Opinión
El don del entendimiento
Para los creyentes cristianos en general, La Biblia se toma su tiempo en varios pasajes para hablar de los Dones (regalos, bendiciones) del Espíritu Santo. Eso se puede comprobar en los siguientes textos: Efesios 4: 7 al 13; Romanos 12: 6 al 8 y 1° Corintios 4: 7 al 13.
Entre esas virtudes especiales y muy provechosas, se inscribe el “entendimiento” (o también señalado por otros teólogos como “conocimiento”). Esta diadema vendría a significar la capacidad de una persona equis, de saber o recibir la revelación de algo sobre alguien, o sobre una situación determinada, sin haber obtenido previamente, datos o detalles por medios naturales.
Viene esto a colación, o como una breve introducción, mis pacientes amigos, de la coyuntura que nos acompaña y que, sin atenuantes, otra vez más ha logrado, consciente o no, propender a un cisma de separación entre nosotros mortales argentinos, en este caso.
El puente ilusorio se instala señorial en el medio del tránsito. De un lado los “cuarenteneros” y del otro los que proclaman la necesidad de abrir las cortinas. En el vértice de ese imaginario pero concreto puente, el Covid 19 y sus coletazos que afectan de diversas formas, cobrando vidas humanas y desastres económicos y familiares.
Con tal telón de fondo, se me ocurrió humildemente concebir la posibilidad de diálogo, de mirar al otro a los ojos, por encima del barbijo y de las discusiones, y tratar de construir algo más productivo desde lo tan natural como hablar y compartir posturas, sin alardear ni pontificar. Y mucho menos, denostar o menoscabar al interlocutor de turno.
Observamos quizá absortos cada minuto, como por las redes o en los medios tradicionales de comunicación, se vitupera a quien, tal vez ocasionalmente, no siente o no cree idénticamente al individuo de enfrente. Llamas de fuego, gruesos insultos, “bastardeantes” frases son erigidas cual misiles de corto alcance, para infringir dolor, tristeza en aquél que no consciente las mismas tesituras.
Por supuesto que esto no es novedad. Sobran soberanos ejemplos de enfrentamientos duros en este bendito suelo sureño. Sin embargo, sería óptimo en este preciso momento tan cruento y único, revisar el arsenal y, por qué no, desprendernos de las armas y proveernos de una excelsa dosis de buena voluntad para estrechar lazos, aún sin consensuar en un todo con el sujeto que tenemos ahí, aguardando una respuesta.
A lo mejor al principio, cundirá la decepción. Los encendidos discursos darán paso a conversaciones más calmas e intercambio de experiencias. De a ratos alguien podría tender a aburrirse y bostezar. Hasta que vaya ganando terreno la concordia, el buen ánimo y la rencilla mengue.
El don del entendimiento. El beneficio de comprender, más allá del aplauso o la aprobación. Ser amigos aunque no avalemos los dos las circunstancias políticas o económicas actuales. ¿Por qué no recurrir al chiste y no al odio?
En un contexto de pérdidas de libertades individuales, de encierro, de incertidumbre con respecto al futuro inmediato, es menester sorber el trago amargo de vencer los egos, los orgullos enquistados y leer la cotidianeidad con conocimiento de causa. No todo es tan simple e inocente en esta cruzada.
Pugnan oscuros intereses vernáculos e internacionales. Se gesta un novel orden de paz o de miseria y hambre. Y aquí, ¿nos gastamos en divorciarnos con el vecino?
Para terminar quiero traer ante ustedes, queridos lectores, un caso testigo de lo que se puede conseguir con la visión espiritual de divisar más allá del hoy, de la mediocridad chata del sin sentido.
La ciudad de Esperanza se halla en el centro este de la Provincia de Santa Fe. A unos 38 kilómetros de la ciudad de Santa Fe. Es cabecera del Departamento llamado “Las Colonias”. Fue, justamente, la primigenia colonia agrícola de la Argentina. Su fundación data de junio de 1853.
Sus primeros habitantes fueron colonos europeos de varios lugares, entre ellos hubo de contarse suizos, franceses, alemanes, austríacos, de Luxemburgo, y demás sitios del Viejo Continente.
En un mapa bien definido, en el este de la comarca, se “acurrucaron” los profesantes de la religión católica. En contraposición, en el oeste, fueron a dar todos los evangélicos protestantes. Cada “bando” poseía su propio templo.
Pero cupido se coló y enamoró a un señor católico y a una dama alemana protestante. Como el romance creció, llegó la hora de fijar la fecha de la boda. Tremendo revuelo se armó ya que ninguna de las dos iglesias aceptó unirlos en matrimonio. Mas nada impidió que en 1867 se celebrase el casamiento civil en la plaza céntrica, bajo el “Árbol de la Libertad”.
En este año 2020, conviven en perfecta armonía en la ciudad de Esperanza tres ritos cristianos: la Iglesia Evangélica Protestante Luterana; la Iglesia Católica Apostólica Romana y la Iglesia Católica Apostólica Ortodoxa de Antioquía.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-