Opinión
A paso lento
Casi con displicencia, a paso cansino, lento, pero van llegando al puerto de la visibilidad los esbozos de diversos sectores de un total hartazgo de esta medida aislacionista impuesta desde el unicato de Balcarce 50, con aceptación completa de gobernadores e intendentes, a quienes no les quedó más que cifrar la muletilla “Sí, señor”.
Un recorrido simple por los distritos nos da la pauta de la politización que se fue creando a través de la pandemia, excusa que vino como anillo al dedo para posicionar una forma de ordenar verticalista.
Los municipios alineados con Axel Kicillof, por ejemplo, poseen al día de hoy un trato especial y se abren las actividades con mayor firmeza y agilidad. El resto pena y escribe cartas. Empero ningún alcalde se quiere desbocar por temor lógico a perder el poco o mucho flujo de dinero que suele venir desde la ciudad de las diagonales.
El asunto es como en un extraño ritual de jerarquías: el presidente ordena a la tropa; el resto sólo obedece con la boca cerrada. ¿Y la democracia? ¿Qué es eso?
A todo esto las puertas del cansancio ya vomitan marchas opositoras y de aquellos que no quieren quedarse más con los brazos cruzados. Encima nos han mentido con las cifras y ocultado detalles. Como siempre, pero en esta crisis inédita, la cuestión pega muy fuerte a las almas sensibles.
Se nos bombardea sin piedad con los presuntos muertos por Covid 19 en todo el planeta (¿Quién comprueba la veracidad de las cifras y sin autopsias?), pero nada se dice de quienes fallecen de otras patologías, o de los inmundos femicidios, o de los muertos por dengue, o de los suicidios. O de los decesos por gripe. 32.000 personas mueren por año en la ex República Argentina, o sea 87.6 personas por día. Ya en Europa van saliendo a la luz mentiras impiadosas con respecto a supuestos muertos por el virus coronado.
Aumenta también la presión popular por los dramas sociales y económicos. La contra apuesta de Casa Rosada es entonces blindar aún más los controles a la población y continuar inoculando miedo al Coronavirus. Eso sí, cada ciudadano ha de ofrecer su vida en sacrificio al Estado con los requisitos para trabajar o circular. Te piden saber todo de vos. Demasiado.
Mientras tanto se desarrolla una auténtica batalla, por ahora verbal, entre los pro cuarentena in eternum, y los que no se bancan más esta imposición. Vuelan los epítetos en las redes y cada uno aporta sus razones. Se fueron concibiendo falsas dicotomías y las rencillas aumentan, sin ver los contendientes que, en realidad, son otros los que disfrutan los premios.
Absurda lucha entre iguales. Pobre versus pobre. Vecino contra vecino y el eje del engaño, está en otro lado. ¿Por qué aquél que cuente otra versión, habrá de ser juzgado?
¿Y qué es esa locura de la “nueva normalidad”? ¿Acaso un eufemismo impuro del “Nuevo Orden Mundial”?
Cierro hoy con dos señales inequívocas de qué algo grave sucede. Y que debiéramos permanecer atentos. Ejemplo uno: El doctor Ricardo Lorenzetti dijo: “La limitación de la circulación y de la libertad tiene que terminar”.
En el otro rincón del ring, la legisladora Ofelia Fernández expresó: “Los verdaderos delincuentes son los HDP que hoy salieron a protestar y no un pibe que sale a robar con la moto para comer”.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-