Ana siente que se le estruja el alma en la fila de personas para recibir una porci\u00f3n de alimento en el comedor comunitario barrial.\u00a0<\/p>\n\n\n\n

Viste remera celeste con vivos blancos y un jeans gastado. Su barbijo tambi\u00e9n es color cielo. Le tiembla de a ratos la pl\u00e1stica bandeja en sus manos. <\/p>\n\n\n\n

Es mam\u00e1  de dos ni\u00f1os de cinco y siete a\u00f1os y su marido est\u00e1 sin trabajo por culpa y orden del virus coronado, desde luego y de la imposici\u00f3n de la cuarentena que, desde el vamos, no pens\u00f3 en el bolsillo de los que viven d\u00eda a d\u00eda. <\/p>\n\n\n\n

La conducta de aislamiento ya enfrenta a los ciudadanos, los divide. Por un lado los que poseen cierta espalda econ\u00f3mica y los que miran las pelusas en sus billeteras. Y se preguntan \u201c\u00bfhasta cu\u00e1ndo?\u201d. Esta categor\u00eda ha o\u00eddo al menos de cierto Art\u00edculo 22 de la Constituci\u00f3n Nacional, hoy tan vapuleado. <\/p>\n\n\n\n

Pero Ana sigue estoica en la cola, bajo el sol a\u00fan veraniego del mediod\u00eda de fines de abril. Tiene gestos muy elocuentes. Un buen observador se da cuenta: no es una actitud a la que se halle habituada esta de solicitar auxilio. <\/p>\n\n\n\n

\u201cYo nunca hab\u00eda tenido que salir a pedir comida\u201d, le dice compungida, apenas con un hilo de voz al cronista que indaga. \u201cMi esposo qued\u00f3 moment\u00e1neamente cesante y se nos vino la noche en el hogar\u201d, rese\u00f1a casi al borde de las primeras l\u00e1grimas. Atento, el periodista la desv\u00eda hacia otros rumbos. Ana se adelanta. Ya est\u00e1 cerca de la entrada. <\/p>\n\n\n\n

\u201cMis chicos van recibiendo material para la escuela, s\u00ed. A veces tenemos dramas con los deberes, sonr\u00ede, no entendemos mucho de esta forma nueva de aprender. Mis hijos se r\u00eden de nosotros. Ellos ya nacen con otra mentalidad\u201d. <\/p>\n\n\n\n

Hoy habr\u00e1 canelones para compartir en la mesa hogare\u00f1a. Y la se\u00f1ora se pone orgullosa: \u201cYo trabajo en oficinas y alguna casa. Pero, viste, ahora no puedo ir. Aunque espero que muy prontito s\u00ed. Mis patrones me dicen \u201cven\u00ed a buscar plata a cuenta\u201d, pero te confieso, me da un poco de verg\u00fcenza. Qu\u00e9 s\u00e9 yo. Estoy acostumbrada a otra cosa y me da no s\u00e9 qu\u00e9\u201d. <\/p>\n\n\n\n

Ana habla y tiembla por un estatus perdido. El rol del trabajador de clase media averiado por esta crisis  infame. Sus modales son determinantes para confirmar sus dichos. Su proceder asiste y asiente lo expresado. No es una mujer de estancarse, de llorar ruinas. <\/p>\n\n\n\n

\u201cNos pusimos de novios hace diez a\u00f1os con Ra\u00fal, mi esposo. Y enseguida dijimos \u201cTendremos nuestro nido\u201d. Con dedicaci\u00f3n y sudor de ambos, fuimos levantando las paredes. A veces, ocup\u00e1bamos otro alba\u00f1il m\u00e1s, si no nosotros dos, como leones\u201d. <\/p>\n\n\n\n

Y entonces s\u00ed, el agua surge n\u00edtida de los ojos claros de la mujer. Y los minutos se detienen en su entorno. Le llega su turno. \u201cVengo d\u00eda por medio, lunes mi\u00e9rcoles y viernes\u201d. Hete aqu\u00ed que a continuaci\u00f3n expresa algo subliminal: \u201cLos s\u00e1bados colaboro en este sitio para dar de comer a otros vecinos. Quise ser parte de este emprendimiento y ponerme a sus \u00f3rdenes. No solamente recibir; tambi\u00e9n poder dar algo a cambio\u201d. <\/p>\n\n\n\n

Esas diferencias visibles que separan a quienes pasan momentos dif\u00edciles, de aquellos que siempre han vivido a expensas del asistencialismo sin importarle nada. <\/p>\n\n\n\n

Por Mario Delgado.- <\/p>\n","protected":false},"excerpt":{"rendered":"

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