El doctor Gerardo Acosta es un curioso profesional. Uno de esos inconformistas que vive de sus ideas. Docente de la Facultad de Ingeniería de la UNICEN, fue ascendido recientemente por el CONICET en su carrera como investigador, por sus aportes en robótica móvil. Un esperado reconocimiento que ahora lo ubica como Investigador Independiente, y que mantiene vigente ese empeño en correr siempre un poco más la frontera del conocimiento.
El Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) tiene varios escalafones en la carrera de los investigadores, quienes deben demostrar gradualmente que sus descubrimientos son un aporte efectivo al conocimiento. Generalmente, a través de sus publicaciones en sitios especializados, que son evaluadas por pares a nivel internacional, los científicos tienen la posibilidad de progresar en la carrera.
Acosta está a mitad de camino. Si se hubiera concentrado más en publicar sobre el avance de sus descubrimientos, tal vez ya sería Investigador Principal o Superior. Pero en el caso de los ingenieros, muchas veces necesitan tener prototipos y máquinas funcionando, parte natural de su trabajo es la investigación tecnológica. Además, está al frente de un grupo de investigadores que abarca distintas líneas muy diferentes. Todo esto insume mucho tiempo y energía. De todas formas, Acosta admite que “es una gran satisfacción, es un reconocimiento a la tarea que realizamos hace tantos años”.
Al principio
Ingeniero en Electrónica recibido en la Universidad de La Plata y después Doctor en Informática tras dos años y medio en la Universidad española de Valladolid, Gerardo Acosta siempre tuvo claro que quería ser docente e investigador.
Nació en General Roca, en el Alto Valle de Río Negro. Estuvo tentado para quedarse en Europa, pero fue repatriado y junto a su familia empezó una aventura en Olavarría. Una aventura porque en 1997 eran apenas tres profesores trabajando en cuestiones de robótica móvil en la Facultad de Ingeniería de Olavarría. Un galpón custodiado por telarañas fue el primer laboratorio de ensayos para unas máquinas futuristas.
Incluso al principio empezó a publicar artículos sobre ideas que compartía con sus colegas españoles, y de a poco fue generando material propio a partir del trabajo y las inquietudes que surgían acá.
En 1998 Acosta ingresó al CONICET como Investigador Asistente, en el 2004 fue promocionado a Adjunto, y ahora a Independiente. La importancia de esta categoría es que puede elegir qué investigar, seleccionar los temas. Además de impulsar trabajos originales y de importancia para el desarrollo, el investigador debe ser distinguido como miembro de un equipo de reconocida competencia.
De aquellos primeros ensayos entre telarañas, al flamante laboratorio actual con más de 30 expertos trabajando en ideas científicas de vanguardia, se refleja la importancia de un trabajo profesional. “La verdad que es muy gratificante cuando miro para atrás y veo todo lo que hemos logrado. Porque no soy un investigador aislado, apenas la cabeza del grupo. Este es un premio para todo el Intelymec (Investigación Tecnológica en Electricidad y Mecatrónica). A mí me tocó el trabajo de ser pionero, el que va adelante, pero hay muchos detrás que van siguiendo estos pasos y es de esperar que tengan el camino más allanado”, repasó Acosta.
El otro yo
“La robótica es la aplicación de un conjunto de ideas, y yo investigo ese conjunto de ideas, que tratan de copiar de una manera muy elemental lo que son los rasgos de inteligencia tanto en los humanos como en la biología en general”, explicó el doctor Acosta. “Producto de la ingeniería, generamos máquinas y artefactos, y a medida que evolucionamos técnicamente queremos que sean más automáticas, más independientes, esa es la tarea de la cibernética, del control automático, de la automatización”, puntualizó.
Él fue parte de un equipo de científicos internacionales que fabricaron un robot llamado Autotracker, que fue capaz de localizar e inspeccionar oleoductos y cables submarinos en forma totalmente autónoma, en las profundas aguas escocesas del Mar del norte.
Con esa experiencia, construyó en Olavarría un pequeño robot igual de inteligente que el europeo, pero para tareas terrestres. Lo llamó “Carpincho”, un robot autónomo georeferenciado que fue premiado por el concurso nacional Innovar.Parte de esa tecnología fue instalada en los vehículos eléctricos Pampa Solar, como el protocolo de comunicación electrónica entre los sensores, la arquitectura del software. Ahora, parte del grupo de especialistas está trabajando en nuevos desarrollos sobre el primer robot submarino autónomo de argentina, bautizado como Ictiobot. Se trata de un vehículo con sonares de barrido lateral y ecosondas a bordo, GPS y navegador inercial combinados, pensado para la industria off-shore, batimetrías portuarias, pesca, entre otras aplicaciones, que ya fue reconocido por la comunidad científica nacional.
El mundo de los robots autónomos es cada vez más grande. Estos avances ya se utilizan en actividades militares riesgosas, en la industria de la minería, en cirugías de precisión, en la limpieza de residuos tóxicos, manipulación de explosivos, y hasta en tareas domésticas como planchar, aspirar y barrer. Y en Olavarría hay un numeroso equipo de expertos de reconocimiento internacional, capaces de generar saberes y transferir tecnología.
Mi vocación
“Una sociedad no pierde a sus poetas, ni a sus artistas, y tampoco a sus científicos”. Esto se lo escuchó decir Acosta hace muchos años a un profesor de laboratorio, y lo asume como guía. “Es parte característica de una sociedad tener gente que se dedica a estos aspectos de la vida humana, independientemente de los avatares económicos, siempre aparecen intelectuales, artistas. Y podrán estar exiliados, viajar, volver, pero no se pierden. Ese profesor nos daba esa mirada de confianza, y la verdad que tenía razón”, atesora.
Esa sociedad, que mantiene el interés por empujar los límites de lo conocido, a través de los científicos se asegura una mejor calidad de vida. “Todo lo que hacemos tiene que volver si o si a la gente, y con la tecnología se ve más fácil lo que hacemos”, enfatizó el investigador.
“Está bueno que el científico, y que sus alumnos, no vivan encapsulados en su investigación. Hay que transmitir la pasión por lo que se hace, interactuar con el medio, resolver problemas, transferir la tecnología que se genera”, subrayó Acosta.
Detrás de todo avance científico está la curiosidad. Una inclinación, una vocación que se adapta mejor a una manera de pensar. Saber lo que pasa, desarmar, indagar cómo funciona, escarbar a fondo, esas son fibras inherentes. También se puede inculcar, fomentar. Ver en los laboratorios de Ingeniería a docentes consagrados y a jóvenes investigadores armando robots y probando mecanismos, también alimenta la pasión. Para todos ellos, y para los que vendrán, saber es crecer.