Opinión
Mutaciones papales
El líder de la Iglesia Catòlica, el Papa Francisco, ha expresado recientemente: “Si una persona es gay, busca a Dios y tiene buena voluntad, ¿quièn soy yo para juzgarlo?”
Representa tal actitud un nuevo golpe en pleno rostro del universo tradicional de la fe cristiana romana. Porque lo que antes era un considerado por la curia un vicio perverso, ahora se convierte, de pronto, en un tema opinable.
Los émulos de la doctrina y de la ortodoxia, no pueden entender tal cambio sintomático en el primer Pontìfice argentino de la historia.
Es que, màs allà de modas o frases acomodaticias o pragmáticas, se ubica lo expuesto varios siglos atrás por San Pablo en su primigenia carta a los Romanos. La tesitura apostólica es directa y clara, respecto a la homosexualidad, y no deja ningún resquicio a la duda.
O sea, es muy difícil asimilar estas variaciones que se enfrentan. “Pasiones vergonzosas”, son para Saulo de Tarso, devenido en ultra defensor del, por aquel entonces, incipiente espíritu crìstico.
Eran “actos indecentes” perfectamente condenados, aunque convengamos en señalar que no eran una expresión novedosa de la sexualidad en ese tiempo: la propia crónica humana describe episodios de tal carácter en distintas culturas. Desde la antigüedad, pasando por la “prostitución sagrada”, que era la consagración en ciertas naciones, de mujeres y hombres al servicio de la religión. En los templos se efectuaban ceremonias de tinte orgiástica, donde lo prohibido moralmente, adquiría otra dimensión de absoluto libertinaje.
Incluso es menester citar el caso especìfico y muy conocido de los griegos, donde la expresión de la intimidad, no se catalogaba publicamente. De modo que no se encasillaba a nadie dentro de un prototipo sexual. Cada quien vivía su intimidad sin prejuicios ni dramas.
Sin embargo, la función del catolicismo fue siempre defensora de la heterosexualidad a ultranza. Por tal motivo, no sorprende a nadie lo dispuesto por el Catecismo de 1992, que inscribe a las relaciones con personas del mismo sexo como: “Depravaciones graves, intrínsecamente desordenadas y contrarias a la ley natural”. La definición es tajante. Y aclara en otro párrafo la notable axioma de que tales pràcticas, son aùn màs negativas, si se las realiza con menores de edad.
Empero las venas vaticanas han recibido sangre renovada y polémica. Aunque hoy la Congregaciòn Para la Doctrina de la Fe, continúe con la prohibición de bendecir a parejas homosexuales, suele acaecer que el propio Jorge Bergoglia la desautorice.
Entonces la lucha intestina es crucial entre dogmáticos y revolucionarios o pretendidos renovadores de la fe. La puja llega a un punto muerto al referir el mismísimo sucesor de Pedro, un mensaje màs conciliador y de apertura. Un efecto de proselitismo, un cariz de marketing necesario quizá, dado que la masa de feligreses suele huir de los ámbitos eclesiales, descontenta con las prèdicas conservadoras.
Cual remache final, y reavivando un fuego ardiendo, el Obispo de Amberes Johann Bowy, coautor del libro “Puedo Yo”, escrito en colaboración con Roger Burggraeve e Isel Van Halst, esgrime una idea permisiva y bien confrontativa: “Las enseñanzas de la Iglesia ya no reflejan lo que los cristianos hoy expresan sobre el pecado”.
En concordancia con este espíritu de inquietud, el Jefe Catòlico nombrò al confeso homosexual chileno Juan Carlos Cruz, en la Pontificia Congregaciòn para la Protecciòn de Menores. Este individuo ha criticado sin dilaciones los mandatos biblìcos en relación al tòpico en cuestión. Y el Papa lo supo siempre e igual lo nombrò, e incluso le dijo muy paternalmente: “Dios te hizo asì. Dios te ama asì. El papa te ama asì y debes amarte y no preocuparte de lo que dice la gente”.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-