Opinión
Desfile de infractores
Se posan inflexibles, implacables los rayos del astro rey sobre la tierra. Estamos en verano, es cierto, pero resulta imposible no caer bajo el dominio de la baja presión, de la contante necesidad de beber algo fresco y de retomar en segundos nomás, otra vez la tarea asignada, sintiendo la ropa liviana pegarse al cuerpo, cual si fuese una segunda piel. Por Mario Delgado.
Los campos de soja de segunda y de girasol, brillan y se extienden perezosos a la vera de la Ruta. De la “Néstor Kirchner”, un serpenteante sendero que se prolonga en el infinito, dando la sensación de no terminar jamás.
Se suceden como eslabones los kilómetros. El tránsito se intercala entre el liviano, con autos rebosantes de valijas y viajeros distendidos, y el pesado, representado por camiones de buen porte que llevan diversas cargas en sus vientres.
La tarde es diáfana; apenas algunas nubes danzan en el cielo pintado con uniformidad de un celeste inmejorable. Y el Kilómetro 17 de la cinta asfáltica en cuestión, nos saluda ominoso. Él sabe, el interpreta quién es quién, por eso casi ni precisa proferir palabra.
A un costado, sin cartel que nos diga de qué se trata, un predio, un rectángulo alambrado y con antena de comunicación y vigilancia privada. Incluso ahora, han incorporado una casilla rodante con la denominación de la empresa de seguridad.
Una pala mecánica ronronea su discurso de piedra o arena. El polvillo es una lanza elevándose por sobre los montículos preparados con antelación. Uno a uno, en promedio de tres a la hora, los transportistas hacen acto de presencia en el sitio elegido y alquilado por una cantera reconocida.
La metodología ya está aprendida: subirse a la caja, descorrer la lona y dejar que el brazo de hierro haga lo suyo. Luego, como al descuido, con una pala común el hombre nivela la montaña y entonces sí, todo ha quedado perfecto. Se atará la lona y se fingirá que nada es anormal.
Los equipos son relativamente nuevos; no son camioncitos de flete urbano desvencijados. He incluso cuentan a veces con una madera que, por cincuenta centímetros o más, alarga el ala de la correspondiente caja del chasis o del acoplado.
El sudor baña la espalda del palero, que apenas tiene un breve lapso entre un visitante y otro, para empuñar la botella de agua. Los kilos de más, salen hacia el exterior del lugar cercado. Con un cariz de impunidad y prepotencia, se lanzan los vehículos gigantes, a la conquista de su destino.
Con una factura, cubren dos viajes. Con un exceso de carga, van rompiendo indiferentes la Ruta Nacional. Ya los vestigios del mal se pueden advertir, observando las juntas dilatadoras en el citado kilómetro.
Tres equipos por hora, mínimo en un día laborable. Se habla por ahí de una infracción contactada. O de dos. Del vuelo del águila sobre la presa. ¿No se estará quedando un poquito corto el medidor de la normalidad?
Evasión e infracción. Infracción por partida doble: exceso de carga y rotura insensible del asfalto. Cada jornada. Cada hora. El camionero se trepa a su “joyita” recién comprada. Se quita con ímpetu la remera. Se muere de calor, mientras corre la verde lona. La pala mecánica ya está lista para su faena insidiosa y prohibida.
Por Mario Delgado.-

