Opinión
De los mensajes y órdenes
Son auténticamente dispares los movimientos por estas horas en nuestra querida ciudad, cundida al parecer de contagios de Covid 19. Pero lo cierto resulta también evidente, mis amigos: no hallamos una unidad de criterios entre los mensajes transmitidos y las òrdenes recibidas y la contemplación visual de los aconteceres.
La confusión reina oronda. A simple vista podríamos atribuir tanto misterio a una sensible descordinaciòn en las partes intervinientes en el diario vivir de Olavarrìa.
El tema empero es simple. Aun con aristas de complejidad. En los bancos de la Plaza Central no te deja la Policìa Local sentarte. Ni aùn estando en Fase 5 tal acto era permitido. Màs, hete aquí que apenitas algunos metros adelante, en el hermoso Parque Mitre, cientos de almas se aglutinan, ocupando bancos, pasto y la propia vera del Arroyo Tapalquè y nadie prohíbe ninguna actividad allì. Y hablo de que las situaciones acaecen en presencia de uniformados.
Entonces se debilita la ya tensa cuerda de la paciencia popular. A esto hemos de agregarle pleno conocimiento de personas afectadas por la enfermedad en la localidad de Loma Negra, obviamente silenciadas a màs no poder.
Y, ya que es propicio el minuto, digamos de las celebraciones cumpleañeras que continúan en plena “ebullición”. Hasta el mismísimo menú deglutido por los comensales, sale a la luz cual reguero de pólvora.
Darìa la impresión, en aras de ser imparciales y mesurados, que existe un hartazgo muy intenso. Sin embargo este cansancio lógico va acompañado, en ciertos casos, de una deleznable irresponsabilidad personal y colectiva.
El tòpico debe clarificarse bien, es verdad. Porque una materia es renegar o no aceptar la imposición dictatorial de semejante cuarentena, y otra distinta es desoír la voz oficial y del sentido común que nos insta a cuidarnos con los recursos ya empleados desde el vamos, lèase barbijos, lavado de manos, distanciarnos del otro lo exigido y no reunirnos fuera del núcleo de convivientes para almuerzos, cenas o fiestas grupales.
No obstante, la irracionalidad de algunos termina cayendo cual pesada viga, sobre el resto de la comunidad. La rebeldía ante la cuarentena no precisa ser demostrada contagiándome y por ende, trayendo a otros la enfermedad.
La bronca se practica trabajando cada jornada, saliendo de casa con las precauciones citadas y no armando juntadas para explicar el estado de ànimo.
El Estado no puede ni debe meterse en cada vivienda. No lo puede hacer desde el punto de observación pràctica, por escasez de personal y móviles a tal fin. Y no lo debe hacer porque aquí se trata de marcar con fibròn rojo, las actitudes individuales de respeto al prójimo.
O sea, no habrìa que errar el vizcachazo: no tragarse el sapo de esta cavernícola medida aislacionista del demonio, no trae aparejada una tremenda inconsciencia o desacato civil pro Coronavirus.
Convivir con el miedo inoculado. Resolver ese pánico escénico es de nuestra injerencia. Sobrevolar los bombardeos de los medios y las cifras y sobreponernos para bien de nosotros y nuestros afectos.
Jamàs nos detuvimos en el camino a meditar sobre números de enfermos de tal o cual peste. Ahora sì. Y esto no es obra de la casualidad. La sociedad tiene que despertar y salir al ruedo cotidiano de una bendita vez.
No se mencionan contagios en negocios ni en gimnasios. Ni en espacios abiertos. La gente se va animando a asomar la cabeza y divisar que la vida no se encripta solo en la casa.
Basta de irresponsabilidades. Pero también basta de cuarentena.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-