Opinión
Cuando los porqués son obvios
Que se haya llegado a instancia tan crucial en determinados barrios de nuestra ciudad, es una prueba evidente y sin atenuantes, mis queridos amigos, de que faltó tacto en las áreas municipales correspondientes, las cuales tuvieron contacto con la gente y fueron estirando un conflicto que se veía venir con estos caracteres tan efusivos.
Las personas de esos núcleos plantearon desde hace tiempos inmemoriales, una necesidad imperiosa de ser oídos por los efectores de la Comuna local. Hubo reuniones. Hubo peticiones escritas. Se compendiaron firmas y datos. Se tomaron muestras fotográficas.
Pero nada sirvió demasiado a la hora de asir las riendas de las prioridades gubernamentales por cristalizar. Entonces los ánimos se exacerbaron lo suficiente como para no soportar un minuto más. Por supuesto que se dialogó también, porque dentro del paquete, hubo a su vez, funcionarios que intentaron con las herramientas a su alcance, aplacar las mentes, poner paños fríos y, sobre toda proposición quizá la más deseada era, posponer cualquier manifestación hacia afuera del descontento vecinal.
Que alguien se pregunte con cierto énfasis de asombro: ¿por qué se arribó a la movida que se palpó en la tarde del caluroso viernes 5 en Avenida Colón y Alberdi, en Alberdi y Trabajadores y Alberdi y Fassina?, es una pequeña exhibición de inocencia y desconocimiento de la idiosincrasia de los habitantes de los distintos complejos habitacionales vernáculos.
Quien camina las calles y habla con los ciudadanos, no se inquiere sobre tales cosas. Porque a todas luces, lectores míos, esta mancha en la camisa de la quietud popular, se pregonaba a grandes voces. Se intuía en el aire cargado de la ciudad fundada por don Álvaro Barros.
Sin embargo, se minimizó el efecto del drama. Se pensó que las arenas no besaban aún el río. Mas el termómetro, de golpe, subió el grado febril de cientos de almas olvidadas o semi olvidadas y se desbordó el pesar. La pena de aquél individuo que transita el barro, del que tiene que hacer malabares para entrar o salir de su casa, se fusionó con la de otro vecino, de otro lugar, pero con idénticas mochilas cargadas en la espina dorsal.
Las similitudes vencieron a las asimetrías y a las explicaciones oficiales de cómo y dónde se invierte dinero. La confirmación días atrás de lo que ya se sospechaba, de que no entran ellos, los protestantes, en el Presupuesto del venidero año, fue una gota rebalsando un vaso. Fue el puntapié de la crisis. De un caos que empezó y no se sabe cuándo se cerrará cual persiana pesada.
Falta de tacto, eso es lo que trocó voluntades humanas en humo denso y negro, que se advertía desde lejos. Hombres, mujeres, niños, aunados en un criterio común. Y los neumáticos constantemente acarreados, cosa de no perder el ímpetu del fuego. Un fuego que no es fatuo.
Podrá haber divergencias en cuánto a cifras de asistentes. Podrán decir algunos que quizá detrás se bamboleen intereses políticos partidarios ajenos a Rivadavia 2801. Podrán señalar que se avasalló derechos de terceros, que se terminó rompiendo el asfalto por la cruenta acción de las llamas sobre la cinta asfáltica. Reconocemos que es válida también la tesitura de aquellos que no aciertan a acompañar tales formas de revelar, de visibilizar sus reclamos. Tienen opción de hablar otras voces, en disidencia abierta o en oposición estricta. Por qué no. Si de eso se trata la democracia y el libre tablero de la expresión de todas las gargantas y plumas.
No obstante, o por lo bajo o en encendidos discursos, quienes apuntalan o quienes defenestran los pedidos y los motivos que son la génesis del disgusto, han de coincidir en que esta situación se debió encarar de disímil manera desde la esfera del poder. La habilidad, la cintura política consta de un elemento potente: la prevención de disturbios o contiendas. Una palabra bien esbozada a tiempo, hubiese calmado a los díscolos y los arrinconaba, dejándolos sin argumentos, para desandar el ovillo.
Se procedió a la inversa, en general insistimos, salvando excepciones. Entre la soberbia y la negatividad. Entre el espíritu irónico y el dejar librada la compulsa a la decisión personal de los entrevistados. Las articulaciones paliativas quedaron en un rincón, sin posibilidades de emerger.
Ahora sólo resta especular qué pasará mañana.
Por Mario Delgado.-

