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Opinión

Rayos de solidaridad, vientos huracanados de deshumanización

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Es perfectamente palpable el ritmo de cansancio, de agotamiento de estrès del personal sanitario, con todas las vicisitudes que han debido y deben aùn, afrontar. Es lógico por la intensidad de los momentos, por lo inusual de esta maldición del demonio que nos sobrevino.

Empero, idéntica emoción despierta el observar a otro tipo de gente, de otras ocupaciones. Un distanciamiento que no es solo cuestión de obligación: es miedo latiendo fuerte, es no querer hablar, no necesitar ese contacto de otrora en negocios o diversos lugares públicos.

Personas ensimismadas, como perdidas en la nebulosa de la pérfida incertidumbre traìda de los pelos por la pandemia. Parejas que han tenido que convivir encontrando vetas no vistas antes de su ser amado. Entonces o se afianzò la relación o cedió la misma al aburrimiento, al desgano, al conflicto suscitado a cada rato.

Y los niños en el medio del desastre. A propósito, me comentaron del caso de un pequeñito de unos cinco años que, encerrado en su departamento y portando un telescopio moderno, mira cada dìa a través del ojo de la cerradura de la puerta de ingreso, con la intención fija de capturar la imagen plena del misterioso Covid 19.

Soledades nuevas que se plantean. Miserias que salen a luz. Y en el increíble contexto actual, un vapor interesante de solidaridad, único efecto positivo a mi modesto juicio, dentro del barril àcido de este caos “cuarentenero”.

Ayudar al prójimo siempre fue una noble conducta y ahora se multiplicaron las acciones benéficas. Por un carril marcha la Comuna con un montòn de entidades y líderes barriales que reparten miles de bolsones alimenticios con periodicidad. Y, a su vez otras instituciones y particulares dando su tiempo y comprensión por los nuevos pobres, por quienes han perdido su changa o su tarea màs o menos estable.

Y el corazón grandote de algunas mujeres que, desde sus hogares, cocinan para familias vecinas, cuidando de alimentar a los màs pequeñines.

Merecidas muestras de afecto han de recibir estas puestas en escena de la bondad. Contrastes imperceptibles. O que se distinguen al solo tacto.

No obstante estas parábolas del Buen Samaritano que se nos ofrecen cotidianamente, lectores mìos, también existe un poderoso vitraux que nos da un penoso contraluz.

Porque este tiempo tan especial nos puso de patitas o de cuerpo entero, en una soberana problemática: la tremenda insensibilidad y deshumanización que se desprende frente al lecho del enfermo o ante la misma muerte.

Al paciente con el virus coronado se lo aìsla, cosa necesaria tal vez, desde lo clìnico, pero ¿separarlo de sus afectos cual si fuese un paria? Con el consiguiente mal trato que decenas han referido en voz baja en ciertos ámbitos de la salud.

La frialdad al grado sumo es tal cosa. Pero todo cuaja en la maquinaria diabólica implementada quizá a nivel planeta. Pànico, soledad, no relacionarse con nadie, y encima te meten en una cama de hospital y te obligan a pasar ese càliz sin aval familiar alguno. Recièn ahora a alguna mente brillante se le ocurrió que tal mìsera actuación, mute. ¿No es un poco tarde, ya, luego de màs de 150 jornadas de ser arreados cual manso ganado por los autocràticos que usurpan el poder del pueblo?

Y frente a lo inevitable, idèm. No a los velorios, escaso acompañamiento al cementerio y fin de la historia. Deshumanizaciòn expresa al mil por mil.

Asì somos al parecer: contradictorios como la misma… miércoles. Que el cielo se apiade de los injustos y déspotas de hoy. Y que el pueblo reaccione, por los astros, ¡que reaccione!

Por Mario Delgado.-

 

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Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho