divisor y lo atravesó para subirse a la mano contraria, donde lo colisionó un Renault Clio, manejado por una mujer de 42 años, que iba hacia Mar del Plata.
Los ciclistas quedaron tendidos sobre la cinta asfáltica con graves heridas y, personas que circulaban por la Ruta 226 y vieron el accidente frenaron, los asistieron y llamaron al 911. Por su parte, los autos que chocaron de frente quedaron prácticamente destruidos.
Inmediatamente personal policial y de Tránsito fue hasta el lugar y cortaron el tránsito. A los pocos minutos acudieron seis ambulancias y llevaron a cuatro de los ciclistas y a los conductores de cada vehículo hasta el Hospital Interzonal de Agudos. Desde el nosocomio informaron que todos quedaron internados con politraumatismos, un ciclista en estado grave, otros dos con politraumatismos y fracturas, y el conductor del Peugeot con un cuadro cardíaco severo.
Si bien las ambulancias acudieron inmediatamente al lugar, nada pudieron hacer los médicos para salvar la vida de González. El hecho es investigado por la Fiscalía de Delitos Culposos, a cargo de Pablo Cistoldi.
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Abandonaron una camioneta con cuatro cadáveres electrocutados en el hospital de Bahía Blanca
Según las primeras investigaciones, se trata de los cuerpos de cuatro personas que intentaron robar cables de una línea de media tensión en cercanías de la ciudad, y recibieron una descarga de 33.000 voltios. Además de los muertos, había un herido, que sobrevivió.
A última hora de anoche, una camioneta sorprendió al personal del Hospital Municipal de Bahía Blanca. Porque en su interior había cuatro cadáveres y un herido, y el conductor trató de huir luego de dejar el vehículo estacionado, aunque fue detenido. Los fallecidos y el herido habían sufrido una descarga eléctrica mientras intentaban robar cables.
Las primeras informaciones, según La Nueva Provincia, aseguran que todos se hallaban robando cables en un campo del kilómetro 57 de la ruta nacional 33 -pasando el paraje García del Río- y sufrieron una descarga eléctrica de 33 mil voltios. El incidente ocurrió después de las 23 del lunes.
En esas circunstancias, las víctimas fueron trasladadas por un sexto hombre a bordo de una camioneta Volkswagen Amarok, patente NUD 310, que quedó estacionada en la puerta del centro asistencial.
“Una descarga descomunal”
Si bien el conductor se dio a la fuga, horas después fue capturado tras un allanamiento en una vivienda de La Pinta 377. El detenido fue identificado como Ángel Daniel Gallardo, de 66 años.
Los fallecidos, según la Policía, eran Facundo Uribe (32), Joaquín Acosta (18), Fernando Gallardo (25) y Federico Strick (28). También ingresó con quemaduras por descarga Emanuel Chamorro Sepúlveda (20), pero se encuentra consciente.
Los ladrones recibieron una “descarga eléctrica descomunal”, señalaron desde la empresa distribuidora EDES a La Brújula 24, en referencia a los cables de medita tensión que estaban manipulando.
En el vehículo ocupado por los cuatro fallecidos, a su vez, se secuestró un handy con la frecuencia policial, elemento que ahora está siendo sometido a una investigación.
Perseguida
Al filo de la medianoche, la llegada de la camioneta provocó un revuelo en el Hospital, donde arribaron de inmediato el superintendente de la ciudad, Gonzalo Bezos, el secretario de Seguridad de la Municipalidad, Federico Montero, y el jefe policial Gonzalo Sandoval.
Se supo que la Amarok venía siendo perseguida por un móvil policial de la Patrulla Rural, que había advertido su presencia sospechosa en un campo de aquel distrito, que ya había sido blanco de delitos similares.
Los policías, al parecer, habrían perdido el rastro de la Amarok al ingresar a Bahía, pero con la ayuda del Centro Único de Monitoreo (CEUM), se pudieron determinar su llegada a la guardia del Municipal.
Para este martes se harán peritajes con el personal de EDES en la zona, ubicada a unos 30 kilómetros de Bahía Blanca. (DIB) MM
La Región
Un poco más solos
Y entonces sabíamos que iba a pasar, que algún día esa suerte de ausencia larga a la que lo había llevado la vejez y el extravío de la enfermedad se iba a convertir en un hueco definitivo. Eso al fin hace la muerte: reduce el último vestigio de lo cognoscible. Pero -y aquí el adversativo funciona a favor- queda el resto, la intensa y perenne memoria de lo que hizo, de lo que dijo (hizo mucho más de lo que dijo), de lo que fue, desde que silenciosamente llegó a la ciudad que lo abrigó.
Ha devuelto largamente esa manta que lo contuvo cuando llegó a Tandil, allá por 1988, cuando empezó a cifrar su sello en la Parroquia de Begoña y el definitivo, en la Parroquia del Santísimo Sacramento, allí donde siempre -rompiendo una tradición católica de más de un siglo- había imperado una visión católica integrista, muy lejos -o en antítesis- al Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, del que él participó, surgido en la década del 60.
Secuestrado por la Triple A en plena dictadura militar -estuvo detenido de 1976 a 1981 en La Plata, bajo la órbita del torturador Etchecolaz- un obispo literalmente lo rescató y le salvó la vida. Fue Emilio Bianchi di Cárcano, que le dio cobijo en Azul. Su próximo paso fue Tandil y de aquí no se fue más. Si hay algo tan inobjetable como su labor pastoral fue la intuición que tuvo Raúl Troncoso para entender la matriz idiosincrática de la sociedad lugareña, y vale aquí incorporar el oxímoron ideológico del conservadorismo que hace.
El sacerdote detectó enseguida cómo funcionaba nuestra comunidad y, sobre todo, el círculo de poder. Y actuó en consecuencia: fue el hombre que durante más de treinta años supo hilar con tacto e inteligencia una malla de contención entre los más pobres y los más ricos. Ese puente sólo pudo tenderlo Raúl y está hecho de gestos mínimos, de política, de guiños y sobreentendidos.
El estallido social de 2001 encontró en su figura una suerte de liderazgo ecuménico, silencioso y eficiente para evitar males mayores a la hora de aquellos saqueos que aquí no se produjeron.
Fue el cura que menos habló políticamente en sus sermones pero que más hizo por los que peor estaban. Esta opción -que seguramente le valió algunos reproches de quienes esperaban algo más desde el púlpito- fue el acto más pragmático de su vida: en el púlpito que había sido de Actis y de Mosse, el primero un cura popular visceralmente anticomunista y el segundo un sacerdote abiertamente cerrado y aristocrático- tomó por el atajo del bajo perfil, la apertura de la Iglesia y las obras como prioridad; también de la real politik (el teléfono de Troncoso fue un ícono del poder en los más altos niveles y sus charlas a solas eran memorables) para la construcción de su gran misión a través de la Iglesia, como la labor de Cáritas, las Casas de la Esperanza, y su compromiso con el patrimonio serrano y los derechos humanos.
Por eso mismo nunca dejó de estar donde debía y si hay una imagen que revela este compromiso, fue cuando a principios de los 90 lideró la desoladora marcha de un puñado de personas que pedía justicia por el asesinato de Gilda Mansilla, una doméstica cuyo crimen aún hoy permanece impune. O en lo que tal vez sea la marcha de silencio más dolorosa y terrible que recuerde la historia de Tandil, que sucedió tras la explosión de un horno en Metalúrgica Tandil y la muerte de tres jóvenes trabajadores.
La muerte de Raúl Troncoso, justamente en estos días tan difíciles, no sólo duele por el vacío que abruma, por su pérdida irremediable, y por el largo adiós que acaba de comenzar. Nos duele también, a muchos, porque sin duda hoy estamos un poco más solos que ayer.