Opinión
Opinión: Cambiar la fruta picada de cajón
1.- DENUNCIAS VAN, DENUNCIAS VIENEN.- Si lo que se tiene hoy frente a las narices y que involucra al señor Fernando Niembro y Compañía, llega a ser determinante, concreto, real, estaríamos ante un complejo nuevo caso de inmoralidad.
Su carrera como periodista deportivo es muy reconocida, dentro y fuera de las fronteras del país. No así tal vez su papel de político, al lado o a la sombra del ingeniero Mauricio Macri, tratando de “aportar en favor de una mejor nación”, según el propio Fernando lo manifestase.
Él se autotituló inclusive un “voluntario más” dentro de las huestes del PRO. Hasta que apareció su nombre encabezando la boleta de diputados. Entonces, daría la impresión, que ese accionar “voluntarioso”, obró frutos.
Claro que ahorita mismo se armó un “tole tole” de considerable dimensión con la presunción de varios contratos millonarios que tendría don Niembro con el Estado capitalino y el Banco Ciudad. La cifra es galopante. Pero lo más irritante es la posibilidad que las vinculaciones se hayan dado, hayan existido en la praxis.
Los dardos cruzan la General Paz y se cuelan por doquier. El acusado se defiende con su sumisión a la Justicia. Su redil proclama como defensa, ser blanco perfecto de un ataque frontal del cristinismo que tiraría misiles por elevación, con el insano propósito de embarrar el traje de Macri. Veremos quién tiene la posta y dónde radica la auténtica verdad.
2.- OTRA MUERTE QOM.- Un muerto más no le hace peso a una carpeta repleta de defunciones, de seguro. El problema debiera plantearse en medio de una Argentina presumiblemente pujante. ¿Cómo puede ser que un pibe indio – argentino, quede cuadripléjico y fallezca de hambre finalmente en la norteña Chaco y todo siga su normal curso?
No faltará la excusa de la cuestión cultural, por ejemplo, mis lectores fieles. Y vendrán grandilocuentes discursos de los dirigentes perversos, esgrimiendo intolerables espadas. Lo demencial está acaeciendo en nuestra patria, en pleno Siglo XXI.
Erradicada antes y vuelta a visualizar hoy, la tuberculosis es una maldita patología, símbolo de la pobreza extrema y la carencia de cuidados básicos. Sin embargo la reacción es poca, ante la grosura del drama.
3.- A 900 RESTALE 500.- Una docente que dicta clases en un establecimiento para alumnos con capacidades diferentes, me comentó alarmada: “Cobré un aumentito de $ 900 del Gobierno y al rato gasté $ 500 en útiles y elementos para desarrollar tareas para los chicos”.
La cuenta es sencilla y nos posiciona con una inquietud que carcome: ¿Siempre fue así la cosa? A lo que la maestra responde: “Yo hace año y medio que estoy ahí (cita la escuela) y siempre fue igual”.
El Consejo Escolar no posee los fondos pertinentes. Las Cooperadoras, las estoicas que aún persisten en el tiempo, chocan contra los avatares económicos, imposibilitadas de anexar gastos. Otro ítem a mirar son las familias con mala racha en las finanzas hogareñas. De modo tal que la síntesis de tantas penurias concatenadas, nos otorga un resultado fijo y único: han de ser los educadores quienes carguen con la mochila de adquirir, más de cuatro veces, los artículos para preparar una cartelera o para repartir entre el alumnado.
Los señores que se nutren de conceptos vacíos, de una inalcanzable “calidad educativa”, tendrían empero que observar el llano y advertir estas incómodas circunstancias que acorralan, que atropellan con ímpetu la posibilidad de una enseñanza y de un aprendizaje digno.
4.- MOVIMIENTO FRUTAL.- Jorge es un frutero amigo. Cada mañana se toma el laburito de contemplar los cajones provistos de frutas y, sumergiendo sus manos en ellos, traspasar convenientemente las picadas, las feas, a otro sitio para tirarlas.
Es un acto reflejo al que él se halla habituado. Y hay un detalle que no es menor: se requiere un cierto grado de concentración para no volver a meter las frutas descompuestas en otro cajón con las frutas exquisitas y “saludables”. Se las debe apartar.
¿Saben qué, amigos? Permítanme una reflexión de cierre: ¿No les parece a ustedes que nosotros cometemos, en ocasiones, el yerro de cambiar la fruta picada de cajón y dejarla para consumo igual, pero en otro envase..?
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-