Opinión
Apetito voraz
Argentina es, cuando menos, un país raro. Tiene ciertas cosas que dan para meditar largo y tendido. Fìjense sino en el escàndalo producido por la vacunación del periodista Horacio Verbitsky. Todos los dardos todos se depositan en esa avivada, en ese gesto de aprovechar influencias y amistades. Pero, ¿quièn recuerda lo màs importante? O sea, su paso criminal por Montoneros y su rol de doble agente, sirviendo a Dios y al Diablo, durante la última Dictadura?
Somos una nación fetiche. Pasa algo similar con lo desorbitante de los precios. Salimos a culpar presuntos responsables y pocos, muy pocos, se plantan a decir y exponer la verdad de la milanesa.
El punto es certero, pues: hay un direccionamiento del sistema para que todo siga igual y no se vea al trasluz, la verdadera consistencia de los descalabros de los mandantes de turno.
La mansedumbre o indiferencia del pueblo, colaboran con la casta gobernante y sus acólitos. De otra forma, las situaciones debiesen virar ostensiblemente. Por el contrario, el alto nivel de estancamiento y de bajo poder adquisitivo del trabajador, se acentúan màs y màs, convirtiéndose ya en algo común y palpable a la vuelta de cualquier esquina.
Sin embargo, no escarmentamos y, por contrapartida, alimentamos aùn con mayor fervor, los estigmas en el cuerpo patrio. Es preferible, se advierte, tocar lo escandaloso del instante, lo farandulesco y no ir al fondo del pozo.
Por eso estamos como estamos y por eso impresentables como el citado hoy periodista y escritor, han trepado a cierta cima. En un contexto distinto, hubiese ido preso hace rato ese bribón.
Y asì sucesivamente con muchas aristas que nos envuelven. Denunciarlas incluso, puede ser una medida antipática y fuera de foco. Mas es interesante observar la película completa.
Exclamar en estos días que nuestro dinero no cubre ni las necesidades mìnimas, es una completa redundancia. Y una autèntica realidad incontrastable. Podemos debatir horas si los artículos y productos son caros o si, en rigor de ser honestos, cada quien gana menos de lo merecido.
Los ingresos fijos de un asalariado, son cual la manta corta: no terminan de cobijar todo el cuerpo. Viendo tal implicancia, hallamos al señor Estado que, sin ademanes de socorrista, lo que hace es proferir nuevas diatribas y aplicar mayores yugos impositivos al paciente pueblo argentino.
Una catarata de impuestos caen sobre la humanidad del pobre laburante. Y el apetito voraz del Estado, no posee autocontrol.
Un pequeño ejemplo de la frialdad y concomitancia de lo afirmado aquí, servirá para despejar dudas en incrédulos o adulones del Gobierno. La Asignaciòn Universal por Hijo resulta ser de $ 3.540. La beneficiaria gasta la suma de $ 1.770. El otro componente, vuelve o se lo traga, el monstruo malo del film: el referido Estado Nacional. ¿Se me comprende?
Un sueldo tipo hoy es de $ 35.749,18. Lo que traducido es 400 dòlares, mercado oficial o 230 dòlares del tipo paralelo. Una completa incapacidad de comprar calidad o gastar màs allà de lo básico.
Todo este circo estatal viene sumando años y personas a su troupe descomunal e insensible. Tal nos topamos, pues, con una variedad de inútiles e inoperantes ONGs que nunca se sabe a ciencia cierta para què corno sirven en la praxis diaria. Otro grupo parasitario lo forman las petroleras, las empresas de transporte, los “puestos” de los dirigentes sociales y sus “curros” y podríamos continuar hasta extensas nòminas.
Esta reducción de ganancias efectivas en los bolsillos de quienes ponen el lomo cada jornada, y la pèrdida de calidad en las marcas, no es una obra del azar o de una mala magia: es fruto perverso y calculado de la voracidad del Estado en su afán recaudatorio para retroalimentar a la Bestia.
Làstima que en lugar de aplicar un corte de cuajo, la sociedad se contenta con minucias.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-