Opinión
De barbijos y cuarentenas eternas
Por esos artilugios de las comunicaciones actuales, mis amigos, ya sabemos con seguridad, aún antes del anuncio oficial, que se extenderá el largo brazo de la cuarentena hasta al menos el lunes 8 del venidero mes de junio.
Tendremos en resumen, la medida de este tenor más larga, ganándole incluso a la de Whujan, en China, donde se originó – o quizá deba mejor expresar, originaron – el virus coronado.
Es indudable que ya a esta altura de las circunstancias, salvo un sector de émulos del Gobierno Central a quien debo mi respeto y afecto, el resto de la sociedad mansa que supimos conseguir, se nota visiblemente cansada, harta del manoseo autocrático que, en definitiva, acarrea más prejuicios a las penas preexistentes de la gente de menos o escasos recursos económicos. Teníamos un mandato de “ceos”; mutó en uno de “científicos”.
Tractor aplanador de sueños y de posibilidades de progreso es esta pandemia y este aislamiento verticalista. Las dos o tres semanas de arranque podríamos sugerir que fueron necesarias si se quiere para adecuar los sistemas de salud, para conseguir equipos faltantes y armar toda una serie de espacios acordes para recibir supuestos casos de Covid 19. La maquinaria actuó con celeridad, observándose en muchos distritos, como el nuestro, la solidaridad y aval en dinero de empresarios.
La realidad es por ustedes bien conocida: se paralizó el cuerpo de la nación, de la provincia, de la ciudad. Nada se movía. Desierto, soledad y un miedo que subía por la columna vertebral. Nos inocularon una reverenda dosis de febril temor y los bombardeos televisivos fueron otorgando resultados constantes, con sendas cifras de muertos, contagiados y relevamientos muy tétricos de cajones rudimentarios apilados en zanjas comunes.
Se mencionan lugares sin detenerse nadie a resaltar la condición de vida previa de ese barrio o localidad. No interesa el detalle, no se requiere bucear en la noticia; sólo importa generar impacto negativo y ofrecer miedo en bandeja de plata al inofensivo y mansito ciudadano.
Negocios cerrados por doquier, changas que se dejaron de concretar, empresas que iniciaron un proceso de quiebra y en el medio la decisión gubernamental de ordenar qué hacer y cómo hacerlo. Eso sí, dejando abierto el pórtico del pago de impuestos y tasas, no sea cosa de acumular deudas el vecino.
“Hoy salís, mañana no” y así por el estilo, con planes sociales que ya casi cubren las 10 millones de personas y un escaso brazo tendido al auténtico laburante. A eso habremos de sumar los beneficios estales que ya se daban. Teníamos 19 millones de personas con dinero por cobrar del Estado. O sea, que al presente, redondeando, contabilizamos unas 20 millones de almas que reciben plata estatal, sobre 44 millones de argentinos. ¿Alguien cree que es sostenible tal ecuación?
Nacieron de la nada los nóveles pobres y el mundo, por otro lado, se empieza a recuperar, pese a que continúan habiendo víctimas. Acá, en este bendito sur del Continente, nos cobijamos en la mediocridad, sumergidos bajo el pie de una dádiva de Casa Rosada, emitida como tantas otras prebendas, sin ningún respaldo. Parir inflación y descalabro, sin pautas firmes ni plan económico sustentable.
Burbujas, espejos de colores y sometimiento sin límites de tiempo. Tal es la locura circundante que hasta se busca establecer la moda del barbijo decorado, estampado, o con publicidades. En tal caso se presume que su tarea es no contagiar al cercano de quien lo usa. Y se expresa sin dramas que el tal aditivo, “llegó para quedarse”. Sin embargo, ¿acaso alguien no comprende que este elemento tan inofensivo, se convierte también en un signo masivo de privación de la libertad? Y la OMS se contradice cada vez más, incluso sobre el uso y utilidad veraz del barbijo tan popular.
Hoy no somos libres, como lo estipula que debiéramos ser, la Carta Magna. El ansia de control se presenta como un martillo férreo. Y nos vamos enterando luego de cuestiones que irritan al más despistado. Enumerarlas sería tragicómico, baste con preguntarnos ¿por qué nadie dice nada de los amigos extranjeros en la Planta Lamalí II o de los controles que no se hacen en zonas donde entran camiones del conurbano, por ejemplo?
En este trampolín de juergas vedadas, se nos da un ápice de respiro y no falta quien pone el grito en el séptimo cielo. Serviles y lacayos de la dictadura siempre hubo o habrá. No se dan cuenta todavía muchos que este engendro de sistema lo que anhela es poner a unos contra otros. Yo debo vigilar mi cuadra y alertar. El tapaboca cubre en parte las intenciones. Parece ridículo pero es tal cual: se terminaron las amistades sinceras. Cualquiera es un potable enemigo. Ni se te ocurra toser en público.
¿Y el país? Bien, gracias. Aunque no sería negligente incurrir en pensar que, frente a este demonio coronado, algunos vieron su oportunidad de subsistir y proyectarse. Sé que tengo detractores e insultadores crónicos, mas el tiempo irá separando la paja del trigo.
Por Mario Delgado.
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-