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Opinión

De los nombres de los candidatos

Se habla mucho de la cuestión política en bares, charlas de amigos o en ámbitos aledaños a la actividad pública. Se da este fenómeno porque concierne a la cotidianeidad de la sociedad y porque, en rigor de verdad, si ponemos certera atención, todo se centra en la ponderada y a la vez vapuleada política.

Uno de los detalles que desvela a mentes con criterio, tiene especial relación mis lectores del alma, con la nómina de postulantes que cada veinticuatro meses, nos ofrece la grilla partidista en el país, la provincia y el Municipio de Olavarría, en nuestro caso particular.

Un breve repaso mental a los apellidos de los candidatos, nos mostrará con un elevado grado de verosimilitud, que dichos personajes se van replicando con el correr del tiempo. Hay célebres figuras que largaron la carrera allá por los ’80 y aún ahora, continúan vigentes en los afiches y en las boletas electorales.

Apoteóticos “próceres” de la democracia, inscriptos siempre pese al devenir de las crisis y las resoluciones de las mismas. Algunos con la impronta de permanecer fieles a sus principios, abrazan a la bandera de sus amores contra viento y marea. Otros, en contraposición, han sido agitados por las corrientes marinas y se han metamorfoseado hasta el cansancio, virando la brújula de norte a sur, sin ponerse colorados ni inmutarse para nada.

Estos señores son efectores claros y claves de la denominada “clase política”. Porque, lamentable es reconocerlo, se ha conseguido arribar a tal punto, contando entonces con una franja específica de personas que se sirven de la política y superviven gracias a ella, soportando estoicamente críticas y sin interesarle demasiado al protagonista, lo que elucubren sus congéneres.

¿Cómo es digerible la reiteración indefinida de idéntico nombre? Todos comprendemos que se produce normalmente un efecto de ambivalencia. Por un lado, están quienes despotrican por tal reacción y por segundo lado, se ubican también aquellos que terminan aceptando tal repetición cual bendición del cielo.

Entre el anhelo de cambios genuinos y el pragmatismo. Entre el conservadurismo más acentuado y la falta de opciones desde la vereda de enfrente. Así se transita por las vías del destino democrático nativo.

Los que ya se rodearon de halos de poder y conocimiento, por más pequeños o pueriles que éstos sean, por lo general no dan espacio franco a terceros en pretendido ascenso. Se abroquelan en sus comités sin abrir con soltura la puerta a otras propuestas, a otras personas.

El tema es llegar y luego permanecer, cobrando un sueldo, lógico. Se lamentan de la no participación de los ciudadanos, mas al unísono se apresuran a presentarse nuevamente en la lista, no sea cosa de perder la ocasión sublime de “mirar y atender las necesidades del pueblo”.

Lindo verso que no todos sienten en sus almas y por transición, no todos cumplen con su deber cívico. Pero todos cobran, reiteramos. La vocación ad honorem, es para los fomentistas y entidades afines.

Por eso la gente sufre y se embronca. Pero no se revela completamente. La casta política ensombrece y opaca la misión real de tal servicio a la comunidad. La renovación es una utopía, mis amigos. Son una auténtica excepción los que se retiran ni bien cerrado el período. La moda consiste en tirarse a la pileta mágica de la reelección.

Y los meses mojan las aguas del recuerdo y las situaciones pugnan por calcarse. Hacen méritos otros hombres y mujeres pero no son tenidos en cuenta o no logran superar los escollos, a veces económicos, a veces políticos.

La cosa es simple: quien más, quien menos ya tiene un paragolpes de dónde asirse, por lo que si cae en la contienda, igual aparecerá en algún área gubernamental. Nadie se aleja del redil y nadie pierde del todo. Y se quedan libres de culpas.

Allá en un vértice distinto, la civilidad absorta y harta, pero no tanto como debiera, porque si no cambiaría en serio este país y esta ciudad. ¿Acaso no nos asombra que no surjan representantes populares como antes? ¿Acaso no es raro que no exista un contrincante de peso para la intendencia local? ¿Cómo puede suceder, amigos míos, que se vuela siempre al “primer amor”, sin escalas, sin buscar por afuera de lo tradicional?

¿Una comunidad con 110 mil habitantes, no está en condiciones de ofertar aunque más no sea, dos o tres “pesos pesados”? No contamos con contrapeso. Cada uno cuida su rebaño y se mantiene en su cubil sin esforzarse en demasía. Y sin arraigar en los electores, sin enamorar, sin seducir.

Una casta, un redondel, muy difícil de penetrar. Y así estamos. La responsabilidad por supuesto, es de cada quien. Por acción o desidia.

Por Mario Delgado.-

 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho