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Opinión

El cuarto mago

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La sincronización de la infancia y la tradición de los famosos “Magos de Oriente”, es profunda y se mantiene con el tránsito inexorable de las distintas generaciones. Desde la auténtica connotación religiosa cristiana, aceptada tanto como por católicos, ortodoxos y evangélicos, hasta el imperativo comercial y risueño de los niños aguardando por su obsequio, previo pedido a través de una cartita dirigida a los sabios y bondadosos hombres que llevan en sus alforjas, la felicidad de los más pequeños. Por Mario Delgado.

Quienes hemos crecido, conservamos seguramente alguna anécdota referida a cierto año en que los “Reyes Magos” nos deslumbraron con un regalo ansiado por nosotros. La ceremonia de colocar los zapatos y el pasto, es todo un símbolo en millones de hogares, en enero, cada año.

En realidad, pese a los influjos materialistas de tal fecha, no podemos desligarnos del origen puramente religioso del relato y de sus consecuencias posteriores. En un mar de simbolismos y controversias, se ha dado por sentado que tal hecho particular ocurrió y por ende, significa una demostración práctica de reconocimiento de foráneos, de dignatarios de otras razas e ideas, de que efectivamente, aquél Jesús de Nazaret era el Mesías prometido por profetas y embajadores de Dios en la tierra.

La historia está enmarcada entre un halo de misterio y se asemeja, salvando distancias claro, a alguno de los cuentos de las “Mil y una noches”. Sólo San Mateo registra en su Capítulo 2, tan entusiasta cruzada de unos “magos” orientales. En algún Evangelio Apócrifo se hallará también mención a ellos, aunque con un tinte más romántico y menos verosímil, si se quiere.

Una criatura que nace en un mundo hostil, con un Herodes malvado y con una contingencia desagradable. Cierto rigor histórico, ciertas investigaciones desapasionadas, dicen, mis amigos, que tan inquietante matanza de inocentes, no se ubica inscripta en registros de la época.

No obstante, la aceptación de tan sugerentes asesinatos, fue dada por verídica y se optó desde el Siglo V, por expresar que tres fueron los fieles adoradores del vástago celestial venido al universo terrestre. Después de recorrer diversos nombres, se los castellanizó como Melchor, Gaspar y Baltasar y se les otorgó el privilegio de haber sido quizá los iniciales reverentes del pequeño Hijo del Altísimo.

Incienso, oro y mirra, depositaron a los pies del pesebre. Habían salido de la Mesopotamia y lógico, Mateo le da una impronta de alto impacto a su narración con estos señores rondando la mayor pobreza, sin titubeos a la hora de inclinarse ante el Salvador.

Sin embargo, hay otro “servicio informativo” que señala algo atrayente: al parecer eran cuatro quienes partieron de Barsipa, ciudad mesopotámica, mas alguien no arribó en tiempo y forma: fue un tal señor Artaban que se demoró haciendo distintas obras de caridad.

Cargado de riquezas, era interceptado por pobres y enfermos y como consecuencia, no pudo estar con sus amigos en el preciso minuto, y entonces se perdió la ocasión de complacer a su corazón y saludar al pequeñito Jesús. Los días se sucedieron y ya sin ninguna piedra preciosa, ni joyas, se encontró viejo y moribundo ante la cruz de Cristo en el Gólgota. Desahuciado, lloró su amargura y requirió el perdón de su Maestro. Jesús, colgado del tosco madero, lo recompensó diciéndole que cada mano tendida a los menesterosos, que cada solidaridad con los oprimidos, había sido observada cual ofrenda a la propia Deidad. E inclusive, ni lerdo ni perezoso, el hombre de Nazaret, lo trasladó presto junto a él al cielo, a gozar de una eternidad promisoria.

Más allá de lo concreto o de lo anexado para darle espectacularidad a la escena, la situación de los magos o sacerdotes persas, permanecerá fresca en la idiosincrasia crística y dará sanación espiritual y una especial luz de sosiego y esperanza, ante la desazón más atroz que pueda anidar en los corazones humanos.

No hay terror o muerte que venza a la Palabra ya empeñada por aquél que construyó el orbe. Ese es el ítem primordial, la piedra basal de la espiritualidad cristiana. En medio de la esclavitud y el descontento social, nació un líder del Amor y los magos, que nadie nunca esbozó que fuesen reyes, le homenajearon como se merecía.

La Santa Biblia posee magníficas pinceladas y curiosidades estremecedoras. Y contraluces también, porque no.

Por Mario Delgado.-

Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho