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Opinión

Silencio ante la putrefacción

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Los pasos enhiestos de la corrupción se oyen con total nitidez en nuestro país. Por supuesto que, antes de adentrarnos en esta columna, diré en salvaguarda de los intereses de la patria argentina, mis amigos, que no somos la única nación en el orbe con estas mañas tan extendidas.
Por el contrario, son bastos los territorios donde anida el foco tétrico de la corruptela impúdica. Desde Europa a Asia y desde América a África. Salvo excepciones particulares y bien determinadas, el ácido nocivo corroe sin vergüenza alguna y abarca diversos ámbitos, enlodándolo todo a su andar.
Mas es menester que nos centremos en lo que acaece aquí, dentro del paraguas de las fronteras nativas. Y al hacerlo, amigos, notaremos algo sustancial: sólo un mínimo porcentaje de personas, el 6 %, siente comezón cuando se charla o se denuncia algún caso vinculado a la corrupción.
Este no es un dato nimio. Es un auténtico símbolo de acostumbramiento que proviene de años y años, en los cuales nada ha interrumpido la carrera sin freno de la díscola problemática funesta y vil. ¿Por qué nos es indiferente su influjo tan mordaz? Veamos.
Seguridad, inflación y empleo concitan hoy, a esta hora, la mayor atención de cualquier ciudadano de bien en la Argentina. Como decíamos, la corrupción, o sea el abuso del poder mediante la función pública para beneficio personal, no es tema primordial en una sobremesa, por ejemplo.
Da la impresión que se podrían citar dos ingredientes que alimentan esta circunstancia tan neófita: primero un deslucido trabajo de aquellos que han sido responsables, y lo son aún, de los rieles de la equidad y el control contra lo inmundo en la órbita pública.
Si tenemos en cuenta que los antecedentes son increíbles y absurdos, en cuanto a procesamientos a presuntos corruptos, obtendremos un inicial y clarificador porqué estamos tan inmunizados ante el mal olor. Se promedia en catorce añitos, nada más y nada menos, aquí en esta República un proceso por el mencionado delito. Lo cual sintetiza la idiotez plena y la búsqueda permanente de salir airoso de los enredos.
El segundo ítem lo pinta de cuerpo íntegro, el hecho que todavía no se relaciona, no se ata a la corrupción con la muerte o dramas conexos que son daños colaterales que ella ocasiona, ofreciendo un tendal de víctimas con distintos grados de perjuicios.
Sería conveniente observar que la droga se fabrica ya acá y se comercializa con efusividad, por un permisivismo político y una connivencia policial que debiera conmocionar. Sin sostén desde la órbita del poder, es prácticamente inviable la construcción de un andamiaje tan amplio y extenso.
Los pasos libres en la línea fronteriza, las zonas liberadas, los trepadores de cartón que no pueden ni resistir un informe de cómo hicieron plata tan fugazmente, son eslabones de una cadena que todo lo aprisiona.
¿Acaso, en otro orden, no creen ustedes que es un matiz corrupto la emisión de moneda en aras de bancar los subsidios, entregados a troche y moche, como si fuesen gotas de agua? ¿Nunca se han preguntado las causas de la disminución del empleo en el sector privado y la absorción cuántica de gente en el terreno público?
No hacen falta volúmenes pesados de ética o moral, no es necesario estudiar largas jornadas a la sociedad para concluir en un axioma certero: la señora corrupción está enquistada en las venas de las comunidades, es inherente al ser humano.
Y se deja ver no solamente en los dominios gubernamentales. En cualquier esquema se la encuentra uno. La famosa “coima” es una hija predilecta de la madre corrupción. ¿Quién no ha pagado alguna vez, una “cometa” por equis causa?
Desde las ánforas empresariales se ha reconocido sin pudores que es más común de lo imaginado, abonar “coimas” para destrabar negocios o conseguir obras. Tiene variedad de usos y formas, por lo que palpamos. Y no pareciera un tumor a extirpar en lo mediato.
Por Mario Delgado.-

Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho