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Opinión

Opinión: Cotidianeidad tortuosa

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María Acuña tiene 27 años de edad, cuatro niños pequeños, cuyas edades oscilan entre 12 y 4 años y la miseria la persigue cual agente del demonio. No es de hoy que la joven mamá la pelea con la vida, con la adversidad, con las negaciones y con la falta de expectativas concretas.

Ya ver el precario estado de su casita prefabricada, ubicada en Pourtalé 3847, invita a la reflexión y conlleva a un corazón sensible, a apenarse. Encima, la construcción se quemó meses atrás y esto le agrava siniestralidad al cuadro calamitoso. Son habitaciones peladas, ennegrecidas, no hay camas, ni mesa, ni los elementales mobiliarios de un hogar.

“Hace seis meses que me prendieron fuego la casa, y no ha venido nadie desde entonces. No tengo frazadas y los colchones que me han dado, son una vergüenza”, exclama la dolida mujer que agrega, con la vista hundida en recuerdos de días más promisorios: “Ni asistentes sociales, ni el intendente han venido por aquí”.

“No me pueden ayudar porque no hay terreno. Yo vine acá porque me separé, continúa María, me prestaron esta casita. Llegué con problemas de violencia de género. Un día estaba trabajando y al llegar, compruebo entre lágrimas que me habían prendido fuego la casa. Me quedé en un minuto sin nada. Y empecé a pedir pero no ha acudido nadie”.

Las maderas fueron revestidas en su momento con ladrillos de canto y éstos revocados posteriormente. Un baño fue anexado con bloques, luego. Los dominios del fuego hicieron meya en las maderas y las grietas se advierten. El techo es de chapa canalón y está roto en varios ángulos. La construcción en sí huele a humo y a desastre. El peligro de derrumbe es inminente.

Un hermano de la señora María, que vive en una habitación de adelante, le aporta un cable con energía eléctrica. Hace poco, le sustrajeron la garrafa. Aunque cabe consignar que los males no cesan: “Hace dos días me tirotearon la casa. Yo tengo miedo. Mi ex marido me persigue, me amenaza y yo tengo miedo entonces de que se me caiga la vivienda y por otro lado, de que mi ex le haga algo a los chicos. Así estoy, así vivo”.

Resolver lo básico ya es todo un dilema: “Acá dormir es horrible. Entra frío por todos lados porque no tengo ni vidrios. Si llueve, tenemos que ir corriéndonos. De día me voy a lo de mi tía a comer con los niños. Mi vida es así, una mierda”, afirma compungida la joven entrevistada.

“Es una situación desesperante pero ya no sé qué hacer”, la textualidad de las palabras es contundente. María cobra la Asignación por Hijo de tres de sus criaturas. “Pero no alcanza para nada”, confiesa. Le han prometido en dos meses la tarjeta para alimentos.

La cuestión es urticante “pagar un alquiler no puedo. Si abono un alquiler, los chicos no comen. El Municipio no me da soluciones al respecto, ya que la casa está en sucesión y no es mía”. No obstante se le propuso hacer “un curso de albañilería para obtener materiales”.

Para aquellos que deseen colaborar, con ropas y/o alimentos, pueden dirigirse a la dirección citada al inicio de la nota.

 

Por Mario Delgado.-

Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho